Cuadernos Oxford (Junio 2012)
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- Escrito por Pedro Tellería
- Categoría de nivel principal o raíz: Colaboraciones
De la extensa producción de Valle-Inclán no solemos recordar La lámpara maravillosa. Se trata de un libro tan poco citado en las escuelas como leído en las facultades, y al que algunos artistas de hoy día prestan, sospecho, menos importancia de la que se merece.
Fue publicado en 1922, cuando el autor contaba cuarenta y seis años. En la edición de Austral apenas ocupa, descontados glosario e introducción, unas ciento diez páginas de letra grandecita. Pero el barbudo gallego resumió en su prosa musical y modernista ideas sobre el arte, la poesía y la espiritualidad que se remontan a los tiempos primordiales.
Imposible descomponer en este cuarderno su contenido. Como en todo ensayo poético hay que adentrarse en la selva de su lectura para apreciar la indisoluble unidad de fondo y forma, de ética y estética, que contiene. Dejarse llevar por la música secreta de sus palabras. Hay quien lo calificó de “digresión artificiosa” o quien lo descartó por decidir que había envejecido. Valle-Inclán subtituló la obra “ejercicios espirituales”, no sé si para reírse de san Ignacio o para rendirle homenaje. Yo sigo releyendo en noches perdidas sus fragmentos y preguntándome si don Ramón iba en serio o estaba de broma, si con este librito se reveló como un profundo poeta de la verdad o como un impostor (al uso, por ejemplo, de algunos posmodernos copypasters de la autoayuda). Pero mientras me pregunto y me pregunto, continúan admirándome frases como ésta: “El poeta debe buscar en sí la impresión de ser mudo, de no poder decir lo que guarda en su arcano, y luchar por decirlo, y no sastisfacerse nunca”.
Artículo aparecido en la revista Luke del mes de junio.
Del aforismo al tuit
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Hace casi dos mil años, el emperador Marco Aurelio escribía cosas como ésta: “Ten cuidado de no convertirte en un césar, de no impregnarte demasiado de ese espíritu, porque ocurre. Consérvate sencillo, bueno, puro, grave, natural, amigo de la justicia, piadoso, benévolo, afectuoso, firme en el cumplimiento de tus deberes... Reverencia a los dioses y socorre a los hombres. La vida es breve. El único provecho que es posible obtener de esta vida terrestre: propósitos piadosos y acciones inspiradas por el bien social”. Y podría esperarse que si ya en aquella época —antes de que pasara casi todo: el Siglo de las Luces, por ejemplo; y el afianzamiento y ensanchamiento de la democracia, y avances científicos espectaculares, y un sinfín de maravillosas obras de arte, filosofía, literatura— había gobernantes así, el presente iba a depararnos mandatarios más sabios aún, más preocupados por el cumplimiento de sus deberes, más empeñados en la justicia y el bien social. Que íbamos a pasar de los aforismos y meditaciones clásicos a sabias formas modernas de expresión política, capaces de ensanchar el espíritu crítico, despertar empatías, apelar a la profunda inteligencia del interés común; de hacernos, en fin, crecer como ciudadanos.
No creo que haya que insistir en que no es el caso; en que asistimos a una progresiva degradación de la expresión política. Que los dichos de muchos de nuestros dirigentes no se sitúan precisamente en las alturas de la meditación, sino en una bajura hecha de medias tintas, medias verdades —supongo que ya habrá quién esté calculando numérica, presupuestariamente, el coste de enredarse en la (no) definición de rescate, esto es, de proponer al país de dentro y a los de fuera cortinas de humo en lugar de bases de transparencia—, improvisaciones, banalizaciones, deslocalizaciones de la responsabilidad —ese insufrible “tú más” o “tú peor” y un largo etcétera de manifestaciones donde no puede distinguirse el menor rastro de, y por seguir con la referencia clásica, cuidado, benevolencia, afecto, sentido del deber, socorro al ciudadano, inspiración de y hacia el bien social.
Y elijo dos ejemplos, entre tantos posibles. Uno: la comparación que ha hecho el líder de Aralar entre la Marcha Verde y la posibilidad de que quienes tuvieron que exiliarse de Euskadi por el terrorismo puedan votar en las elecciones autonómicas. Por mucho que la oposición a ese voto sea argumentable, ¿cuánta empatía humana o amistad por la justicia o sentido de la responsabilidad política encierran esas palabras de Patxi Zabaleta? Dos: el tuit enviado por la ministra de Empleo para alardear de un récord en un juego de bolitas. Al parecer, se envió por error. Sin duda. Pero lo significativo es que resultó creíble, lo que dice mucho del estado de la cuestión, de la degradación de una expresión política cada vez más alejada del sabio aforismo y más empantanada en el sinsentido, en el tuit insustancial.
Aparecido en El País.
El Coro Irlandés
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- Escrito por Luis A. Bañeres
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Siempre he admirado a los irlandeses, entre los que tengo el honor de contar con varios amigos. Gente cercana, sencilla, abnegada. Como decimos aquí, de casa. Llama la atención la cantidad de parejas mixtas vasco-irlandesas en los vuelos de Dublín a Bilbao. Y no es de extrañar, porque en el fondo somos muy parecidos: rudos, campechanos, orgullosos, generosos, luchadores…y temibles también cuando hemos de defendernos. De ahí la empatía entre las dos culturas. El pasado jueves 14, en el estadio de Gdansk, veinte mil irlandeses coreaban cantos, llegando a robar portada al encuentro en muchos momentos; cantos a los que se sumaban más cuanto mayor era la derrota ante un rival muy superior. Lucharon hasta el último segundo, tratando de suplir su desigualdad técnica en el campo con dosis enormes de orgullo y entrega. Y supieron perder como sólo saben los nobles. Ilustraron perfectamente ante el mundo un comportamiento ejemplar ante la adversidad, que no entiende de lloros y lamentos pero que enseña a mirar hacia delante, procurando no hincar nunca las dos rodillas. Si acaso una, para enjugarse el sudor.
El Correo (16/6/2012)
'Radio París' (1 de junio 2012)
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Disminuyen las subvenciones para los proyectos cinematográficos, pero el talento resiste. A varios festivales americanos y europeos llega La casa Emak Bakia, primer largometraje de Oskar Alegría. Un poeta del azar en la estela de Man Ray o José Luis Guerín. Todo lo hace sin las ataduras y protecciones de los equipos, y desde que conocí sus trabajos iniciales me cuesta tomarme completamente en serio a los cineastas ayudados por una muchedumbre de técnicos, sastres, escribanos, mozos de cuerda y servidores de café. Es probable que Oskar Alegría represente el relevo: una generación que aguce el ingenio tanto como la perseverancia y, en coyuntura de crisis económica, deba sustituir los efectos prodigiosos por las finanzas austeras y la creatividad. Aunque aún no ha cumplido los cuarenta años, Alegría acumula ya muchas experiencias de artista nómada. En París organizó un casting de párpados de mujeres. Estuvo esperando durante semanas, con paciencia de esteta, los instantes en que su cámara pudiese grabar algunos movimientos delicados de unas muchachas dormidas. También ha intentado plasmar las pesadillas de una piara de cerdos. Sus originales crónicas de viajes, los vídeos y las fotografías han confluido por fin en una obra extensa. El resultado es valioso. El pudor lo ampara contra los sentimentalismos; sabe unir con coherencia los materiales ofrecidos por la casualidad. En el fondo destaca la celebración de la vida. Después de ver las imágenes de su película, sentimos deseos de plantar un árbol.
Aparecido en El Cultural.
Edad de oro
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- Escrito por Luisa Etxenike
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Se ha convenido en llamar “dorados” a algunos productos o servicios dirigidos a la Tercera Edad. Y así nos encontramos con cuentas bancarias o con tarjetas de transporte doradas. La imagen resulta sugerente: identificar a los ancianos con el oro como una manera de reconocer su aportación a la sociedad, su condición de valor seguro. Porque eso es el oro, sobre todo en tiempos de incertidumbres financieras: un valor seguro. La cuestión es si esa imagen, ese cubrir a las personas mayores de una doradura de prestigio, representa realmente el estatuto que nuestras sociedades reservan y reconocen a la Tercera Edad. O si se trata de uno (otro) puro espejismo, de uno (otro) puro eufemismo, esto es, de una manera de celebrar con dichos lo que luego la realidad se encarga de desmentir con hechos.
¿Consideran entonces nuestras sociedades a la Tercera Edad como una auténtica edad de oro? ¿Reconocen que su patrimonio de conocimientos, competencias y experiencias es un valor confiable, una riqueza a aprovechar y sobre la que apoyarse? ¿Fomentan y articulan, consecuentemente, la trasmisión de ese patrimonio al resto de la sociedad y de manera particular a las nuevas generaciones? O, si se prefiere, ¿es la comunicación transgeneracional si no una de las prioridades al menos una de las inversiones de nuestro presente? Creo que la respuesta es, en todos los casos, negativa. Que hay poco reconocimiento teórico y menos aprovechamiento práctico de la edad de oro que puede suponer la Tercera Edad. Que los ancianos hablan mucho menos en nuestra sociedad de lo que son hablados, que son mucho más objeto —por ejemplo cuando se abordan los servicios sanitarios o asistenciales— que sujeto de discurso; que son mucho más utilizados —en un medio de prensa alguien decía hace poco y muy gráficamente que si los abuelos se plantan esta sociedad se paraliza—, mucho más utilizados privadamente que “aprovechados” pública, colectivamente. Mucho más evocados como gasto o carga, que como haber o palanca de impulso.
Y, sin embargo, hay muchos ámbitos donde su aportación parece más que fundamental. ¿No son, por ejemplo, quienes han recorrido toda nuestra historia reciente, extremadamente valiosos para abordar en y con perspectiva la memoria histórica? ¿No son quienes han atravesado distintos momentos y climas sociales, más o menos agobiantes o euforizantes, especialmente aptos para orientarnos por el tormentoso pesimismo actual? Frente a una generación intermedia que lo ha tenido, en general, más fácil, ¿no está la experiencia de los ancianos, que lucharon para abrirse camino en los años duros, más cerca de los desafíos y las dificultades que tienen que superar los jóvenes de hoy? ¿No es la comunicación entre ellos, por lo tanto, una “mina”?
Creo que la respuesta es afirmativa, cada vez. Y que en estos tiempos desconfiados y tan necesitados de valores seguros, hay que ver en la Tercera Edad, literal y precisamente, una edad de oro.
Artículo aparecido en la edición vasca de El País.