Colaboraciones en prensa
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Artículo de Luisa Etxenike aparecido en la edición para el País Vasco de El País y titulado 'Revolución en la plaza':
"Lo sucedido en estas últimas semanas, primero en Túnez y luego en Egipto -y la ola se está extendiendo a otras zonas- está concentrando no sólo la atención sino también la emoción de buena parte del mundo. Y es que presenciar en directo cómo dictaduras, arraigadas en esos países desde hace décadas, se desmoronan en unos días por la pura presión de la gente en la calle; o por un empuje desarmado, tejido en el contagio de las redes sociales, en torno a una aspiración de libertad y justicia social; constituye un acontecimiento que trasciende lo político, diría incluso que lo histórico, que evoca algo más. Algo que se sitúa en el territorio de lo que Borumil Hrabal llamaba la "eternidad de lo humano". Porque ¿hay algo más humano que juntarse para querer vivir mejor?
Estamos en el nacimiento de estas nuevas revoluciones -en más de un sentido auténticas revoluciones tecnológicas-, esperemos que puedan alcanzar la madurez; que lo que ha surgido en la espontaneidad social, en el mestizaje y la suma, no acabe ahora devorado por una premeditación política de divisiones y restas; que lo que ha guiado la libertad no lo dirijan ahora sus oponentes. No será fácil la consolidación democrática, pero tampoco parece imposible. Al contrario, hay argumentos para alentar el optimismo. Y quizá el más rotundo sea para mí el que representa el "ejército" de voluntarios que, al día siguiente de la caída de Mubarak, se formó en El Cairo para limpiar la plaza Tahrir y sus alrededores. Miles de personas, de todas las edades, hombres y mujeres, que, sin conocerse, de manera espontánea, se ponen juntas a barrer, fregar, recoger mantas, retirar escombros y basura, pintar o recolocar adoquines, es decir, que se ponen a la común tarea de dejar como nuevo, para todos, el espacio de todos, constituyen más que argumentos, cimientos para la confianza. Su gesto -que además las nuevas tecnologías nos han permitido seguir en vivo y al detalle- expresa tanta responsabilidad hacia los demás, tanto respeto por lo colectivo, tanta madurez pública que no puedes sino verlo como un excelente augurio democrático, como el perfecto prólogo de un final feliz. Ese gesto a mí me ahuyenta la preocupación.
En realidad me la deslocaliza; me saca la preocupación de allí y me la acerca. Porque si limpiar la plaza pública es un signo inequívoco de madurez social, es decir, un cimiento democrático, ¿qué significa mancharla? ¿Qué sentido hay que darle, qué augurio atribuirle a la suciedad por nuestras calles que sólo remedian los servicios públicos? ¿Cómo hay que considerar las botellas y vasos por el suelo, los orines en cualquier parte, los papeles y envoltorios infinitos que nos encontramos en horario adulto o infantil, después de una fiesta o después de nada o de sólo una actividad o un juego corrientes? ¿Cómo hay que tomárselo? Creo que muy en serio, como la necesidad urgente aquí de una actualización, revolución democrática en la plaza.
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Artículo de Luisa Etxenike aparecido en El País el 14 de febrero de 2011.
"Somos lo que somos con nuestros defectos y nuestras virtudes" acaba de decir Rufi Etxeberria, portavoz de la izquierda abertzale. Y otro tanto podría decir cualquiera, porque todos tenemos defectos y virtudes, y a veces hasta virtudes nacidas de nuestros defectos y viceversa. La cuestión es si ese enunciado, perfectamente asumible en el ámbito de lo privado, resulta apropiado para lo público, como tarjeta de presentación de un proyecto político que se pretende de ruptura con lo anterior, con un pasado de vecindario (los estatutos de Sortu hablan de "vínculos de dependencia") con el terrorismo.
Durante todos estos años, el eje del debate en torno a la izquierda abertzale ha sido precisamente el de sus relaciones con ETA. Se ha insistido en esa vinculación y se comprende, pero se ha hablado muy poco de sus relaciones con la sociedad vasca, o del impacto y las consecuencias de su actitud (de esos "vínculos de dependencia" conocidos y ahora reconocidos) en nuestra sociedad. Siempre he lamentado esa ausencia de o en el debate, porque he considerado que en esa cuestión residía una de las claves políticas del presente y del futuro (ese futuro cuyo umbral parece que hemos alcanzado por fin) de Euskadi.
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Artículo de Javier Otaola aparecido en la sección de Opinión de El Correo.
"El intento de protección legal de la propiedad intelectual ensayado con la denominada Ley Sinde ha dado lugar a un encendido debate en el que, como suele ocurrir, no es fácil desentrañar cuáles son los términos reales de las discrepancias y cuáles los intereses y bienes jurídicos que unos y otros dicen defender. Lo primero que se me ocurre decir al respecto es que hay algo que todos los que nos reivindicamos de la tradición humanista e ilustrada debemos defender, como principio: los derechos morales y materiales de los autores y creadores. Falta precisar simplemente cómo y con qué instrumentos habremos de hacerlo para que esa protección no lesione los derechos a la libertad de expresión y comunicación.
La protección de los derechos de autor -denominado así en el derecho continental- o del copyright -en el derecho anglosajón- está asociada a la concepción individual y social de la Ilustración -es decir de la Modernidad y de la Democracia- y tiene su fundamento intelectual y moral en la concepción del trabajo humano que desarrolló el filósofo inglés John Locke, y en la teoría de la personalidad del filósofo alemán Emmanuel Kant. Nada menos.
Para Locke (1632-1704) y Kant (1724-1804) el ser humano como ser autoconsciente y pensante es propietario de sí mismo, no es -como sostenían los autores medievales- propiedad de su comunidad de origen, ni de su estirpe, ni de su familia, ni de su rey, ni de la Iglesia; el ser humano, aunque tiene deberes para con su familia y su comunidad, es y debe ser tratado y respetado como dueño de sí mismo; su destino como persona es desarrollar y realizar su ser más original -no sometido a otros- aun a riesgo de equivocarse, fracasar y frustrarse. Incorporamos en el trabajo creativo una parte de nuestra persona, nos hacemos a nosotros mismos actuando, produciendo y nos 'invertimos' como personas en la obra creada, de ahí deriva de forma natural el derecho a la 'propiedad moral e intelectual' de la obra original. El ser humano al crear algo, crea para otros, pero en ese acto se crea a sí mismo y en esa obra deja algo íntimo y personal. La obra, cuando es original y no una mera repetición, incorpora la conciencia de su autor y es la forma más pura de la propiedad ya que no está relacionada con algo material sino con algo espiritual: la innovación, la creación, la producción de algo original que enriquece la conciencia de todos.
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Artículo de Luisa Etxenike publicado hoy en la edición vasca de El País y titulado 'Denuncia'.
"Se ha convertido en habitual presentar ante los medios de comunicación la noticia de los crímenes de género con el dato de si la víctima había interpuesto o no denuncias previas contra su asesino. Así, recientemente se nos decía que "ninguna de las siete mujeres muertas por violencia machista en lo que va de año había denunciado a su agresor". En lo que va de año significa sólo el mes de enero y ya son siete las muertas, cuatro más que en el mismo periodo del 2010, de modo que este arranque y su presagio no pueden ser más funestos
No sólo no acabo de ver clara esta sistemática referencia a las denuncias previas sino que tengo serias dudas acerca de su pertinencia y coherencia en la lucha contra la violencia de género. Me preocupa esencialmente el desplazamiento de la mirada y el deslizamiento de la responsabilidad que a mi juicio representa o, al menos, clarea. Porque, ¿qué sentido tiene, tras un nuevo asesinato, centrar la atención del ciudadano en la actitud previa de la víctima; poner en ella la interrogación? ¿No es, en realidad, una manera de distraerle del único fondo del asunto que es el crimen y su autoría? ¿No es un modo también de sugerir que si hubiera habido denuncia no habría crimen, esto es, que esa mujer asesinada tiene (algo) de responsabilidad en lo sucedido? Y un modo de sugerir también y de paso que hay instrumentos y mecanismos legales suficientes para atajar la violencia de género, o si se prefiere, para sugerir que los poderes públicos lo están haciendo bien? O lo que es lo mismo, pero en peor, ¿no es una manera de decir sin decir que todo el mundo está actuando correctamente en este asunto menos las víctimas, que no ponen todo de su parte, que se obstinan en no denunciar y luego pasa lo que pasa?
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- Escrito por Mikel Apodaka
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Artículo de Javier Mina aparecido en la revista digital Fronterad:
"El maestro de San Isidoro quiso plasmar la omnipotencia de Dios en las pinturas del panteón de la basílica de la capital leonesa. Para dar confianza a los muertos y prepararles para el Más Allá, utilizó los signos del zodiaco -a fin de hacerle dueño y señor del espacio-, y un calendario para hacerle dueño del tiempo. Pues bien, las estampas que representan habitualmente los doce meses del año comienzan con el mes de enero que es Jano y su doble cara -la posterior mirando hacia el año que concluye y la de delante hacia el año por venir-, sólo que el genial maestro que intervino en León se olvida del personaje mítico y recurre a una metáfora más doméstica, la de las puertas -una que se cierra y otra que se abre- para indicar que se entra en el tiempo como se entraría en una sala.
Tras ir relacionando cada mes con las correspondientes faenas agrícolas, el maestro de San Isidoro culmina el curso ascendente del año con un diciembre en el cual se representa al hombre que tan arduamente ha laborado, recogido y criado, sentado a la mesa para comerse el pan, saborear el cerdo y beberse el vino. Esta última viñeta nos indica que el maestro de San Isidoro de León no utilizó la metáfora de las puertas en vano, ya que se entraría en el año para alcanzar la mesa que lo corona como culminación de la vida plena. La comida se situaría, de este modo, como la última recompensa incluso en las alegorías teológicas. Cosa nada extraña, por otra parte, ya que la comida lo impregna todo.