Colaboraciones en prensa
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- Escrito por Luis A. Bañeres
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Siempre he admirado a los irlandeses, entre los que tengo el honor de contar con varios amigos. Gente cercana, sencilla, abnegada. Como decimos aquí, de casa. Llama la atención la cantidad de parejas mixtas vasco-irlandesas en los vuelos de Dublín a Bilbao. Y no es de extrañar, porque en el fondo somos muy parecidos: rudos, campechanos, orgullosos, generosos, luchadores…y temibles también cuando hemos de defendernos. De ahí la empatía entre las dos culturas. El pasado jueves 14, en el estadio de Gdansk, veinte mil irlandeses coreaban cantos, llegando a robar portada al encuentro en muchos momentos; cantos a los que se sumaban más cuanto mayor era la derrota ante un rival muy superior. Lucharon hasta el último segundo, tratando de suplir su desigualdad técnica en el campo con dosis enormes de orgullo y entrega. Y supieron perder como sólo saben los nobles. Ilustraron perfectamente ante el mundo un comportamiento ejemplar ante la adversidad, que no entiende de lloros y lamentos pero que enseña a mirar hacia delante, procurando no hincar nunca las dos rodillas. Si acaso una, para enjugarse el sudor.
El Correo (16/6/2012)
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Disminuyen las subvenciones para los proyectos cinematográficos, pero el talento resiste. A varios festivales americanos y europeos llega La casa Emak Bakia, primer largometraje de Oskar Alegría. Un poeta del azar en la estela de Man Ray o José Luis Guerín. Todo lo hace sin las ataduras y protecciones de los equipos, y desde que conocí sus trabajos iniciales me cuesta tomarme completamente en serio a los cineastas ayudados por una muchedumbre de técnicos, sastres, escribanos, mozos de cuerda y servidores de café. Es probable que Oskar Alegría represente el relevo: una generación que aguce el ingenio tanto como la perseverancia y, en coyuntura de crisis económica, deba sustituir los efectos prodigiosos por las finanzas austeras y la creatividad. Aunque aún no ha cumplido los cuarenta años, Alegría acumula ya muchas experiencias de artista nómada. En París organizó un casting de párpados de mujeres. Estuvo esperando durante semanas, con paciencia de esteta, los instantes en que su cámara pudiese grabar algunos movimientos delicados de unas muchachas dormidas. También ha intentado plasmar las pesadillas de una piara de cerdos. Sus originales crónicas de viajes, los vídeos y las fotografías han confluido por fin en una obra extensa. El resultado es valioso. El pudor lo ampara contra los sentimentalismos; sabe unir con coherencia los materiales ofrecidos por la casualidad. En el fondo destaca la celebración de la vida. Después de ver las imágenes de su película, sentimos deseos de plantar un árbol.
Aparecido en El Cultural.
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- Escrito por Luisa Etxenike
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Se ha convenido en llamar “dorados” a algunos productos o servicios dirigidos a la Tercera Edad. Y así nos encontramos con cuentas bancarias o con tarjetas de transporte doradas. La imagen resulta sugerente: identificar a los ancianos con el oro como una manera de reconocer su aportación a la sociedad, su condición de valor seguro. Porque eso es el oro, sobre todo en tiempos de incertidumbres financieras: un valor seguro. La cuestión es si esa imagen, ese cubrir a las personas mayores de una doradura de prestigio, representa realmente el estatuto que nuestras sociedades reservan y reconocen a la Tercera Edad. O si se trata de uno (otro) puro espejismo, de uno (otro) puro eufemismo, esto es, de una manera de celebrar con dichos lo que luego la realidad se encarga de desmentir con hechos.
¿Consideran entonces nuestras sociedades a la Tercera Edad como una auténtica edad de oro? ¿Reconocen que su patrimonio de conocimientos, competencias y experiencias es un valor confiable, una riqueza a aprovechar y sobre la que apoyarse? ¿Fomentan y articulan, consecuentemente, la trasmisión de ese patrimonio al resto de la sociedad y de manera particular a las nuevas generaciones? O, si se prefiere, ¿es la comunicación transgeneracional si no una de las prioridades al menos una de las inversiones de nuestro presente? Creo que la respuesta es, en todos los casos, negativa. Que hay poco reconocimiento teórico y menos aprovechamiento práctico de la edad de oro que puede suponer la Tercera Edad. Que los ancianos hablan mucho menos en nuestra sociedad de lo que son hablados, que son mucho más objeto —por ejemplo cuando se abordan los servicios sanitarios o asistenciales— que sujeto de discurso; que son mucho más utilizados —en un medio de prensa alguien decía hace poco y muy gráficamente que si los abuelos se plantan esta sociedad se paraliza—, mucho más utilizados privadamente que “aprovechados” pública, colectivamente. Mucho más evocados como gasto o carga, que como haber o palanca de impulso.
Y, sin embargo, hay muchos ámbitos donde su aportación parece más que fundamental. ¿No son, por ejemplo, quienes han recorrido toda nuestra historia reciente, extremadamente valiosos para abordar en y con perspectiva la memoria histórica? ¿No son quienes han atravesado distintos momentos y climas sociales, más o menos agobiantes o euforizantes, especialmente aptos para orientarnos por el tormentoso pesimismo actual? Frente a una generación intermedia que lo ha tenido, en general, más fácil, ¿no está la experiencia de los ancianos, que lucharon para abrirse camino en los años duros, más cerca de los desafíos y las dificultades que tienen que superar los jóvenes de hoy? ¿No es la comunicación entre ellos, por lo tanto, una “mina”?
Creo que la respuesta es afirmativa, cada vez. Y que en estos tiempos desconfiados y tan necesitados de valores seguros, hay que ver en la Tercera Edad, literal y precisamente, una edad de oro.
Artículo aparecido en la edición vasca de El País.
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- Escrito por Francisco Javier Irazoki
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Raras veces el adorno superfluo tiene algo en común con la poesía. Lo explica el escritor vasco Alex Oviedo, que me describe los problemas de los habitantes de Bilbao al caminar sobre un puente. Trazado por el orgullo resbaladizo de una estrella de la arquitectura, el suelo del puente se convirtió en pista para acróbatas involuntarios. Ocurre cuando la decoración de nuestras creaciones y los egos de techo alto vencen a la utilidad. A poca distancia de esos errores existe un museo que vincula eficacia y belleza: el Guggenheim. Se sabe con cuánto esmero Frank Gehry dibujó la fachada de planchas de titanio, los muros de cristal, todos los espacios interiores del edificio. Pero todavía resulta más emocionante un detalle casi secreto: la integración de otro puente, éste viejo y anodino, en el conjunto ideado por el canadiense. De manera inesperada, aquella construcción humilde nos sirve ahora con una armonía práctica. Según un proverbio francés, el diablo vive en los pormenores, y por estos rastros minúsculos del cuidado de Frank Gehry vemos al diablo convertido en calidad. Ante tal muestra de respeto, dan ganas de decir a los técnicos de pecho inflado: Señores astronautas, sin renunciar a la estética personal, piensen en adecuar sus diseños a las necesidades de los ciudadanos. De ahí saldrán la poesía del lugar y el agradecimiento de los usuarios. Me lo sintetiza bien una persona cercana: “Los arquitectos deberían recibir la recompensa o el castigo de vivir en las obras que crean”.
Aparecido en el suplemento 'El Cultural'.
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- Escrito por Javier Otaola
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Aparecido en El Correo del 10 de abril:
«En contra de un uso bastante común la palabra “laicidad” no hace referencia a una “confesión” de arreligiosidad, las personas no somos “laicas”: somos agnósticos, budistas, ateos, cristianos…., son las instituciones las que son laicas. El profesor Gregorio Peces Barba define la cuestión con precisión: “La laicidad es una situación, con estatus político y jurídico, que garantiza la neutralidad en el tema religioso, el pluralismo, los derechos y las libertades, y la participación de todos”. O sea, la laicidad es un posición jurídico y política, no una confesión entre otras. La laicidad no es sino una estrategia de neutralidad religiosa de las instituciones políticas; la laicidad pretende un orden político que no se limite a ser una mera exaltación o celebración de la comunidad sobre la que se funda, pretende establecer un poder público al servicio de los ciudadanos considerados en su condición de tales, y no en función de su identidad nacionalitaria, étnica, de clase o religiosa.
La idea misma de laicidad, o lo que los ingleses llaman “civilty” ha surgido, no sin conflicto, en el seno de los países de sociología cristiana a partir de Hugo Grotio (1583-1645) que propuso independizar el Derecho Internacional de las cuestiones religiosas, lo que ha devenido por efecto de la secularización también en independencia del pensamiento político, filosófico y científico. La presencia entre nosotros de importantes comunidades musulmanas que no han conocido en sus países de origen las fórmulas de la convivencia secularizada y la vigencia de los principios de laicidad, sino que muy al contrario han sido educadas en el valor comunitario de su religión están planteando algunos problemas que pensábamos que ya estaban superados que nos retrotraen a los tiempos del carlismo.
Los días 16 de diciembre de 2011 y 20 de enero de 2012, agentes no uniformados de Mossos d’Esquadra asistieron a la mezquita de Terrassa, con la finalidad de registrar los sermones que habitualmente imparte el imán del lugar para analizar su contenido, y, determinar el carácter eventualmente delictivo de algunos de sus mensajes apologéticos. Abdeslam Laaroussi, el imán, ante una asistencia masculina en torno a las 1.500 varones, hablando en árabe, quizá pensando en que su mensaje no tendría trascendencia fuera de las paredes de la mezquita se explayó en una serie de consideraciones recomendando a los allí presentes que mantuvieran su autoridad como hombres antes sus mujeres recurriendo a la amonestación, la intimidación y si fuera necesario a los golpes…eso sí procurando no dejar marcas en el rostro, ni fracturar ningún hueso, y de ese modo conseguir que sus mujeres se mantengan sumisas y no se atrevan a ser independientes económicamente ni a tener cuentas bancarias propias, y se dediquen a cuidar de su marido y a educar a los hijos.
De acuerdo con la doctrina impartida por el Sr. Laaroussi en su interpretación de El Corán, el varón ostenta una posición de absoluta superioridad y de control sobre la mujer, que colisiona con el principio de igualdad (art. 14 CE) y la igualdad de derechos y obligaciones entre cónyuges; pero para el Sr. Laaroussi esas leyes protectoras de la autonomía personal de la mujer no deben ser tenidas en cuenta por los buenos musulmanes. Y así predicaba:
“Tratar bien a las mujeres y otorgarles sus derechos, sin duda la mujer ha nacido de una costilla torcida, y lo mas torcido de una costilla es la parte delantera” …/…Si hay casos de desobediencia y de actitudes malas, el hombre musulmán no debe precipitarse al divorcio, ni que se deje llevar en los momentos de tensión. Tiene que meditar, tiene que reflexionar y sobre todo tiene que aplicar lo que el Islam nos ha dictado. Hay métodos y soluciones para estos conflictos y citó la famosa soura del Corán que dice
“¡Amonestad a aquéllas de quienes temáis que se rebelen, dejarlas solas en el lecho, pegarlas! si os obedecen, no os metáis más con ellas, Alá es excelso, grande”
Efectivamente el hombre le tiene que enseñar a su esposa las obligaciones y los deberes que Dios nos ha dictado. …/… Y sí, hermanos, con este método no se soluciona el conflicto, pues tienes que acudir a los golpes, ¿cómo son estos golpes? los golpes no son lo que provocan las fracturas de los huesos, no son los que hacen correr la sangre, no son los golpes en la cara... no. El Islam te dice:
No afees, no golpees en la cara, no hagas correr la sangre, esto es el Islam, puede ser que en algunos momentos los golpes se limitan a dar golpes con el Siwak, a veces se limitan así.
“...En el Islam los golpes son una practica tolerable, pero los golpes tienen límites a los que se llega cuando las otras soluciones no son efectivas.
Estos métodos o vías que utiliza la persona para solucionar estos conflictos tienen que ser discretos, que nadie sepa de ellos fuera de la vida conyugal...”
“... Hoy en día una de las causas del divorcio es que la mujer sale a la calle a trabajar y se convierte en una mujer independiente, con su propia cuenta bancaria quedándose los niños sin educación.
Esta mujer que tiene su propia independencia, que tiene trabajo y dinero, mira al hombre con una mirada de desprecio. El hombre en este caso tiene que trabajar también en casa, como preparar la comida y lavar la ropa, y esto conlleva a una ruptura y conflicto entre el hombre y la mujer.
El hecho religioso en general y el Islam en particular, por su propia naturaleza, arraigado en unos textos sagrados y en la guarda de una tradición ha evolucionado –salvo en las sociedades protestantes secularizadas- mucho más lentamente que el pensamiento filosófico y político en relación con la situación personal y social de la mujer. Es preciso en este terreno mantener una beligerancia cívica y legislativa que garantice, como verdadera cuestión de orden público la libertad y la protección de todos -pero especialmente de la mujer- frente a la intimidación, la presión o incluso la violencia que puede sufrir por parte de su propia Comunidad, siempre en el marco del derecho constitucional de toda persona a la libertad de pensamiento y de conciencia.
Nos va mucho en ello. A todos.