La sonrisa truncada
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- Escrito por Luis A. Bañeres
- Categoría de nivel principal o raíz: Colaboraciones
La niña camina triste, con pasos indecisos. Parece cargar con varias toneladas a sus espaldas. Llora.
Tiene tan sólo 16 años y un bestia le ha robado su mayor tesoro: la inocencia. La ha dejado marcada para siempre, al arrancarle su infancia e imponerle una terrible madurez, de forma abrupta. Cruel.
La crisálida ha sido interrumpida y la mariposa vuela torpemente, con colores apagados, desorientada, fuera de contexto.
A su sufrimiento ha de añadir el de relatar a sus padres los hechos. Siente vergüenza y no sabe por qué.
Le harán muchas preguntas incómodas que no quiere contestar.
Tan sólo quiere meterse en su cama, apretar fuertemente su osito en su regazo y esperar que todo haya sido un mal sueño.
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Todo resulta muy humillante. No sabe bien por qué pero todos parecen acusarla con su mirada. ¿Por qué se siente culpable y sucia?
Ha venido el doctor. Exploraciones frías. Dedos fríos. Palabras frías.
No habla con ella. Sólo con sus padres.
Silencio y soledad en esa habitación que ahora se le antoja extraña y que parece condenarla en todo momento.
Han tomado una decisión por ella: tendrá al bebe. No sabe si eso es bueno o malo, pero no está en posición de protestar.
Tendrán que aislarla de su entorno, de todo lo que conoce. Tiene que hacerse rápido y durará hasta que llegue el momento de sacar de su cuerpo el fruto del pecado ajeno.
Sola y temerosa, afronta su cautiverio con resignación. Hay que esconderla de los ojos de esta sociedad hipócrita que la condenará sin piedad a la marginación.
Son demasiadas sensaciones que no deberían ocupar la mente de una niña.
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El tiempo parece haberse detenido mientras su cuerpo va cambiando. Lo que antes ella quería desalojar a cualquier precio, va tomando forma y siendo cada vez más suyo. Lo nota, lo siente. Lo ama.
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Llega el momento. Es una niña. Llora con rabia, perturbada al ser arrancada de la cálida paz del vientre materno.
En ese momento ella es consciente de que el vínculo interno que se hacía más fuerte cada día, se ha roto para dar paso a otro férreo, vital. Aún con su mentalidad de niña, sabe que ya nunca podrá olvidar el llanto y el olor suave de esa piel y que los podrá reconocer entre miles, por muchos años que transcurran.
Se llevan el bebé. Lo vuelven a traer al poco, lavado y vestido. Se lo muestran pero sin colocarlo en su regazo. Tras unos instantes, vuelven a llevárselo y ella se sume en sueño eterno, agotada.
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Pasa largas noches sollozando. Las horas en que debería estar jugando, las pasa mirando por la ventana, extática, en la dirección donde sabe que está su hija, acogida por una buena pareja que no puede tener hijos. Sus juguetes yacen en un rincón, olvidados.
Su padre no soporta verla así, plantada en la ventana día tras día, ausente, lejana.
Convienen con la familia de acogida que podrá verla un ratito de vez en cuando, para saciar esa necesidad de madre, para enjugar sus lágrimas, para aportar un poco de luz en su carita de niña endurecida por facciones que son ajenas a su edad.
Puede verla, acariciarla, incluso besarla. Pero no ha de cogerla. Y eso la tortura. La mata.
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A pesar de ello, ha recuperado el color. Se le ve feliz cada fin de mes acudiendo a ver a esa muñequita viviente que ha salido de sus entrañas y que le devuelve una sonrisa cuando aparece en el jardín. Con sus ahorros, siempre compra algún juguetito para el bebé. Este parece intuir lo que le une a esa otra niña mayor.
Quizás porque la niña mayor sondea siempre de forma intensa en el interior de sus ojos y eso no la incomoda.
Hasta que llega un día en que se acaban las visitas.
“Conviene ir cortando la relación”, -le dicen- .
“Por el bien de la niña”, -añaden-…
“Yo también soy una niña” -piensa ella-.
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Han pasado varios años. Casi veinte desde que la vio con permiso. Sólo dos semanas desde que la ha visto a hurtadillas, en un bar de los que frecuenta con sus amigos.
En todos estos años, no ha pasado apenas una sola semana sin verla, aún de forma furtiva. Ha asistido a su infancia, a su pubertad, a sus fiestas, a su graduación, a sus primeros escarceos amorosos, a sus desengaños….
Siempre desde la lejanía, desde la protección que le brindan las sombras y la multitud.
Quiere asegurarse de que su pequeña está bien.
Y mientras, su pequeña, ajena a este sufrimiento, devuelve a la vida una sonrisa preciosa.
Lo que su pequeña nunca sabrá es que siempre ha estado protegida, velando para que esa sonrisa se instale en su rostro.
La misma sonrisa que le fue negada a otra niña, hace muchos años.
'Radio París' (6 de abril 2012)
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- Escrito por Francisco Javier Irazoki
- Categoría de nivel principal o raíz: Colaboraciones
Raras veces el adorno superfluo tiene algo en común con la poesía. Lo explica el escritor vasco Alex Oviedo, que me describe los problemas de los habitantes de Bilbao al caminar sobre un puente. Trazado por el orgullo resbaladizo de una estrella de la arquitectura, el suelo del puente se convirtió en pista para acróbatas involuntarios. Ocurre cuando la decoración de nuestras creaciones y los egos de techo alto vencen a la utilidad. A poca distancia de esos errores existe un museo que vincula eficacia y belleza: el Guggenheim. Se sabe con cuánto esmero Frank Gehry dibujó la fachada de planchas de titanio, los muros de cristal, todos los espacios interiores del edificio. Pero todavía resulta más emocionante un detalle casi secreto: la integración de otro puente, éste viejo y anodino, en el conjunto ideado por el canadiense. De manera inesperada, aquella construcción humilde nos sirve ahora con una armonía práctica. Según un proverbio francés, el diablo vive en los pormenores, y por estos rastros minúsculos del cuidado de Frank Gehry vemos al diablo convertido en calidad. Ante tal muestra de respeto, dan ganas de decir a los técnicos de pecho inflado: Señores astronautas, sin renunciar a la estética personal, piensen en adecuar sus diseños a las necesidades de los ciudadanos. De ahí saldrán la poesía del lugar y el agradecimiento de los usuarios. Me lo sintetiza bien una persona cercana: “Los arquitectos deberían recibir la recompensa o el castigo de vivir en las obras que crean”.
Aparecido en el suplemento 'El Cultural'.
Mujer y laicidad
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- Escrito por Javier Otaola
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Aparecido en El Correo del 10 de abril:
«En contra de un uso bastante común la palabra “laicidad” no hace referencia a una “confesión” de arreligiosidad, las personas no somos “laicas”: somos agnósticos, budistas, ateos, cristianos…., son las instituciones las que son laicas. El profesor Gregorio Peces Barba define la cuestión con precisión: “La laicidad es una situación, con estatus político y jurídico, que garantiza la neutralidad en el tema religioso, el pluralismo, los derechos y las libertades, y la participación de todos”. O sea, la laicidad es un posición jurídico y política, no una confesión entre otras. La laicidad no es sino una estrategia de neutralidad religiosa de las instituciones políticas; la laicidad pretende un orden político que no se limite a ser una mera exaltación o celebración de la comunidad sobre la que se funda, pretende establecer un poder público al servicio de los ciudadanos considerados en su condición de tales, y no en función de su identidad nacionalitaria, étnica, de clase o religiosa.
La idea misma de laicidad, o lo que los ingleses llaman “civilty” ha surgido, no sin conflicto, en el seno de los países de sociología cristiana a partir de Hugo Grotio (1583-1645) que propuso independizar el Derecho Internacional de las cuestiones religiosas, lo que ha devenido por efecto de la secularización también en independencia del pensamiento político, filosófico y científico. La presencia entre nosotros de importantes comunidades musulmanas que no han conocido en sus países de origen las fórmulas de la convivencia secularizada y la vigencia de los principios de laicidad, sino que muy al contrario han sido educadas en el valor comunitario de su religión están planteando algunos problemas que pensábamos que ya estaban superados que nos retrotraen a los tiempos del carlismo.
Los días 16 de diciembre de 2011 y 20 de enero de 2012, agentes no uniformados de Mossos d’Esquadra asistieron a la mezquita de Terrassa, con la finalidad de registrar los sermones que habitualmente imparte el imán del lugar para analizar su contenido, y, determinar el carácter eventualmente delictivo de algunos de sus mensajes apologéticos. Abdeslam Laaroussi, el imán, ante una asistencia masculina en torno a las 1.500 varones, hablando en árabe, quizá pensando en que su mensaje no tendría trascendencia fuera de las paredes de la mezquita se explayó en una serie de consideraciones recomendando a los allí presentes que mantuvieran su autoridad como hombres antes sus mujeres recurriendo a la amonestación, la intimidación y si fuera necesario a los golpes…eso sí procurando no dejar marcas en el rostro, ni fracturar ningún hueso, y de ese modo conseguir que sus mujeres se mantengan sumisas y no se atrevan a ser independientes económicamente ni a tener cuentas bancarias propias, y se dediquen a cuidar de su marido y a educar a los hijos.
De acuerdo con la doctrina impartida por el Sr. Laaroussi en su interpretación de El Corán, el varón ostenta una posición de absoluta superioridad y de control sobre la mujer, que colisiona con el principio de igualdad (art. 14 CE) y la igualdad de derechos y obligaciones entre cónyuges; pero para el Sr. Laaroussi esas leyes protectoras de la autonomía personal de la mujer no deben ser tenidas en cuenta por los buenos musulmanes. Y así predicaba:
“Tratar bien a las mujeres y otorgarles sus derechos, sin duda la mujer ha nacido de una costilla torcida, y lo mas torcido de una costilla es la parte delantera” …/…Si hay casos de desobediencia y de actitudes malas, el hombre musulmán no debe precipitarse al divorcio, ni que se deje llevar en los momentos de tensión. Tiene que meditar, tiene que reflexionar y sobre todo tiene que aplicar lo que el Islam nos ha dictado. Hay métodos y soluciones para estos conflictos y citó la famosa soura del Corán que dice
“¡Amonestad a aquéllas de quienes temáis que se rebelen, dejarlas solas en el lecho, pegarlas! si os obedecen, no os metáis más con ellas, Alá es excelso, grande”
Efectivamente el hombre le tiene que enseñar a su esposa las obligaciones y los deberes que Dios nos ha dictado. …/… Y sí, hermanos, con este método no se soluciona el conflicto, pues tienes que acudir a los golpes, ¿cómo son estos golpes? los golpes no son lo que provocan las fracturas de los huesos, no son los que hacen correr la sangre, no son los golpes en la cara... no. El Islam te dice:
No afees, no golpees en la cara, no hagas correr la sangre, esto es el Islam, puede ser que en algunos momentos los golpes se limitan a dar golpes con el Siwak, a veces se limitan así.
“...En el Islam los golpes son una practica tolerable, pero los golpes tienen límites a los que se llega cuando las otras soluciones no son efectivas.
Estos métodos o vías que utiliza la persona para solucionar estos conflictos tienen que ser discretos, que nadie sepa de ellos fuera de la vida conyugal...”
“... Hoy en día una de las causas del divorcio es que la mujer sale a la calle a trabajar y se convierte en una mujer independiente, con su propia cuenta bancaria quedándose los niños sin educación.
Esta mujer que tiene su propia independencia, que tiene trabajo y dinero, mira al hombre con una mirada de desprecio. El hombre en este caso tiene que trabajar también en casa, como preparar la comida y lavar la ropa, y esto conlleva a una ruptura y conflicto entre el hombre y la mujer.
El hecho religioso en general y el Islam en particular, por su propia naturaleza, arraigado en unos textos sagrados y en la guarda de una tradición ha evolucionado –salvo en las sociedades protestantes secularizadas- mucho más lentamente que el pensamiento filosófico y político en relación con la situación personal y social de la mujer. Es preciso en este terreno mantener una beligerancia cívica y legislativa que garantice, como verdadera cuestión de orden público la libertad y la protección de todos -pero especialmente de la mujer- frente a la intimidación, la presión o incluso la violencia que puede sufrir por parte de su propia Comunidad, siempre en el marco del derecho constitucional de toda persona a la libertad de pensamiento y de conciencia.
Nos va mucho en ello. A todos.
Dejadme progresar
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- Escrito por Fernando Aramburu
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No es habitual que una voz africana se pronuncie en foros internacionales sobre los problemas de su propio continente. Se ha convertido en una especie de tradición que otros hablen y decidan desde lejos, cantantes famosos incluidos. África ha servido a algunos para hacerse los buenos. Los africanos no somos niños, afirma la economista Dambisa Moyo (Zambia, 1969), que justifica sus reproches con copia de datos y propuestas. Critica duramente las ayudas económicas al desarrollo, las que se conceden de gobierno a gobierno, cierran las puertas del mercado, reprimen el progreso, generan corrupción y han llevado a buena parte de África a una situación peor que hace cincuenta años. Ya es hora de que los países africanos (como Suráfrica, como Bostwana) empiecen a producir y vender. Pone el ejemplo del hombre emprendedor que confecciona mosquiteros, hasta que un envío caritativo del mismo producto le trunca el modesto negocio.
Artículo aparecido en El Cultural.
'Sala oscura' (marzo 2012)
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Los fogones de Hollywood están al rojo vivo, con una caldera repleta de títulos que nos llegan a las carteleras sin descanso. Y ya le gustaría a Vulcano semejante ritmo de trabajo si no fuera porque desde fuera uno tiene la sensación de que la mayor parte de las novedades que nos llegan huelen a pólvora mojada. Los guiones muchas veces apenas rozan el aprobado, los remakes se multiplican y la fragua ha de recurrir a otros trabajadores llegados del extranjero para mantenerse abierta. No es algo nuevo. El cine americano ha sabido fagocitar desde siempre a los creadores convirtiéndolos en algo propio: hasta son capaces de hacer que una película francesa se convierta en la protagonista de la última gala de los Oscars. En especial porque la cinta trata del cine, de los orígenes, de aquellos iluminados que supieron evolucionar del mudo al sonoro y seguir fabricando sueños. Se entiende, por tanto, que América importe directores europeos o que las estrellas del firmamento cinematográfico busquen otras manos por las que dejarse dirigir (véase los ejemplos de los nuevos trabajos de Juan Carlos Fresnadillo, Rodrigo Cortés o J.A. Bayona). Volviendo a los remakes, leía hace unas semanas que los estudios Dream Works y Working Title Films tienen previsto rodar una nueva versión de Rebeca, filme protagonizado por Laurence Olivier y Joan Fontaine con la que Alfred Hitchcock se estrenaba en Hollywood logrando, además, el Oscar a la mejor película. Incluso se rumorea que Sospecha, aquella cinta para el lucimiento de un ambiguo Cary Grant y de una tímida Joan Fontaine, también podría ser revisada con ojos de hoy. Y no deja de sorprender que desde Hollywood sigan empeñados en renovar los clásicos del Mago del Suspense. Ya lo hicieron en 1998 con Psicosis, engendro de Gus Van Sant calcando plano a plano, pero en color, uno de los títulos emblemáticos del cine de terror. Con pésimos resultados, como es obvio. Un despropósito parecido al que llevó a Jonathan Demme a rodar Charada, aquella película de Stanley Donen con Cary Gant y Audrey Hepburn. Se tituló La verdad sobre Charlie y los papeles principales fueron a parar a Mark Wahlberg y Thandie Newton. En fin, que la inconsciencia es atrevida.
Artículo aparecido en Luke.