Colaboraciones en prensa
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- Escrito por Pedro Ugarte
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Artículo aparecido ayer en la edición vasca de El País y firmado por Pedro Ugarte:
Seguramente nos asusta su advenimiento, pero hay que hacerse a la idea. En contra de lo previsto, a Euskadi llega la paz. Suena raro; la paz nos va a coger desprevenidos y, todavía peor, al principio no sabremos cómo usarla. Pero está ahí, a la vuelta de la esquina. Nadie nos explicó el sonido del universo sin la percusión constante del conflicto (el célebre Conflicto) retumbando en nuestras cabezas.
¿Cómo será vivir sin revivir a cada rato la épica latosa del pueblo vasco? ¿Cómo serán los políticos reducidos al papel de gestores del presupuesto público? ¿De qué hablaremos tertulianos y articulistas? ¿Cómo se vivirá en ciertos pueblos del Goierri sin la expectativa de un nuevo sábado recorriendo la calle Autonomía de Bilbao detrás de una pancarta?¿Cuántos héroes de tercera tendrán que explicar, de pronto, qué escribieron, sobre qué investigaron, a qué se dedicaron durante estos largos años? Se abre ante nosotros un abanico de sensaciones inéditas; hablar un idioma sin que ello importe una adscripción política. O todavía más: hablar un idioma sin que la señora del ascensor se apriete el bolso bajo el brazo -en serio, me pasó el otro día-. Imaginen unas elecciones forales en que el debate entre los candidatos sea el peaje de las autopistas, el tipo del IRPF o las desgravaciones por tercer hijo. Sí, parece imposible, pero cuando la paz haya llegado los candidatos tendrán que ocuparse de esas cosas. O todavía más, si ya lo hacen, les juzgaremos por eso, y no por compartir o no con ellos cierto imaginario. Nos tienen distraídos, ausentes, pero eso se va a acabar.
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Artículo de Francisco Javier Irazoki aparecido en la sección 'Radio París' que edita 'El Cultural' de El Mundo:
"Fue a finales de los años cincuenta del siglo XX. Mi hermana, en medio de un paisaje verde, lloraba mientras recorría un camino de tierra. Enseguida me describió las burlas padecidas en el colegio. Ella se expresaba en el euskera que nuestros padres nos enseñaron, y sus compañeros se reían. Persona enérgica frente a las humillaciones, no tardó en preparar una estrategia. Para que yo, más joven y menos valiente, no sufriera, me hizo aprender sin ira el castellano y sentí que con cada nueva palabra recibía un escudo. Así construí el muro detrás del cual Jorge Luis Borges, César Vallejo, María Zambrano o Luis Cernuda me regalaron libertades. Comprendí que aquel refugio significaba igualmente una apertura.
Al poco tiempo, la democracia trajo deseos justos de recuperar los idiomas apartados por el franquismo. Como la intransigencia suele aprovechar bien los entusiasmos repentinos, entre algunos supuestos protectores del euskera no faltaron las desmesuras. Tachar los letreros viales escritos en español fue una de sus tristezas culturales preferidas. Con palabras borradas cerraron las mentes. Su desafecto hacia otras lenguas era la prueba de la insinceridad con que defendían la propia; vi que usaban esa aventura para llenar el vacío íntimo. Nos lo tomamos con paciencia. Al cumplir años he perdido convicciones. Una de ellas sigue conmigo y sé que va a acompañarme hasta los últimos días: quien ama un idioma ama todos los idiomas."
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Artículo de Luisa Etxenike aparecido ayer en la edición vasca de El País.
Hace unos días, Esperanza Aguirre anunció que padece un cáncer de mama, colocando así el derecho a la intimidad que como ciudadana le corresponde detrás de la responsabilidad de transparencia que los líderes políticos asumen también. Tras conocerse la noticia se han multiplicado las declaraciones públicas y las muestras de apoyo. Entre nosotros adquieren especial significación las palabras de ánimo del alcalde de Bilbao, que conoce de primera mano no sólo el paso por la enfermedad, sino la vuelta después a la normalidad de la vida política.
Esas muestras de apoyo, los deseos de un rápido y definitivo restablecimiento -y sumo desde aquí los míos- han venido de todas partes, incluidos políticos de la oposición y ciudadanos que no son del ámbito ideológico de Esperanza Aguirre; y podemos pensar que se deben a que el anuncio de la enfermedad suspende el esquema relacional anterior e instaura súbita, espontáneamente, otro en el que la posición política pierde protagonismo frente a la condición humana. Y en el interior de la condición humana las distancias son otras, son cortas, porque el que más y el que menos sabe de lo que se habla y lo que se siente ante una enfermedad así; comprende la cuesta que ésta pone, de repente, en el paisaje de las emociones y de los pensamientos.
Esas distancias abolidas o reducidas entre el político enfermo y la oposición y, sobre todo, la ciudadanía creo que merecen conducir a una reflexión más general sobre otras distancias. Sobre la distancia que, en circunstancias nada excepcionales o completamente corrientes, separan en nuestras sociedades a la clase política de la ciudadanía, por un lado, y, por otro, a los privilegiados de todo orden de los cada vez más desfavorecidos. Una distancia que, en las últimas décadas, no ha dejado de crecer y que en los últimos tiempos la crisis está disparando. Porque mientras en los países emergentes se avanza en la ideología y en la práctica hacia un acortamiento de las distancias entre ricos y pobres, tanto en términos estrictamente materiales como también de cultura e (in)formación, en Europa esas distancias no han dejado de crecer, de abrirse. Y se ha abierto también entre la clase política y la ciudadanía una brecha -a estas alturas ya un foso- de desconfianza que no va a cerrarse espontáneamente, por pura "mecánica" electoral, sino que hay que colmar a conciencia. Desde una actualización urgente y exigente de los principios y los compromisos a favor de la justicia social y el Estado de bienestar, que representan, ni más ni menos, que una sociedad considera inaceptable que en su seno coexistan la opulencia y la precariedad, la despreocupación por el mañana, y el temor y la angustia por el ahora mismo.
Y una actualización además del principio de que un mandatario político es un servidor público, un obligado a las distancias cortas con la ciudadanía, tan cortas que vive sus preocupaciones y aspiraciones en carne viva y propia.
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- Escrito por Pedro Tellería
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Ampliemos el foco. Tal vez se produjo en el siglo XX una inversión de valores. O tal vez no. Por ejemplo, si comparamos el tipismo de los bohemios en Baroja con lo freak de un siglo más tarde, hay que preguntarse dónde termina en cada fenómeno el simple pasatiempo lúdico y dónde empieza la intención moral de la mirada. ¿Qué quiso decirnos el donostiarra con Pérez del Canal y su cuadrilla de golfos y bohemios en Aventuras, inventos y mixtificaciones de Silvestre Paradox? ¿Y qué quiso recordarnos con su protagonista Paradox (menos plano, más elaborado)?
Silvestre es un antecedente del raro actual, y ambos emergen a la escritura en situaciones decadentes, cuando la sociedad provoca el fracaso real de las aspiraciones individuales. Cuando la crisis económica, la pobreza o la corrupción empañan de triste locura la nobleza de los deseos.
Y remontándonos en las aguas de la corriente de la literatura llegamos a don Quijote, el primer freak oficial de la historia de la novela moderna. Curiosamente, la decadencia azotaba ya por entonces el reino. En la creación emergen los locos cuando falta cordura en la realidad.
Aparecido en Luke, febrero 2011.
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- Escrito por Beatriz Celaya
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Voy de asombro en asombro. Leo el pasado sábado en El País a Manuel Rodríguez Rivero que cuenta cómo la editorial Harper Collins ha introducido en sus contratos una "cláusula moral" por la que la compañía se reserva el derecho a rescindir contratos "si la conducta del autor evidencia una falta de la debida consideración hacia las convenciones públicas y morales... (sic)". Vuelvo a El País el domingo y me encuentro con que el propio periódico pide disculpas por lo que Nacho Vigalondo ha escrito sobre el Holocausto en su Twitter (personal) y decide retirarlo (por sus opiniones) de una campaña publicitaria en la que aparecía el director de cine, además de clausurar su blog que alojaba El País Digital.
Y pienso: "Quizá me esté equivocando al sobresaltarme, y obligando al hombre a ser bueno se logrará la sociedad libre que anhelaba Rousseau..."
No lo creo. No creo que ni el ojo avizor de las editoriales ni la espada justiciera de los medios de comunicación nos hagan mejores, quizá sí más cínicos, menos espontáneos y más amargados; lo hemos visto antes en otras represiones, como la caza de brujas de McCarthy, donde no hubo ni muertos ni exiliados pero sí grandes círculos intelectuales que se autocensuraban para no ser reprendidos.