'Elogio forzado de tu velocidad'
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- Escrito por José Serna Andrés
- Categoría de nivel principal o raíz: Colaboraciones
AMIGO coche-velocista (sueles ser hombre, ¿verdad?). Me encanta que cuando conduzco te pongas a pocos centímetros de mi vehículo y que en cuanto tienes la mínima posibilidad de adelantarme lo hagas. Yo solo he dejado un espacio de seguridad, pero tú entiendes que te invito a que me adelantes, por más que sea peligroso, aunque veas que hay un semáforo en rojo a pocos metros y esa sea una de las razones por las que he reducido considerablemente la velocidad. Pero tú tienes prisa. Bendito seas. Hay mucha gente que por ganar unos segundos pierde su vida. Tú, no. Ya me has mirado con un poco de enfado cuando me adelantabas, y ahora me miras por tu retrovisor, analizando mi actuación, considerándote superior porque me has adelantado. ¡Qué hombría la tuya! Esto me ha empezado a gustar, sí señor.
Yo sé que tú no eres de esas personas que utilizan armas terroristas que van matando a la gente por ahí, como si se tratase de conejos. ¡Pobres conejos! A ti te gusta la carretera y cuando adelantas te sientes feliz. Luego, cuando llegas a casa, abres el ordenador y entras a ese juego en el que se eliminan personas con un coche equipado de armas terroristas para conseguir su objetivo. Se trata de eliminar al mayor número de militares, pero tampoco importa si se eliminan civiles. En el juego, los militares, al parecer, no tienen familia. Tampoco las personas civiles. Y como todo es virtual esas personas eliminadas tampoco tienen graves heridas si no mueren en el primer intento. Todo pasa desapercibido y se olvida.
Tú puedes conseguir un porcentaje de víctimas importante. Para ello tienes que pasar de nivel: a cada paso aumentas la velocidad, según te indica la pantalla, pero ese paso de nivel depende del número de víctimas. Si hay muchas víctimas y consigues un trofeo acumulas más puntos. Sí señor. Eres el más rápido. ¿No es suficiente con un nivel? Pues pones veinte o sesenta para divertirte al máximo. Cambias los mandos, diriges el coche con el teclado del ordenador, frenas, disparas…
Más de un millón de personas mueren todos los años en las carreteras y 50 millones sufren heridas de consideración. Los países pobres están aumentando el uso de vehículos, pero con menos medidas de seguridad. Los países emergentes viven su crecimiento automovilístico, sufriendo las consecuencias. En Europa se toman medidas más severas y se reduce la mortalidad. Todo muy educado, con cifras y balances que hablan de éxito de las medidas aunque siguen muriendo demasiadas personas. Casi como en tu juego. Claro que tú no tienes la culpa. En casi todos los informes se coincide en que el promedio de accidentes en carretera aumenta cuando la velocidad es más elevada. Además, hay más fuga de carburantes, aceites, ácidos, cargas contaminantes, humos tóxicos…, pero la velocidad es lo que importa. De nada sirve que las campañas institucionales se empeñen en determinar los riesgos de velocidad, que si choque frontal, que si a tanta velocidad se necesitan tantos metros para poder frenar. Tú no lo crees. Rebélate contra esos estudios que hablan de la eficacia de las limitaciones de velocidad. Nadie tiene que decirte a qué velocidad debes circular. ¡Faltaría más! A ti no te va a pasar nunca. Tú, además, tienes un automóvil caro. No hace ruido apenas, es muy seguro. Tu comportamiento en la carretera no se parece al que has tenido en el juego virtual, porque ni te vas a matar ni vas a matar a nadie. Eso espero. Y como tienes un vehículo bien equipado no crees eso de que no se puede garantizar una total seguridad. Por cierto, que has comenzado a utilizar un adaptador para que tu coche decida el valor de la velocidad autorizada en cada momento, aunque tú lo utilizas solamente para que no te multen. Y puedes ponerlo fuera de servicio con la ayuda de un conmutador. La verdad es que las simulaciones de tu jueguito nada tienen que ver con las pruebas de choque que se realizan con muñecos para calcular las consecuencias en las personas. Y nada justifica que yo tenga tanto miedo a la carretera. Al fin y al cabo es lo que ha decidido nuestro sistema económico, que mira hacia otro lado cuando hay tantas víctimas, sin cara, sin sufrimiento, mera estadística. Todo parece un juego. En fin, ya que solo se puede conseguir que a corto plazo disminuya algún punto la tasa porcentual -dicho así no se nota el sufrimiento- te ruego que, al menos, no me hagas sentir el aliento de tu coche en mi cogote, a la altura de la matrícula, que me exaspera.
Artículo aparecido el 1 de febrero en Deia.
'Marco de comparación'
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- Escrito por Luisa Etxenike
- Categoría de nivel principal o raíz: Colaboraciones
La expresión “marco incomparable” aplicada a San Sebastián tendemos muchos donostiarras a verla con recelo e ironía, como símbolo del riesgo, que ha rondado siempre a nuestra ciudad, de reducirse o encasillarse en su natural belleza. Lo que esa expresión nos recuerda es que se puede —por seguir con los clichés de forma— morir de éxito, también de éxito estético; o que hay bellezas que matan porque conforman, es decir, quitan necesidad de ponerse en entredicho y curiosidad para reinventarse. Creo pues que hay que mirar con ironía y aprensión el “marco incomparable”, y sustituirlo por un exigente marco de comparación. ¿Y qué nos dicen ahora mismo las comparaciones? Que San Sebastián pierde empuje turístico, es decir, fragiliza la calidad de vida de sus gentes, porque el turismo constituye uno de los sectores económicos fundamentales de la ciudad, y a menor turismo, menos puestos de trabajo, inversión y riqueza. Y porque el asunto es así de serio debería tratarse con extrema seriedad cualquier noticia relacionada con él y con una profundidad y ambición de análisis a la altura de lo que está en juego. Y que entiendo que no les sobran a las reacciones que ha provocado la publicación de unos datos del Eustat, según los cuales San Sebastián pierde turistas desde el verano (17.000 desde el pasado julio). Las cifras estadísticas están ahí, y para rebatirlas habría que presentar otras de la misma condición y no sólo, como se está haciendo desde el Ayuntamiento donostiarra, oponerles opiniones o juicios de valor.
Y en cuanto al debate sobre las razones de ese retroceso que muestra el Eustat, creo que tampoco debería enredarse en la sola hipótesis de la llegada de Bildu al gobierno municipal, por mucho que esa hipótesis la sustenten los periodos del año considerados. La seriedad del asunto obliga a ir más allá, a manejar más elementos, a establecer más marcos de comparación entre Donostia y las otras capitales vascas donde el turismo crece. Creo que hay que considerar, por ejemplo, un aspecto que se padece mucho, pero del que se habla poco: los precios. San Sebastián es una ciudad cara para el visitante (y el habitante). ¿Qué motiva ese sobreprecio? ¿Qué singularidad o excelencia de acogida o servicio lo justifican? ¿No será una anacrónica reminiscencia del “marco incomparable” a revisar sin demora? Porque el precio afecta al turismo y puede disuadirlo.
E insistir sobre todo en el paisaje cultural, que en otras ciudades se fertiliza y en Donostia se desertiza. Mientras la Green Capital reverdece o Bilbao se llena de visitantes, por ejemplo, con la exposición de Antonio López, ¿qué noticias de impacto genera Donostia? Pues una Tabakalera aún sin contenido y rumbo, y Chillida Leku cerrado, y el festival El Sol deslocalizado, y un Museo San Telmo fragilizado por un drástico recorte en su financiación.... Es en ese marco de comparación donde creo que hay que incidir. Meterse en él y ponerse a la obra.
Artículo aparecido el 30 de enero en El País.
Cuadernos Oxford (Enero)
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- Escrito por Pedro Tellería
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Se me pasó el año sin escribir sobre Monólogo interior, el disco que en 2010 publicó Single, un proyecto liderado por dos ilustres del pop. Teresa Iturrioz es la cantante e Ibon Errazkin se encarga de guitarras y programaciones. Los conocía de Pío Pío, la entrega que también Elefant Records publicó en 2006; y antes, de una maravillosa versión de El amor en fuga, el tema principal de la cinta homónima de Truffaut. Ambos provienen de los tiempos heroicos de Le Mans, añorado combo donostiarra de los años noventa.
Lo mejor de la música es escucharla, y no hablar de ella. Me limitaré a decir que los sonidos que inventa Errazkin con sus maquinitas y teclados son lúcidos, cristalinos, divertidos y modernos. Y que la voz de Iturrioz ha ganado con los años en gravedad y expresión, en ironía y espesor, hasta desplegar una amplia gama de claroscuros coherentes con los ambiguos textos que canta. Y que los textos siguen siendo pura poesía pop: minimalistas, esenciales, crudos. Y que la portada de lujo es, otra vez, de Javier Aranburu. Y que los vídeos…
¿Qué canciones me gustan más? Me enamoró desde el principio “Posponías”, pero después llegaron “Pensamiento” o “Fotos”. Todas son buenas por su originalidad y por su madurez. Son canciones que hay que disfrutar despacio, con esa concentración que exige el detalle del pop de orfebre. En el disco, además, rindieron homenaje a Violeta Parra y Mercedes Sosa con el clásico “Gracias a la vida”, que pasa a ser, gracias al genio del dúo, una canción Single.
Aparecido en Luke del mes de enero, con cambio de diseño incluido.
Eli Tolaretxipi en 'Las razones del aviador'
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Os paso el enlace de la revista de creación y pensamiento Las razones del aviador en la que han publicado cinco poemas de Eli Tolaretxipi de su poemario Edgar. Y uno de los poemas para abrir boca:
Pain has an element of blank…
Emily Dickinson
Lo primero que pierdo al caer
en el pozo es la sintaxis.
Sólo palabras sueltas
como dolor o visión de herida,
magulladura, arañazo, imposibilidad de
saber si antes, o
si la marca es el recuerdo
de algo. La hinchazón
oculta por el pelo podría
parecer irrisoria, patética, evitable.
Y qué me dices del ruido.
Será que el agua hierve o son aplausos, el agua o
un piano que imita los músculos
del mar, sus hombros, los brazos,
las manos que apartan la densidad.
Llamada perdida
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- Escrito por Luis A. Bañeres
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Hace frío. Los chalecos reflectantes no ayudan a entrar en calor a los dos voluntarios de la Cruz Roja que han atendido a la llamada al 112.
Afanados sobre el cuerpo que yace en la acera, cruzan finalmente una mirada de asentimiento, convienen en el diagnóstico fatal y proceden a cubrir a la mujer. Mechones de pelo rubio teñidos escapan de entre los pliegues de la manta térmica que devuelve al sol sus primeros rayos. Unas perlas rojas dan fe de lo acontecido apenas unos minutos antes.
Algunos metros más allá, unos vecinos observan incrédulos la escena, inquietos. Ya habrá tiempo para comentarios. Por ahora el tiempo parece haberse detenido.
Un móvil suena estridente bajo la manta. Por la melodía jocosa, parece que su dueña no es tan joven.
¿Quién llamará? —parecen preguntarse los que deambulan alrededor—. Un jefe, un hijo, su padre, alguien tratando de vender un seguro o tal vez un robot impertinente. ¿Quién?
Todos parecen preguntarse lo mismo y se miran nerviosos esperando que cese ese sonido que quiere hacerse un hueco en esa brutal escena.
Encienden otro pitillo y tratan de recogerse en sus propios pensamientos.
Nadie se atreve a cogerlo.
Quizás porque nadie sabe qué responder.