sombraVoy de asombro en asombro. Leo el pasado sábado en El País  a Manuel Rodríguez Rivero que cuenta cómo la editorial Harper Collins ha introducido en sus contratos una "cláusula moral" por la que la compañía se reserva el derecho a rescindir contratos "si la conducta del autor evidencia una falta de la debida consideración hacia las convenciones públicas y morales... (sic)". Vuelvo a El País el domingo y me encuentro con que el propio periódico pide disculpas por lo que Nacho Vigalondo ha escrito sobre el Holocausto en su Twitter (personal) y decide retirarlo (por sus opiniones) de una campaña publicitaria en la que aparecía el director de cine, además de clausurar su blog que alojaba El País Digital.

Y pienso: "Quizá me esté equivocando al sobresaltarme, y obligando al hombre a ser bueno se logrará la sociedad libre que anhelaba Rousseau..."

No lo creo. No creo que ni el ojo avizor de las editoriales ni la espada justiciera de los medios de comunicación nos hagan mejores, quizá sí más cínicos, menos espontáneos y más amargados; lo hemos visto antes en otras represiones, como la caza de brujas de McCarthy, donde no hubo ni muertos ni exiliados pero sí grandes círculos intelectuales que se autocensuraban para no ser reprendidos.

Enjuiciar moralmente a alguien es siempre una mala costumbre que quizá no podamos dejar de hacer en nuestros círculos reducidos, pero cuando el enjuiciamiento pasa a ser popular deberíamos saber que desaparece la razón y el mando lo toman las emociones, y éstas son capaces de apedrear al primero que ofenda.

Con moderaciones de estilo Gran Hermano, que obligan a comportarnos de una manera homogénea, lo que está en juego es la libertad individual y de expresión de todas las personas públicas en sus espacios personales (sean públicos o privados), así como también  la diversidad de opiniones.

En mi ingenuidad, creía que la actividad de crear no tenía que ir unida a la moral; que, por ejemplo, un escritor podía escribir una gran obra y ser a la vez un sinvergüenza, un chivato, un indeseable.  Quizá al cerrar el libro no pensara como Holden Caulfield que "ojalá el autor fuera amigo mío y pudiera llamarlo por teléfono cuando quisiera", pero, sin duda, lo seguiría leyendo y seguiría queriendo saber sus opiniones, aunque fuera para disentir.

Siempre he pensado que estaba viviendo la época más libre jamás habida en la existencia humana, la única en la que yo me veo capaz de sobrevivir (en las anteriores me hubieran quemado en la hoguera, o echado a los leones, estoy convencida), pero con estas nuevas tendencias de correctismo político no estoy segura de salir incólume; ya no es posible albergar sombras.

(Foto: Russ and Reyn).

Aparecido en la revista cultural Dosdoce.