Colaboraciones en prensa

Anoche tuve una pesadilla; explicaba a una guiri qué es la Aste Nagusia. La guiri preguntaba quién es Marijaia, por qué en el cartel de este año parece un travesti, por qué las terrazas están llenas de gente que en todo el año no bebe ni un zurito y en estas fiestas va más puesta que Amy Winehouse, qué calzado hay que llevar a las txosnas para no volver a casa como un indio pies negros… Y ante ese interrogatorio, en un giro argumental onírico, la he plantado en medio del Arenal, con un plano (o mapamundi) de Bilbao y un pañuelo azul, y he salido corriendo justo cuando empezaba el txupin y le caía encima esa mezcla repugnante de huevos, harina y ese líquido inclasificable que algunos llaman champán.

Si no has nacido o crecido en Bilbao, es difícil entender esta demencia colectiva que llamamos Semana Grande. Que una semana tenga nueve días, ya debería hacernos sospechar que algo raro pasa. Pero si naces aquí, lo ves hasta lógico. Desde pequeñito sabes que a las txosnas se va con katiuskas (nunca con sandalias) porque si no, parece que has llegado de coger chapapote del Prestige. ¿Pero cómo explicarlo a alguien de fuera? Si pienso en explicar las relaciones familiares de la ballena Baly, su marido el pulpo y sus hijos besugo y txangurro, ya empiezo a hiperventilar como una fiera. Pero los niños bilbaínos encuentran normales esas perversiones y tejemanejes genéticos, que hubieran aterrado hasta al doctor Mengele. Y ven razonable que a la fatídica familia se sume ahora una jirafa amiga de Baly, que a saber qué depravaciones nos deparará.

Nuestras criaturitas son de amianto. ¿Sus padres los llevan al Gargantúa para que los coma y los expulse por donde amargan los pepinos? ¡Estupendo! ¿Les enseñan el cartel de Marijaia sin censura, como si fuera normal ese espectáculo? ¡Fenomenal! ¿Ven pasear a la luz del día a la txupinera y a la pregonera con esas pintejas? ¡Sin problema! Están hechos a todo y no les asusta ni Mike Kennedy.

Hagamos como ellos y que sea lo que Dios y Marijaia quieran. A fin de cuentas, sólo se vive una vez. ¡Feliz Aste Nagusia y que la suerte os acompañe!

Aparecido en El País el 18 de agosto de 2012

El pasado viernes un programa de investigación mostraba cómo diferentes profesionales ofrecían a un falso cliente que solicitaba un presupuesto, la posibilidad de pagar sin factura, sin IVA. Incluso alguno había que incluso incitaba a hacerlo.

Muchos de ellos lo hacían por teléfono, sin el mínimo pudor.

Y así ocurría con autónomos de varios gremios, letrados que incluso orientan al defraudador para ocultar el delito, agentes inmobiliarios que sugieren poner la propiedad a nombre de una empresa en Gibraltar, particulares en la compra-venta de un piso...

Había incluso quien confesaba estar de baja y por tanto no podía emitir factura.

Por otro lado, muchas de las cosas que pagamos, una copa de vino, el pan, las chuches, un corte de pelo, el lavado del coche... y miles más, llevan gravado el IVA, que pagamos. Como no pedimos factura, ni siquiera un ticket, la declaración de ese IVA que hemos pagado queda en manos de la profesionalidad y honestidad de quien lo percibe. Pero cuando éste no lo declara, va a engrosar la bolsa de economía sumergida.

El ciudadano medio, en general, es receptivo cuando se le ofrece la posibilidad de ahorrarse una parte del importe a cambio de no recibir una factura.

Es decir, que los mismos que salimos a protestar contra nuestros políticos por la desastrosa gestión y el mangoneo generalizado, también defraudamos aunque a una escala muy inferior.

Tenemos los políticos que nos merecemos: en el país de los ladrones, el golfo es rey.

Aparecido en el diario El Correo.

Siempre he pensado que con lo visto y oído por un taxista en sus años de profesión podría escribirse un best seller. Son nuestro primer contacto con una nueva ciudad, una nueva cultura y responden con ganas a todas nuestras preguntas, a pesar de haberlas contestado miles de veces, haciendo más confortable nuestra adaptación. Resultan familiares cuando aterrizamos en casa y nos van poniendo al día entre semáforos. Son a menudo nuestros confidentes, con quienes compartimos íntimos secretos, amparados por el anonimato que caracteriza estos encuentros fugaces. Y por su proverbial discreción. Expertos en mecánica llevada a la práctica, nadie mejor que ellos para asesorar a un cliente con dudas  que quiera adquirir un coche. Guías turísticos impagables, conocen al dedillo cada rincón de la ciudad y su particular historia, a la que añaden su peculiar puesta en escena, conocen cada bar, cada antro y el camino más corto a los altos y lo bajos fondos. No suelen hablar idiomas pero poseen una habilidad única para entender y hacerse entender. Curtidos en  todos los vicios, miserias, rarezas y demonios que pueblan la noche. En una época en la que no nos hemos dado aún cuenta de que tenemos dos oídos y una sola boca, son grandes escuchadores y buenos consejeros, al punto que podrían cobrar por la absolución velada que, sin querer, muchos encuentran.

En París hay un público que exige calidad a nuestros músicos de flamenco. Aficionados minuciosos, escuchan como si fuesen taurinos del compás sentados en el tendido siete de la plaza de Las Ventas. A ellos se enfrenta, con su traje musical más clásico -tiene otros de corte galáctico-, un veterano de veintisiete años: Francisco Contreras, Niño de Elche. Sale al ruedo en compañía del buen guitarrista Francisco Vinuesa, a quien jalea con una consigna insólita: “¡Sensibilidad!”. Se entiende por qué el cantaor, de gestos sobrios y bellos, rechaza los micrófonos. Lo primero que nos impresiona es la voz. Ha aprendido limpieza vocal al lado de Calixto Sánchez y le añade unos filamentos trágicos de Camarón de la Isla. Ya pueden embestirlo los cantes grandes o chicos. Se atreve con todas las faenas y hace su lidia de soleás, tientos-tangos, una bulería para que las palabras de Rafael Alberti reencuentren a Federico García Lorca. Como animal que prepara alguna acometida, sus pies escarban la superficie de los ritmos y, de repente, en los momentos de mayor desgarro, la sangre se le agolpa en el rostro. Las pausas son un calambre entre los espectadores. Bromista culto, Francisco Contreras rememora a un poeta que buscaba el toro de ojos verdes, y después da la puntilla a cualquier arte alejado de lo humano: “No quiero cantar a un montón de sal”. Al final del concierto, en París se dice que con Niño de Elche ha nacido una seriedad artística. “Especialmente un maestro del matiz”, susurro en el callejón.

Artículo aparecido en El Cultural.

Hace casi dos mil años, el emperador Marco Aurelio escribía cosas como ésta: “Ten cuidado de no convertirte en un césar, de no impregnarte demasiado de ese espíritu, porque ocurre. Consérvate sencillo, bueno, puro, grave, natural, amigo de la justicia, piadoso, benévolo, afectuoso, firme en el cumplimiento de tus deberes... Reverencia a los dioses y socorre a los hombres. La vida es breve. El único provecho que es posible obtener de esta vida terrestre: propósitos piadosos y acciones inspiradas por el bien social”. Y podría esperarse que si ya en aquella época —antes de que pasara casi todo: el Siglo de las Luces, por ejemplo; y el afianzamiento y ensanchamiento de la democracia, y avances científicos espectaculares, y un sinfín de maravillosas obras de arte, filosofía, literatura— había gobernantes así, el presente iba a depararnos mandatarios más sabios aún, más preocupados por el cumplimiento de sus deberes, más empeñados en la justicia y el bien social. Que íbamos a pasar de los aforismos y meditaciones clásicos a sabias formas modernas de expresión política, capaces de ensanchar el espíritu crítico, despertar empatías, apelar a la profunda inteligencia del interés común; de hacernos, en fin, crecer como ciudadanos.

No creo que haya que insistir en que no es el caso; en que asistimos a una progresiva degradación de la expresión política. Que los dichos de muchos de nuestros dirigentes no se sitúan precisamente en las alturas de la meditación, sino en una bajura hecha de medias tintas, medias verdades —supongo que ya habrá quién esté calculando numérica, presupuestariamente, el coste de enredarse en la (no) definición de rescate, esto es, de proponer al país de dentro y a los de fuera cortinas de humo en lugar de bases de transparencia—, improvisaciones, banalizaciones, deslocalizaciones de la responsabilidad —ese insufrible “tú más” o “tú peor” y un largo etcétera de manifestaciones donde no puede distinguirse el menor rastro de, y por seguir con la referencia clásica, cuidado, benevolencia, afecto, sentido del deber, socorro al ciudadano, inspiración de y hacia el bien social.

Y elijo dos ejemplos, entre tantos posibles. Uno: la comparación que ha hecho el líder de Aralar entre la Marcha Verde y la posibilidad de que quienes tuvieron que exiliarse de Euskadi por el terrorismo puedan votar en las elecciones autonómicas. Por mucho que la oposición a ese voto sea argumentable, ¿cuánta empatía humana o amistad por la justicia o sentido de la responsabilidad política encierran esas palabras de Patxi Zabaleta? Dos: el tuit enviado por la ministra de Empleo para alardear de un récord en un juego de bolitas. Al parecer, se envió por error. Sin duda. Pero lo significativo es que resultó creíble, lo que dice mucho del estado de la cuestión, de la degradación de una expresión política cada vez más alejada del sabio aforismo y más empantanada en el sinsentido, en el tuit insustancial.

Aparecido en El País.