AMIGO coche-velocista (sueles ser hombre, ¿verdad?). Me encanta que cuando conduzco te pongas a pocos centímetros de mi vehículo y que en cuanto tienes la mínima posibilidad de adelantarme lo hagas. Yo solo he dejado un espacio de seguridad, pero tú entiendes que te invito a que me adelantes, por más que sea peligroso, aunque veas que hay un semáforo en rojo a pocos metros y esa sea una de las razones por las que he reducido considerablemente la velocidad. Pero tú tienes prisa. Bendito seas. Hay mucha gente que por ganar unos segundos pierde su vida. Tú, no. Ya me has mirado con un poco de enfado cuando me adelantabas, y ahora me miras por tu retrovisor, analizando mi actuación, considerándote superior porque me has adelantado. ¡Qué hombría la tuya! Esto me ha empezado a gustar, sí señor.
Yo sé que tú no eres de esas personas que utilizan armas terroristas que van matando a la gente por ahí, como si se tratase de conejos. ¡Pobres conejos! A ti te gusta la carretera y cuando adelantas te sientes feliz. Luego, cuando llegas a casa, abres el ordenador y entras a ese juego en el que se eliminan personas con un coche equipado de armas terroristas para conseguir su objetivo. Se trata de eliminar al mayor número de militares, pero tampoco importa si se eliminan civiles. En el juego, los militares, al parecer, no tienen familia. Tampoco las personas civiles. Y como todo es virtual esas personas eliminadas tampoco tienen graves heridas si no mueren en el primer intento. Todo pasa desapercibido y se olvida.
Tú puedes conseguir un porcentaje de víctimas importante. Para ello tienes que pasar de nivel: a cada paso aumentas la velocidad, según te indica la pantalla, pero ese paso de nivel depende del número de víctimas. Si hay muchas víctimas y consigues un trofeo acumulas más puntos. Sí señor. Eres el más rápido. ¿No es suficiente con un nivel? Pues pones veinte o sesenta para divertirte al máximo. Cambias los mandos, diriges el coche con el teclado del ordenador, frenas, disparas…
Más de un millón de personas mueren todos los años en las carreteras y 50 millones sufren heridas de consideración. Los países pobres están aumentando el uso de vehículos, pero con menos medidas de seguridad. Los países emergentes viven su crecimiento automovilístico, sufriendo las consecuencias. En Europa se toman medidas más severas y se reduce la mortalidad. Todo muy educado, con cifras y balances que hablan de éxito de las medidas aunque siguen muriendo demasiadas personas. Casi como en tu juego. Claro que tú no tienes la culpa. En casi todos los informes se coincide en que el promedio de accidentes en carretera aumenta cuando la velocidad es más elevada. Además, hay más fuga de carburantes, aceites, ácidos, cargas contaminantes, humos tóxicos…, pero la velocidad es lo que importa. De nada sirve que las campañas institucionales se empeñen en determinar los riesgos de velocidad, que si choque frontal, que si a tanta velocidad se necesitan tantos metros para poder frenar. Tú no lo crees. Rebélate contra esos estudios que hablan de la eficacia de las limitaciones de velocidad. Nadie tiene que decirte a qué velocidad debes circular. ¡Faltaría más! A ti no te va a pasar nunca. Tú, además, tienes un automóvil caro. No hace ruido apenas, es muy seguro. Tu comportamiento en la carretera no se parece al que has tenido en el juego virtual, porque ni te vas a matar ni vas a matar a nadie. Eso espero. Y como tienes un vehículo bien equipado no crees eso de que no se puede garantizar una total seguridad. Por cierto, que has comenzado a utilizar un adaptador para que tu coche decida el valor de la velocidad autorizada en cada momento, aunque tú lo utilizas solamente para que no te multen. Y puedes ponerlo fuera de servicio con la ayuda de un conmutador. La verdad es que las simulaciones de tu jueguito nada tienen que ver con las pruebas de choque que se realizan con muñecos para calcular las consecuencias en las personas. Y nada justifica que yo tenga tanto miedo a la carretera. Al fin y al cabo es lo que ha decidido nuestro sistema económico, que mira hacia otro lado cuando hay tantas víctimas, sin cara, sin sufrimiento, mera estadística. Todo parece un juego. En fin, ya que solo se puede conseguir que a corto plazo disminuya algún punto la tasa porcentual -dicho así no se nota el sufrimiento- te ruego que, al menos, no me hagas sentir el aliento de tu coche en mi cogote, a la altura de la matrícula, que me exaspera.
Artículo aparecido el 1 de febrero en Deia.