Amelia Serraller estrena un adelanto de su nueva obra, "Réquiem y marmitako"
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Con motivo de la semana del libro, Amelia Serraller estrena en primicia en nuestra web "Un ciclón en la sombra". Este relato constituye un anticipo de su nueva obra, "Réquiem y marmitako", cuyo lanzamiento a cargo de Ediciones Facta está previsto para el mes de mayo. El nuevo trabajo de Amelia Serraller lleva el subtítulo de "Historias del confinamiento" y cuenta con prólogo del escritor y editor vasco Félix Maraña y portada del artista donostiarra Kanif Beruna.
Un ciclón en la sombra
Maite bajó las escaleras corriendo. Y ya podía hacerlo, porque su cachorro Renton le llevaba un tramo de adelanto. Antes, le hubiera atado en corto con un grito. Ahora, ella deseaba tanto como él pasear por la desierta ciudad y sentir la brisa enredándose por su largo cabello.
Al llegar a la calle, Renton se detuvo bruscamente. ¿Por qué su amita no le había increpado? Y peor aún, ¿cómo era posible que la chavala más veloz del Santo Tomás se hubiese quedado a la zaga? Últimamente pasaban cosas tan raras que, si no fuera por el piar de los pájaros y el sol que extrañamente inundaba la ciudad aquellos días, habría perdido el apetito.
Un minuto y ya estaban listos para recorrer en solitario toda Moraza. Renton pegaba brincos de alegría de ver las calles sin apenas obstáculos: ya estaban a la altura de Urbieta y ni siquiera se habían cruzado con un coche.
“¿Adónde me llevará hoy Maitetxu?” —se preguntaba. Porque, para desahogarse y miccionar, prefería sin dudarlo el Parque de Amara. Pero la Plaza Easo tenía el encanto de coincidir con su perra favorita, una bulliciosa cocker spaniel de nombre Mafalda.
Renton intuía que Mafalda le olía desde la distancia. Y eso que solo se conocían de algunas semanas. Al principio le había atraído de Mafalda su coqueto desparpajo. Pasó un día hasta que jugaron con el mismo palo. Y desde entonces, siempre que se cruzaban, Mafalda había armado un lío. Siempre en el ojo del huracán.
Durante el confinamiento, Renton echaba de menos aquellas persecuciones, los celos de ver a la cachorra ladrar alegremente a un mastín, o la risa que le entraba ante los tirones que Mafalda solía darle a su dueño, un treintañero cántabro llamado Sergio.
“Las hembras son caprichosas” —pensó meneando la cabeza. Maite le conocía bien y advirtió aquel gesto de tristeza. Nadie estaba preparado para aquel dichoso confinamiento. Y por eso mismo les habían unido más.
—¿Qué pasa, Renton? —dijo cuando ya enfilaban el Bellas Artes—. ¿No quieres ir al Parque de Amara?
Renton iba a negarlo con un salto, pero se lo pensó dos veces. Al fin y al cabo, aquel día era más pronto que otras veces. ¿Y si en la Plaza Easo estuviera paseando sus lanas Mafalda?
—Ez! –negó con un rotundo ladrido.
—Buuuuueeno, vamos a la Plaza de Easo. ¡Igual vemos a Mafalda y Sergio, ligón! —divertida, Maite le guiñó un ojo a Renton. Prefería mil veces verlo enfadado que triste.
En la esquina del Bellas Artes Maite se detuvo a ver el imponente chaflán donde vivía su tío. ¡Ay, quién tuviera una buhardilla con una terraza como esa! Desde aquel séptimo piso, seguro que se divisaba medio Amara, y por las noches se podían contar las estrellas.
Miró la balaustrada de Txetón. Las dos hamacas vacías, a pesar del sol. Ni rastro de libros. Y lo peor, el triste aspecto de las macetas.
—Ay, Renton: tenemos que llamar al tío. ¿A que tú también le echas mucho de menos?
—Bai, baina… ¡Dejémoslo! —en realidad, le encantaba encontrarse con Txetón: siempre ocurría algo inesperado. Era un gamberro, capaz de regalarle una salchicha entera, tirarle su pelotita a los sitios más inesperados o llevarle un rato al Agustín, a ver con todos los hombres el fútbol. Mientras, Maite o su madre podían beberse un refresco, ir al baño o jugar un rato con la pandilla. Solo que últimamente…
—Sí, ya sé. Últimamente está un poco diferente, más pensativo. O es él, y de repente le cambia la cara, como si le hubieran pisado un callo.
Renton asintió meneando las orejas. Pero seguro que no era un callo. Quizás Txetón tenía pulgas, se había torcido una pata o lo peor de todo: no encontraba a su Mafalda.
—No aúlles más Renton. ¿Y cómo estará llevando el pobre esto del confinamiento? Tenemos que hablar con él. Aunque, ¿sabes qué, nene?
Renton se paró en seco para aguzar las orejas. De cuando en cuando Maite tenía muy buenas ideas.
—Con este solazo, si yo tuviera esa terraza, me pasaría allí todo el confinamiento. Y tú y yo dormiríamos observando la Luna desde las hamacas.
—Ondo ondo! —gruño entusiasmado Renton., emocionado de sentir cómo la brisa le acariciaba la pelambrera. ¡Qué libertad poder sentir eso mismo las veinticuatro horas del día!
—No te emociones, ¿eh? ¡Que ya estamos casi en la plaza! A ver, tú y yo tampoco vamos mal. ¿Quién te saca todos los días a dar un “superpaseo”?
“Lo cierto es que él me saca a pasear a mí” –pensó Maite con melancólica alegría. En realidad, era el cachorro de su madre Mónica. Y estaba siendo su gran apoyo durante todo el confinamiento. Lo duro no era volver a Donosti sin apenas poder salir de casa. Lo terrible era que el ciclón indestructible de Mónica tenía cáncer de mama.
Se lo diagnosticaron en verano, pero Maite sabía que venía de largo. Desde que ella marchó a Bilbao a estudiar, sus padres no habían parado de reñir. Cualquier excusa era buena: liberar definitivamente Euskadi u honrar a las víctimas, el empoderamiento o las feminazis, yoga o judo, la Real o el Athletic. Verdaderamente, sus padres habían seguido sendas irreconciliables.
“Tiene que haber algo más” –alarmada, le había preguntado un día a su tío Javi. “Ay, Maite, el matrimonio es muy duro. Por eso yo, ¿ves? No tengo ninguna prisa”.
Tito Javi era el hermano pequeño de Mónica. Maite y él siempre estaban de risas, hasta aquella tarde en que la fue a visitar a Las Arenas. Fue un plan improvisado, Maite estaba tan feliz que ni siquiera le importó perderse el concierto de los sábados. Ya estaba bajando la escalera cuando sonó la bocina del Smart. Maite gritó y corrió como una flecha, pero Javi solo la abrazó en silencio. Pasearon hasta perder el rumbo con la humedad inundando palmo a palmo la ciudad. Era como si sus voces se comiesen el bullicio y las risas de los transeúntes, hasta que se hizo tarde y se metieron en el primer tugurio para no pensar.
Y ahora, tres meses y cuatro sesiones de radioterapia después, Maite se enfrentaba sola a los tres. A Ima, a Mónica y al señor Cáncer. Por separado. La primera vez.
En su piso compartido de Las Arenas se había preparado mentalmente. Pero luego todo fue distinto. La pasividad de su amatxo le irritaba: “qué bien lo lleva”, decía todo el mundo. Pero ese era exactamente el problema. Mónica era una mujer de armas tomar y aquella señora discreta no era ni su sombra.
Así que fue al nuevo piso de Ima sin saber muy bien qué esperar. Su padre siempre había sido muy abertzale, pero de ahí de irse de okupa a un pisito en Moraza había un abismo.
—“¡Maitea! ¿Cómo anda mi chica? Venga, pasaaa –dijo Imanol en la puerta, con la voz un poco de falsete.
—¿Qué pasa, aita? ¿Qué se te ha perdido por aquí con estos… —desde la entrada vio a cinco hombres comentando el fútbol; solo dos le sonaban de algo—tu nueva cuadrilla?
—Bueno, ha sido tu ama… ya la conoces. Últimamente estaba muy rara, con todo lo suyo.
—¿Con todo lo suyo? –del enfado, la voz de Maite tronaba—. Cáncer, aita, ¡se llama CÁNCER! No sé cómo puedes dejar a la ama: ¡COBARDE!
Todo día mentalizándose para no decirlo y solo había tardado dos minutos, se dijo Maite para sus adentros. Lo peor era que se había disparado y necesitaba seguir, e incluso insultarles a aquellos semidesconocidos que la miraban aterrorizados mientras subían el volumen del televisor. “Cobardes también. Los hombres son todos unos débiles”.
—Oye, ¿tú qué me has llamado? Haz el favor de mirarme cuando te hablo. Tu aitaaaa es TODO menos un cobarde.
—Le has dejado… SOLA justo AHORA —la voz de Maite parecía un animal herido.
—¿Quieres dejar de decir tonterías y pasar al salón de una vez? No, mejor que no nos interrumpa el fútbol. Vamos a la cocina, TÚ Y YO, a charlar. De cáncer y de otras muchas cosas, ¿eh?
Ima pasó el brazo sobre Maite, que de inmediato se recompuso. La nobleza de su aita le daba fuerzas. Quizás acabase volviendo a casa. Pero para eso aún le quedaba, así que, con extraña suavidad le apartó el brazo y dijo, aparentando seguir muy ofuscada:
—NO, yo me VOY. No se me ha perdido nada por aquí. Agur, aita! —y salió despedida como un bólido.
Y desde aquella tarde, no se separó más de Renton.
(@Amelia Serraller)
Amelia Serraller comparte un nuevo fragmento de "Cenizas y fuego. Crónicas de Ryszard Kapuściński"
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Amelia Serraller comparte un nuevo fragmento de su obra "Cenizas y fuego. Crónicas de Ryszard Kapuściński".
Estas líneas son continuación de los fragmentos ya compartidos por la autora en esta misma web. Puedes releer los anteriores en los siguienes enlaces (primer fragmento, segundo fragmento y tercer fragmento)
Queremos agradecer a Amelia Serraller su generosidad a la hora de compartir con nosotros estas páginas de su libro.
Podéis encontrar "Cenizas y fuego. Crónicas de Ryszard Kapuściński" en este enlace y conocer la trayectoria de Amelia Serraller en su página de autora.
Dos reportajes bélicos: Un día más con vida y La guerra del fútbol
No obstante, en 1972 el autor polaco había abandonado la corresponsalía, por lo que se despide literariamente del continente con La guerra del fútbol (1978), cuyo título acaba designando a la contienda entre Honduras y El Salvador durante la fase clasificatoria para la Copa del Mundo.
Entre Cristo y La guerra sale a la luz en 1976 el libro predilecto del propio autor, Un día más con vida (Jeszcze dzień życia), dedicado a la guerra de independencia de Angola. El libro supone un punto de inflexión en su carrera, ya que se trata del primer reportaje unitario en la obra del periodista polaco.
Con todo, Kapuściński no dejará de visitar intermitentemente el Nuevo Continente. En un principio acude a impartir clases magistrales en universidades, además de cubrir la visita del Papa Juan Pablo II a México en 1979.
Precisamente sus estancias en las universidades latinoamericanas prefiguran en cierta manera sus futuras visitas al Nuevo Continente. Y es que el reportero polaco será uno de los profesores habituales de los talleres itinerantes de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, fundada en octubre de 1994 por el recientemente desaparecido Gabriel García Márquez.
Gracias a los mencionados talleres, Kapuściński influirá directamente en toda una generación de reporteros latinoamericanos, en lo que se conoce como el “boom” de la crónica en este continente. La lista es larga, y en ella se encuentran nombres que también son populares en España, como Gabriela Wiener, Santiago Roncagliolo, Leila Guerreiro, Pedro Lemebel, Alma Guillermoprieto o Sergio Gónzalez Rodríguez. Algunos de estos periodistas son también prestigiosos escritores, como es el caso del activista chileno Pedro Lemebel.
No obstante, una vez abandonado su cuartel general mexicano, Kapuściński pasó más tiempo en África. Ello no es óbice para que uno de los proyectos que frustró su muerte fue precisamente escribir un libro dedicado a toda América Latina. Con él pensaba cerrar la trilogía de las grandes síntesis panorámicas, que comienzan El Imperio (1993) y Ébano (1998).
No en vano, otra de sus estrategias como reportero consiste en no dejar completamente de lado un destino, que equivale a un tema en el que se ha profundizado. O lo que es lo mismo, pasados los años, una especialidad más.
Las servidumbres del poder: El Emperador y El Sha
Corre el año 1976 y Kapuściński, inmerso en una crisis creativa, incumple los plazos que le ha impuesto la redacción para escribir sobre Etiopía. Busca desesperadamente un punto de arranque, un detalle al que asirse, simple pero revelador:
No existe nada más simple que un vaso de agua (…) o un mendrugo de pan. ¡Y con eso se salvan vidas! Así que busco entre esas imágenes y entonces me viene a la cabeza que el emperador tenía un perrito (…) siempre lo llevaba consigo (…) y que tenía un sirviente que siempre estaba pendiente del perrito. ¿Qué puede decir el sirviente acerca del perrito? La frase más sencilla que se pueda escribir sobre el perrito: “Era un perrito muy pequeño, de raza japonesa. Se llamaba Lulú”. (…) En cuanto lo escribí, supe que ya tenía libro[1].
Por su parte, el lenguaje alterna el polaco antiguo de la época del sarmatismo con neologismos, para subrayar el anacronismo de un sistema feudal. Toda la prosopopeya, la pompa y la ceremonia que rodean la corte casan muy bien con la lengua literaria del Barroco polaco, al igual que los elaborados epítetos con los que el servicio se refería a su señor.
La importancia de estas frases reside tanto en su contenido, las relaciones de poder, como en su tono, decididamente grotesco. En ellos está la quintaesencia de la obra, construida a partir de los recuerdos de los cortesanos del Negus. De todas formas, sus monólogos constituyen uno de los tres niveles narrativos. Los otros dos son las citas que inaguran cada sección, por un lado; por otro, los comentarios del reportero, que sirven como las acotaciones a las obras de teatro: enmarcan la acción en un espacio y un tiempo.
Otro rasgo característico de El Emperador es la importancia de la oralidad, que acerca al relato a dos mundos aparentemente opuestos, el reportaje y el cuento. Todo periodista trabaja recopilando testimonios, que Kapuściński aparentemente transmite tal cual. Sólo que el carácter irreal, secreto y exótico de estas experiencias, que son una ventana al mundo hermético e inaccesible de la corte de un autocráta, parece sacado de Las mil y una noches.
En ese sentido es muy interesante la diferencia entre la serie Un poco de Etiopía, (Trochę Etiopii) que apareció entre febrero y julio de 1978 en las páginas de Kultura, y el libro que editó Czytelnik en otoño de ese mismo año. Paradójicamente, el primero acaba con un fragmento de un cuento de Anderson, El día del juicio final, mientras que el segundo culmina con la noticia de la muerte del monarca, tal y como la recogió The Ethiopian Herald el 28 de agosto de 1975. De esta manera, el autor nos devuelve bruscamente a una realidad reciente, a la vez que hace un curioso trasvase de géneros.
Casi cuatro años después, en enero de 1979 la Revolución de Irán llega a su fase decisiva. La agencia decide enviar al reportero Stanisław Zembrzuski, al que la perspectiva le horroriza. Confiesa su miedo a Kapuściński, que se ofrece a acudir en su lugar.
Con todo, el autor de El Emperador no cubrió los acontecimientos iraníes en solitario. Más o menos a la vez que él llega al territorio persa otro prestigioso reportero, Wojciech Giełżyński. Resulta muy curioso comparar la relación que uno y otro hacen de los hechos: Giełżyński elabora en La revolución en nombre de Alá (Rewolucja w imię Allacha)un reportaje clásico, con una relación exacta de datos, fechas y sucesos, mientras que Kapuściński ofrece una deconstrucción del trabajo periodístico, abriendo el libro con la descripción de una caótica habitación de hotel, llena de fotos y recortes de prensa.
Si en la anterior obra primaba el oído sobre todos los sentidos (los testimonios orales de los cortesanos, las escuchas palaciegas y posteriores denuncias, las conspiraciones secretas), en El Sha prima la imagen, las instantáneas de los protagonistas del drama, las masas enforvorecidas dispuestas a desafiar a la policía. Al igual que a los iraníes, a Kapuściński le cuesta poner orden a sus impresiones y vivencias. O más bien, ésa es la imagen que nos quiere transmitir en el libro, en consonancia con el caos y los excesos revolucionarios. Y es que a su lado tuvo de intérprete a la estudiante polaca Elżbieta Lisowska, que en 1979 disfrutaba de una beca en Teherán. Para Lisowska, “era un enorme placer contemplar cómo trabajaba. Para los reporteros que llegaron a Irán de todo el mundo, lo importante eran las noticias, la ´carnaza periodística´. Él también prestaba atención a los detalles[2]”.
En su biografía, Beata Nowacka y Zygmunt Ziątek van más allá de la preponderancia de la imagen, para detectar el pulso cinematográfico de El Sha. La selección de fotografías tiene mucho que ver con el proceso de edición, pero es que además el libro alterna tres maneras distintas de organizar las secuencias: a imagen y semejanza del cine, hay hechos que se nos refieren de manera lineal, mientras que otras veces se intercalan dos líneas argumentales, –montaje paralelo– la revolución y el relato metaliterario de la composición del reportaje, que a veces se presentan de forma simultánea: “Europa descansa, está de vacaciones, visita monumentos. Al mismo tiempo en Teherán no hay un instante de respiro[3]”.
El libro acaba con una descripción del arte de las alfombras persas, a cargo de Ferdousi, un vendedor que no por casualidad lleva el nombre del gran poeta iraní del siglo X. Frente a la caducidad de los regímenes, la cultura permanece, dice Kapuściński. De hecho, El Sha aspira también a ser esencia y síntesis del drama de un pueblo.
El interés por la figura del tirano, y el servilismo y posterior rebeldía que éste desencadena parace agotársele a su autor con El Emperador y El Sha, dos obras complementarias en muchos aspectos. Así, la suntuosidad de una choca con la sequedad de la otra, los ecos del doble lenguaje con la fuerza de las imágenes, y la silenciosa rutina de palacio con la agitación en las calles iraníes. Se podría decir que su autor ha recorrido todo el espectro de posibilidades que esta temática ofrece, por lo que no llega a escribir nunca su semblanza de Amín, el sanguinario dictador ugandés. De esta forma, la trilogía del poder como espejo deformante de las debilidades humanas quedó incompleta, en parte también porque ocurrió entonces un hecho sin precedentes: la caída del muro de Berlín.
[1] NOWACKA, B. y ZIĄTEK, Z.: (2010:249).
[2] “Wielką przyjemnością było patrzeć, jak pracuje. Dla przybyłych do Iranu reporterów z całego świata ważne były newsy, ‘dzięnnikarskie mięso’. On zwracał uwagę także na detal”. De Lisowska, E.: Zabrakło mistrza, http://poznajswiat.com.pl/art.1028. Consultado el 1 de mayo de 2010.
[3] KAPUŚCIŃSKI, R.: (1987:84).
"Bilbao, llúeveme", por Luis A. Bañeres
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Bilbao, lluéveme
Amelia Serraller comparte nuevos fragmentos de "Cenizas y fuego. Crónicas de Ryszard Kapuściński"
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Seguimos compartiendo fragmentos de la obra "Cenizas y fuego. Crónicas de Ryszard Kapuściński" de Amelia Serraller.
El siguiente fragmento es continuación de los ya publicados en esta misma web. Puedes releer los anteriores aquí y aquí.
Cristo con un fusil al hombro: compromiso y polémica
La curiosidad que despiertan las figuras de los revolucionarios cubanos es común a todo el Bloque Comunista, pero también alcanza el llamado Primer Mundo. Al reportero le fascina el personaje del guerrillero, el joven dispuesto a sacrificar su vida por un ideal, abocado a un fatídico destino al igual que los héroes de las tragedias griegas y los grandes personajes de la tradición romántica polaca. Nuevamente, Kapuściński ha sido destinado a un lugar idóneo para creer en las utopías, lejos de los ajustes de cuenta de sus paisanos burócratas.
Los finales de los sesenta y comienzos de los setenta eran años contestatarios a un lado y otro del Telón de Acero, en los que además todo un continente, África, se independiza del yugo colonial.
En el panorama internacional destacan asimismo los sucesos iberoamericanos, el enorme potencial de una parte del mundo en la que los gobiernos socialistas de Cuba, Chile y más tarde Nicaragua gozan de un amplio respaldo popular. Se podría hablar incluso de un hervidero ideológico y artístico, puesto que el mundo entero descubre dos nuevas formas de entender el cristianismo y la literatura, la teología de la liberación y el boom del Realismo mágico. Kapuściński se encuentra en el meollo de todo ello, con la ventaja de que la tradición de la literatura documental polaca (literatura faktu), que él cultiva, se halla muy próxima al concepto de lo real maravilloso.
Cristo con un fusil al hombro está imbuido de esta atmósfera electrizante, y funciona además como un compendio de sus primeros escritos latinoamericanos. Se da pues un curioso caso de intratextualidad: si bien Kapuściński tenía la práctica de publicar primero sus reportajes en prensa a lo largo de números sucesivos del mismo medio, para luego seleccionar los mejores y agruparlos en un libro, el caso de Cristo es un poco distinto. Con él, inaugura otra de sus prácticas predilectas: insertar un texto suyo de considerable extensión que ha aparecido en el mercado editorial anteriormente, acortarlo e incluirlo en un nuevo volumen. Eso es lo que ocurre con Por qué mataron a Karl Von Spreti, un texto autónomo que sacó a la luz la editorial Książka i Wiedza en 1970, que, convenientemente retocado, es uno de los capítulos de Cristo.
El libro en cuestión es un mosaico que se subdivide en dos grandes bloques, más una especie de coda final, breve, pero de distinto tema. El primer bloque está dedicado al conflicto palestino-israelí, narrado desde la perspectiva árabe. Consta de los siguientes reportajes: Fedayines, Caín y Abel, Vía Crucis, La batalla de los Altos del Golán. El segundo y más extenso, es el propiamente americano, y está integrado por el capítulo que da título a la obra y otras cuatro narraciones más: El hombre teme a otro hombre, Victoriano Gómez ante las cámaras de la televisión, el ya mencionado Por qué mataron a Karl Von Spreti y Guevara y Allende. Cierra la obra un texto suelto, cuya temática es radicalmente diferente de las anteriores: El primer disparo por Mozambique.
Esta variedad resulta intrigante: ¿por qué esta mezcla de conflictos tan lejanos entre sí? El autor mismo quiere que nos hagamos esta pregunta, porque para despejar cualquier tipo de incógnita se necesita de la reflexión. Con estos saltos nos ofrece un panorama global de un mundo en el que hay varios frentes abiertos simultáneamente. Conflictos que, pese a la distancia geográfica, presentan muchos rasgos en común: se trata de graves injusticias que es urgente reparar, o al menos denunciar.
Pese a que el escritor polaco vive ajeno a los vaivenes que recorrían por entonces Europa, capta el espíritu de esos tiempos de inconformismo y rebeldía y nos trae información de los auténticos protagonistas de este cambio, que son los países que han sido colonizados. De hecho, dichos países se alzan contra la metrópoli, que los vampiriza impunemente. Mediante las revoluciones, la colonia renuncia a su rol de sometimiento cambiando así la percepción y la mentalidad de la metrópoli.
La lucha de los países subdesarrollados por reconquistar la dignidad es el acontecimiento más importante de nuestra época, nos está diciendo Kapuściński. El futuro está en el Tercer Mundo y no en las decadentes culturas europeas. Dentro de esta línea general que recorre todo el libro, la presencia de Mozambique tiene también otra función: al reportero le gustan los anticipos, y crear un vínculo con el lector, al que de esta forma avisa de que no ha dado por concluido el capítulo africana, que de hecho será la dirección dominante que tome su obra inmediatamente posterior. Pensemos en los casos de Un día más con vida, que se publicó tan sólo un año más tarde, de la mitad de La guerra del fútbol y de El Emperador, ambos de 1978.
El periodista polaco, que sabía promocionar su trabajo, es consciente de que con los libros que transcurran en más de un continente contará con un mayor número de lectores, y de que es posible que los interesados en determinado país descubran casualmente otra cultura. Asimismo, la abundancia de cambios ayuda a interesar al público, junto a lo vibrante, actual y casi desconocido del tema. Por todo ello, resulta casi imposible aburrirse con la lectura.
Si bien la variedad facilita la tarea al lector, supone un auténtico desafío para el escritor. ¿Cómo hacer inteligible una obra tan dispar? Principalmente, por medio de un lenguaje claro y sencillo, así como la repetición de una serie de elementos.
A Kapuściński le gusta escribir con un estilo diáfano. Para él era casi una cuestión de principios: la dignidad no está sólo en el autogobierno, sino también en el acceso a la cultura. En ese sentido, el reportero polaco era un divulgador de la Historia y la actualidad de los rincones más olvidados de nuestro planeta.
En cuanto a los mecanismos de cohesión, Cristo con un fusil al hombro es todo él un canto a la figura del guerrillero, que es universal, pese a que existan múltiples sinónimos procedentes de distintas lenguas y contiendas, como fedayin, partyzant, maqui o freedom fighter. El futuro de las revoluciones es incierto, pero el guerrillero es el presente. Kapuściński encuentra de nuevo la épica de lo cotidiano en los países en guerra, pero, sobre todo, en el hombre que arriesga su vida por un ideal.
Así, Cristo con un fusil al hombro es un poema épico en prosa, una especie de cantar de gesta contemporáneo, que no tiene versos sinocifras, citas, fechas y datos. Como puede deducirse, estos últimos no sólo ayudan a contextualizar la información, sino que imprimen un ritmo a la narración, imbuyéndola además de una sensación de inmediatez, de realidad tangible y fidedigna.
Para acabar con este análisis, cabe decir que uno de los subtemas o hilos conductores de este libro, pero también del conjunto de la obra de Kapuściński, es el motivo de las botas. De él se encuentra una recopilación exhaustiva de citas en el Cuaderno de comunicación Ryszard Kapuściński nº 1, hecha por Agata Orzeszek, traductora al español de la obra del escritor y periodista.
En cuanto al impacto del libro, la idealización de la figura del guerrillero es el aspecto verdaderamente polémico de la obra. Al respecto escribió Domosławski un artículo, Kapuściński contra la manipulación [1], en el que insinúa claramente que estos héroes de ayer son los terroristas de hoy. La tesis del artículo es la siguiente: el escritor y periodista es admirado internacionalmente con un ardor inusitado, gracias a que no se entiende su mensaje sumamente progresista y, por tanto, políticamente incorrecto. En la misma línea analiza Cristo con un fusil al hombro, al que Domosławski vuelve en varios capítulos de la biografía de su mentor.
Por su parte, la publicación en febrero de 2010 de la traducción al castellano de Cristo al castellano nos dejó una serie de comentarios y reseñas, en las que destaca la siguiente crítica del periodista catalán Arcadi Espada, ferviente admirador de Kapuściński antaño:
Hay dos textos puramente espeluznantes: “¿Por qué mataron a Karl von Spreti? y “Guevara y Allende”.
(…)
Sobre el segundo bastará la gran revelación: que el bondadoso Guevara dejaba ir libres a sus prisioneros, en vez de torturarlos y fusilarlos. Alguien podría objetar que fue una época. El libro es de 1975. El juzgar las convicciones de ayer con los datos de hoy, esa mandanga. No. [2].
Ambas posturas invitan a la reflexión: sin duda, Kapuściński estaba lejos de ser ese anciano periodista dotado de un gran sentido común, pero excesivamente buenista, la imagen que difundía la prensa internacional al final de sus días. Hay que hacer énfasis en que la domesticación del reportero fue denunciada en España antes que en ningún otro país (incluso que en Polonia) por Gregorio Morán en una de sus Sabatinas intempestivas, Francesc Marc Álvaro en su artículo Ryszard ypor el mismo Arcadi Espada en una entrevista que le hizo al autor en agosto del 2000, en la que conminaba a no “confundirse con su bondad: va armada de una de las escrituras más bellas y poderosas del siglo”.
Todos estos análisis son certeros. En este aspecto, los argumentos que también esgrime Domosławski son incontestables, aunque cabe preguntarse si no ocurre lo mismo con los grandes escritores famosos: su discurso se simplifica y desnaturaliza para que sea aceptado sin problemas por el conjunto de la sociedad.
América Latina, sin embargo, supone un pequeño escollo para esa tesis, como si fuera la excepción que confirma la regla. Y es que en esta serie de reportajes los lectores detectan perfectamente la carga ideológica de Kapuściński y eso es precisamente lo que tanto atrae: revivir con nostalgia la utopía revolucionaria. Un autor que habla de su historia reciente, que ha sido muchas veces relegada a un segundo plano, y que proporciona una cierta legitimidad a la lucha armada de la guerrilla.
Suele decirse asimismo, que Kapuściński rescataba los conflictos más remotos del olvido, sin que lo supieran nunca sus protagonistas. En cambio, los latinoamericanos han cerrado el círculo leyendo al reportero con unción.
Por otra parte, resulta muy interesante confrontar a Arcadi Espada con Artur Domosławski. Ambos parecen estar diciendo lo mismo, que el maestro está mediatizado por la coyuntura política, pero conviene matizar sus visión: Espada encuentra en ello, casi más que una falta de perspicacia, una cobardía moral; el biógrafo, sin embargo, sostiene que tenía una visión del mundo de un hombre de izquierdas, con lo que sus retratos del pasado ya no son políticamente correctos, mientras que sus descripciones del presente (refiriéndose explícitamente a su rechazo a la guerra de Irak) son impopulares en su país. Sólo que el prestigio de su nombre los neutraliza, porque sus lectores no conciben que una autoridad tan respetada esté en las antípodas de su propia ideología.
Sin duda, estos análisis son muy interesantes, sólo que resulta muy difícil posicionarse ante ellos. ¿Cómo podemos juzgar en la Europa del siglo XXI la honestidad con la que un corresponsal de un país comunista nos narró el despertar de América Latina en los años setenta? En cambio, el razonamiento implícito de Domosławski, insólito en un hombre que parece admirar a Kapuściński a su pesar, sí que va más allá de los juicios de valor o de lo meramente coyuntural: en el fondo, la fama no domesticó al historiador y reportero, sino que con los años éste aprendió del pasado volviéndose más independiente y comprometido. El problema está en que cuanto más se difunde un mensaje, se convierte en un lugar común y se vacía de contenido.
[1] DOMOSŁAWSKI, Artur: „Kapuściński contra la manipulación”, El País, Madrid, 23 de enero de 2008, http://elpais.com/diario/2008/01/23/opinion/1201042812_850215.html , consultado el 10 de abril de 2011.
[2] ESPADA, A.: “Solito en la vida”,El Cultural, 5 de marzo de 2010.
Encuentra este libro en este enlace y conoce la trayectoria de Amelia Serraller en su página de autora.
"De pena en pecho", por Luis A. Bañeres
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De pena en pecho
No deja de asombrarme y llenarme la noche vacía y silenciosa, con sombras sólo estáticas; la ausencia. El aire limpio por el desuso y el ozono de la tormenta, el viento sur juguetón y curioso. Las terrazas vacías, las persianas bajadas, los comercios que ahogan sueños en cuarentena. Ni niños, ni juguetes, ni carreras, ni gritos. Abundan los gorriones, cada vez más intrépidos. Hemos interiorizado lo que es metro y medio y que el bar está hoy en cada casa. Sentimos que tocar a alguien nos puede dar calambre. Pensamos en la ruleta que determinará quién no sale de ésta, en la vacuna imposible, el rebrote. La cantidad ingente de información que nos llega cada segundo, poniendo decimales a datos que no logran esconder la ignorancia, el desconocimiento del enemigo. Somos mujeres y hombres de pena en pecho. No sé si volverán las oscuras golondrinas, pero mira tú, el pan sigue saliendo caliente y tierno. La cola del súper no es para tanto. Se respira mejor y nos sentimos más solidarios y cercanos aún guardando el dichoso metro y medio. Los atascos, las aglomeraciones, los atracos... son solo malos recuerdos. Somos más creativos y estamos aprendiendo a valorar cosas en las que antes nunca nos habríamos fijado. Y a pasarlo mal, que es la mejor manera de prepararse por si a las golondrinas les da por no volver.