La estrategia del ñu
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- Escrito por María Eugenia Salaverri
- Categoría de nivel principal o raíz: Colaboraciones
Lo advierte mi contestador automático: “Deja tu mensaje, pero que sea claro, muy claro. Es que soy rubia”. Oye, pues ni por ésas. Ayer estoy de mambo a las dos de la mañana, en mi txosnafavorita, cuando me llega al móvil un mensaje incomprensible. Y como soy tan, pero tan rubia, en vez de pasar de todo y cerrar el aparato, que es lo que haría alguien más sensato y con menos de tinte, doy a rellamada y contesta, desgañitándose, mi amiga Puri.
“¿Dónde estás?, dice. “¡En el Arenal!”, grito. “Dime dónde y voy ahora mismo”, responde ella. Poco después llega nerviosa y me dice “Vamos a tu casa, que como no haga un pis ya, reviento”. “Ni hablar”, le digo, “he decidido que este año eso se acabó”. “Pues tú verás”, me dice, “o vamos a tu casa o me lanzo a hacer el ñu”.
Total, que caminamos rumbo a mi casa, porque como me dijo un amigo psiquiatra, me falta asertividad. En mi fuero interno (o en mi furia interna) soy súper asertiva, pero no se nota, y como vivo cerca de las txosnas, un regimiento de amigas ocupa todos los años el baño de mi casa.
Y fastidia, claro, pero las entiendo, porque en el tema “aseos” la igualdad entre ellos y nosotras está muy lejos de ser real. ¡Si las colas ante los servicios de mujeres llegan a Apatamonasterio, mientras ellos entran y salen de los suyos tan tranquilos, sonriendo irónicos y suficientes!
Así que cada año hay más chicas que utilizan la estrategia del ñu africano. Y quienes vean los reportajes de La 2 sabrán de qué hablo: de esas inmensas manadas de ñus que se lanzan en bloque al río Mara del Serengeti, confiando en que los cocodrilos sólo logren cobrarse una o dos presas, mientras las demás huyen lo más rápido que pueden.
En su traducción a Aste Nagusia, “hacer el ñu” consiste en hacer pis al aire libre y en batería, mientras una cuidadora intenta espantar a todo el que se acerca a la manada. El ñu es una guarrindongada, claro, pero año tras año la costumbre va en aumento. Y estaría bien que el Ayuntamiento tomara nota. Porque yo, a este paso, dejo el tinte y verás la que liamos.
Aparecido el 19 de agosto en El País.
El oficio imposible
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- Escrito por Pedro Ugarte
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Pocas profesiones están más desprestigiadas que la política, pero uno ve con indulgencia a los integrantes de esa curiosa corporación. Por avatares de la vida, uno ha conocido a políticos diversos. Y, aparte de los incalificables, los hay también de cuerpo entero, políticos que han pagado el precio de defender la libertad y otros que, de forma modesta, se entregan a una gestión oscura y laboriosa, a favor de sus convecinos. A los primeros nunca habría que olvidar (menos ahora, cuando la paz corre el riesgo de confundirse con la amnesia), pero los segundos son tan numerosos como desconocidos. Unos y otros merecen todo el respeto. Dejando constancia de esa admiración, hay que reconocer que la defensa de la clase política resulta complicada, y en ello no tiene tanto que ver la conducta como el discurso. En efecto, la clase política es responsable de difundir una incalculable esperanza: la de que nuestra felicidad está en sus manos. Y esto desencadena, en consecuencia, la frustración de no conseguirla nunca.
En Europa, la clase política ha educado a la ciudadanía en una radical invalidez. Ha inoculado el virus de la incapacidad para hacer nada, para tomar ninguna iniciativa, para resolver el más mínimo problema. Hasta las catástrofes naturales o los peores accidentes “podrían haberse evitado” si cierto informe o cierta comisión hubieran conjurado a tiempo la amenaza. Dado que de la realidad se encargan los políticos, nuestra única verdadera ocupación es protestar (e “indignarnos”). Hay una frase, cara a nuestro lehendakari, pero que todo político suscribe sin dudar, aquella de que ellos están “para resolver los problemas de la ciudadanía”. Asombra designio tan increíble. Y en él radica el desprestigio de los políticos: si ellos están para resolver nuestros problemas (y habida cuenta de que nunca dejaremos de tenerlos) su gestión genera una irritante frustración.
El ambicioso objetivo choca con un obstáculo de carácter metafísico: los seres humanos no son felices. En ese sentido, la suposición de que el Estado nos puede llevar a la felicidad constituye una bomba de relojería construida sobre tres diabólicas instancias: 1) Como los políticos se atribuyen la gestión de nuestra felicidad, toda reclamación de más poder y más recursos deviene incontestable 2) Como son incapaces de conseguirla, el saldo de su gestión será siempre frustrante y 3) La frustración desencadena el desprestigio de la política, lo cual, como demuestra la historia, culmina en el desprestigio de la democracia y, a la postre, en la aparición de dictadores, caudillos, gordillos, demagogos o tiranos.
Sería más fácil defender un quehacer tan honesto y necesario como el de los políticos si estos no hubieran cometido la estupidez de imaginarse capaces de resolvernos la vida y, todavía peor, de jurárnoslo en voz alta. No habrá jamás subida de impuestos que satisfaga objetivo tan enorme.
Aparecido en El País el 18 de agosto
¡Arriba el telón!
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- Escrito por María Eugenia Salaverri
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Anoche tuve una pesadilla; explicaba a una guiri qué es la Aste Nagusia. La guiri preguntaba quién es Marijaia, por qué en el cartel de este año parece un travesti, por qué las terrazas están llenas de gente que en todo el año no bebe ni un zurito y en estas fiestas va más puesta que Amy Winehouse, qué calzado hay que llevar a las txosnas para no volver a casa como un indio pies negros… Y ante ese interrogatorio, en un giro argumental onírico, la he plantado en medio del Arenal, con un plano (o mapamundi) de Bilbao y un pañuelo azul, y he salido corriendo justo cuando empezaba el txupin y le caía encima esa mezcla repugnante de huevos, harina y ese líquido inclasificable que algunos llaman champán.
Si no has nacido o crecido en Bilbao, es difícil entender esta demencia colectiva que llamamos Semana Grande. Que una semana tenga nueve días, ya debería hacernos sospechar que algo raro pasa. Pero si naces aquí, lo ves hasta lógico. Desde pequeñito sabes que a las txosnas se va con katiuskas (nunca con sandalias) porque si no, parece que has llegado de coger chapapote del Prestige. ¿Pero cómo explicarlo a alguien de fuera? Si pienso en explicar las relaciones familiares de la ballena Baly, su marido el pulpo y sus hijos besugo y txangurro, ya empiezo a hiperventilar como una fiera. Pero los niños bilbaínos encuentran normales esas perversiones y tejemanejes genéticos, que hubieran aterrado hasta al doctor Mengele. Y ven razonable que a la fatídica familia se sume ahora una jirafa amiga de Baly, que a saber qué depravaciones nos deparará.
Nuestras criaturitas son de amianto. ¿Sus padres los llevan al Gargantúa para que los coma y los expulse por donde amargan los pepinos? ¡Estupendo! ¿Les enseñan el cartel de Marijaia sin censura, como si fuera normal ese espectáculo? ¡Fenomenal! ¿Ven pasear a la luz del día a la txupinera y a la pregonera con esas pintejas? ¡Sin problema! Están hechos a todo y no les asusta ni Mike Kennedy.
Hagamos como ellos y que sea lo que Dios y Marijaia quieran. A fin de cuentas, sólo se vive una vez. ¡Feliz Aste Nagusia y que la suerte os acompañe!
Aparecido en El País el 18 de agosto de 2012
2026
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- Escrito por Luis A. Bañeres
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Hace ya muchos años que agonizó la última bombilla. Por fin entendimos lo que nos decía la inmobiliaria que nos vendió el piso cuando hablaba de "piso soleado". Hemos descubierto que, cuando se pone el sol, las velas nos mantienen más unidos. Hablamos más, empezamos a conocernos.
El perro aún no entiende cómo le dedicamos tanto tiempo, pero se muestra encantado.
Hemos desterrado los murmullos obligados y fugaces entre vecinos en el ascensor (que ya no funciona) y ahora charlamos más. Incluso surgen tertulias de forma espontánea en el portal, donde siempre hay sillas preparadas para supervisar el paso del tiempo.
Con la crisis murieron muchas cosas que creíamos necesarias y que resultaron finalmente odiosas: auriculares, móviles, televisiones, coches, agendas, tarjetas de crédito, videoconsolas... Las prisas, el stress, el bono alemán, la prima de riesgo, la intención de voto, la hipoteca, los programas del corazón, los politonos, los bips...
Todo lo que precisaba de pilas, luz, gas...todo eso ha muerto. Sólo quedan los despertadores tradicionales y las calculadoras solares. Y se oxidan día a día.
Las industrias desaparecieron y fueron reemplazadas por artesanos. No hay transgénicos ni fechas de caducidad, ni garantías, ni imitaciones. Todo es genuino, sencillo y hecho a conciencia.
Ya no nos preocupamos de encontrar aparcamiento; y nos permitimos pasar al lado de un parquímetro, sonriendo maliciosamente. El dinero no existe, y con él se fueron los bancos y los políticos. El clero menguó hasta quedar en una magra parte vocacional.
Intercambiamos bienes y servicios y no usamos decimales.
La justicia la imparte el pueblo y todo el mundo la entiende sin necesidad de escribir leyes.
Los tomates empiezan a saber a tomate y no recordamos lo que era el ...colesterol?? Al parecer, el bífidus y el omega 3 no eran tan imprescindibles.
De todo aquello que se conocía como multimedia sólo nos quedan los libros y están debidamente ordenados en las plazas públicas para que los jóvenes, - ahora que han salido de sus universos particulares, nos miran cuando les hablamos y no están centrados en la pantalla de su móvil-, los lean y no repitan nuestros mismos errores.
Al final, tampoco fue para tanto.
Relojes
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- Escrito por Luis A. Bañeres
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Nada hay más silencioso que un reloj de sol.
El progreso, la prisa, la velocidad con la que una sociedad se mueve, siempre han estado ligadas a la medición del tiempo. Ha sido una obsesión constante para el hombre.
Del sol se pasó a la arena y la mecánica acabó con el silencioso transcurrir del tiempo. Los relojes empezaron a hacer tic-tac y la gente comenzó a moverse más rápido, como si sus vidas las controlase un metrónomo.
Luego vinieron los carrillones y las campanas, marcando tiempos con lentitud pero determinación militar, casi penitente, haciéndose oír aunque fuera lánguidamente.
La mecánica dio paso a la electrónica y se impusieron los bips y las melodías, los politonos, a medida que la velocidad y el stress se instalaron en nuestras vidas ante la mirada vigilante e inmisericorde de esos artilugios. El sonido pasó a ser impertinente y machacante y a él se sumaron dígitos de luz.
Aquello que había sido concebido como referencia temporal, controla y dirige hoy nuestras vidas de forma cruel.
Curioso artilugio el reloj, que aún parado tiene razón dos veces al día.