'¿Ciudad de Dios?'
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- Escrito por José Serna Andrés
- Categoría de nivel principal o raíz: Colaboraciones
Cuando San Agustín escribe La ciudad de Dios, en el siglo V, está preocupado porque hay quien dice que la caída de Roma en manos de los godos de Alarico se debe a la aceptación del cristianismo por parte del Imperio, que ha abandonado a los dioses. San Agustín quiere mostrar que el derrumbe de Roma se debe a su egoísmo y a su inmoralidad, afirma que ni los dioses ni la filosofía antigua han sido capaces de mantener el imperio y de traer la felicidad a sus habitantes. Uno duda si puede haber relación entre el mantenimiento de un imperio y la felicidad, pero la pregunta puede hacerse de igual forma hoy, en relación al sistema económico actual y la relaciones de poder en nuestro mundo. El añadido de la obra a la que nos referimos es que se trata de un texto de carácter teológico y místico según el cual la ciudad de Dios es la de los elegidos, y la ciudad del diablo la de los reprobados. En la interpretación de Gilson, la ciudad de Dios no puede identificarse con la ciudad en esta tierra, ni siquiera con la Iglesia, porque aun dentro de la Iglesia hay personas reprobadas y que no pertenecen a la ciudad de Dios. Las dos ciudades, la divina y la terrena, se hallan confundidas en esta tierra, donde la diferencia entre lo temporal y lo espiritual, lo político y lo ético, no se encuentra en campos distintos, aunque sí respecto a los designios de Dios, pues Agustín también habla de una sociedad de los santos, que no es algo exclusivamente inmanente.
Todos los esfuerzos por imaginar ciudades o mundos ideales y necesarios han de pasar por el trabajo diario en favor de la justicia y la paz, con planteamientos éticos, que son parte de los fundamentos de la felicidad y la transformación de la vida terrena. Más que hablar de dos ciudades, de dos tiempos, de dos semanas, semana de primavera para unas personas, semana santa para otras, podemos hablar de todo lo que implica hacer una revolución ético-espiritual en la tierra donde pueden ser cómplices personas que hablan ese lenguaje que no enfrenta dos maneras de pensar y que se encuentra acorde con una manera de vivir la justicia y los derechos humanos en el mundo.
Un relato actual de De Civitate Dei, aunque parezca que el lenguaje de ambos se encuentra en las antípodas, está a nuestro alcance en la novela de Pablo Lins, Cidade Deus, adaptada a la película del mismo nombre dirigida por Fernando Meirelles y Kátia Lund. Ciudad de Dios puede considerarse una parábola sobre nuestro mundo. La favela de Río de Janeiro llamada Ciudad de Dios está protegida por dos bandas de narcotraficantes que disponen de la vida y de los bienes de los demás. Cuando la policía interviene causa tantos daños colaterales que resulta difícil presentar su función como una OTAN, perdón, como una fuerza detentadora del monopolio de la violencia al servicio del bien. Quienes financian las operaciones, detrás, muy detrás de las bambalinas, ni siquiera se ven, porque las escenas son violentas cuando se filma la grosería y la capacidad de asesinar de los pobres, pero queda invisible a los focos y a las cámaras la gran ciudad en la que se refugian los medios de comunicación que ni siquiera se atreven a entrar en la favela, en el mundo de la pobreza extrema. Y cuando lo consiguen, aun con el protagonismo de un fotógrafo surgido de la misma favela, solo se publicarán las fotos de los delincuentes violentos, ya muertos o encarcelados, pero no será posible publicar las fotos -¿Wikileaks al fondo?- de los policías corruptos porque el protagonista sabe que los riesgos para su futuro son demasiado letales. Y el mensaje final no es de esperanza, porque los raterillos, las nuevas generaciones, se han limitado a esperar a que se destruyan entre sí las anteriores -los imperios basados en la violencia-, y tratan de reorganizar su nuevo dominio con los restos de armas, de odio, y de falta de valores que les quedan.
Los relatos proféticos denuncian la realidad, la simplifican, e incluso la exageran, porque quieren hacer una llamada a la conciencia, al cambio de vida, a la proyección de nuevas alternativas, a la llamada a unos tiempos, a unas tierras, santas religiosas, o santas laicas, que también las hay, cuyo denominador común sea una tierra nueva, otro mundo posible, donde las estructuras económicas, la organización de los pueblos, y la conciencia ética, no se encuentren enfrentados en compartimentos estancos, sino perfectamente engranados.
Artículo aparecido el 12 de abril en Deia.
'Espectadores'
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- Escrito por Luisa Etxenike
- Categoría de nivel principal o raíz: Colaboraciones
Francia ha homenajeado estos días a Aimé Césaire, el admirable escritor martiniqués al que le debo reflexiones estéticas y posiciones morales que no dejan de servirme de guía. Como cuando dice en Retorno a mi país natal: "Sobre todo, cuidado con asumir, incluso de pensamiento, la actitud estéril del espectador, ya que la vida no es un espectáculo, un mar de penas no es un proscenio, un ser humano que gime no es un oso danzante". Creo que estas palabras encierran un mensaje y una alerta que valen para cualquiera o que nos conciernen a todos, pero que se dirigen de manera muy especial a los artistas y creadores y difusores de imágenes y de representaciones de la realidad y la experiencia humanas.
Aimé Cesaire nos pone en la vía de una interrogación moral esencial: ¿cómo hay que representar el sufrimiento de otro? ¿Cómo hay que decirlo y mostrarlo para que del otro lado de la mirada no haya un espectador desactivado, sino un interlocutor crítico, es decir, conmocionado y conmovido? ¿Cómo hay que representar el dolor humano para que no se vuelva, ni un milímetro ni un segundo, un objeto, un producto, una obra para ser mirada o admirada, para que ese sufrimiento no sea en ningún caso ni espectacular ni estético? Y llevo mi interrogación a imágenes como la que acaba de ganar el premio internacional de la prensa: la de la joven afgana a la que su marido ha dejado sin orejas ni nariz. ¿No contiene esa fotografía, como de posado, una representación estilizada, estetizada del drama de esa joven? ¿No nos vuelve así meros espectadores de su dolor? Comprendo la importancia de denunciar ese tipo de agresiones, pero no acabo de conformarme con esa forma reposada, armónica, de hacerlo.
Y no me conformo, desde luego, con el tratamiento que está recibiendo estos días el caso del joven que (presuntamente) ha asesinado a su novia embarazada y luego ha trasmitido las imágenes de la muerta, a su familia, vía internet. El que se esté hablando de él y no de ella, el que la noticia la constituya más el acto de usar la webcam que el de matar brutalmente ilustra el mundo en que vivimos. Un mundo donde ya se confunden las sensaciones con los sensacionalismos; donde el entretenimiento se defiende como si fuera un valor, o donde la distracción se coloca a la altura de la comprensión.
Me indigna la muerte de esa joven y me escalofría. Y naturalmente el gesto -me refiero al estrangulamiento- de su asesino. Pero también me indigna y me horroriza el tratamiento que se le está dando al asunto de la webcam; el protagonismo mediático que está adquiriendo no el acto primero, el de asesinar, sino el segundo, el de retransmitir por Internet la infamia. Un protagonismo que invita a la sociedad a entretenerse con el espectáculo (y con su autor de paso), con la novedad, con la "gracia" macabra del caso, que la incita a fijar los ojos en ese número de osos danzantes mientras el crimen se deja sin mirar. Se queda sin mirar de cerca.
Artículo aparecido el 11 de abril de 2011 en la edición vasca de El País.
Fernando Aramburu en 'Babelia'
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- Escrito por Mikel Apodaka
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Artículo de Fernando Aramburu aparecido hoy en el suplemento cultural Babelia y titulado 'Tobillo de España'.
"No recuerdo haber solicitado nacer español, pero reconozco que hay cosas peores. Las hay también mejores y el hecho fácilmente verificable de que haya escasa o ninguna voluntad de aprender de ellas es lo que duele. No considero a España un problema metafísico. Basta permanecer diez minutos en una de sus calles para comprobar que el país alberga más ruido que esencias.
Se dice que los españoles duermen poco. La hipótesis parece plausible, a menos que sean connaturales en ellos la impaciencia, el mal humor y las ojeras. Hoy por hoy el español arquetípico consiste en un espécimen humano que, encabronado hasta las orejas, aporrea en medio de un atasco, de forma compulsiva, el claxon de su coche.
El caso es no pertenecer a una élite. No incurrir en el lenguaje refinado, en las maneras sensuales y delicadas, en el cultivo de la elegancia irónica. Menos mal que andamos sobrados de antídotos: las palabrotas, el tuteo agresivo, tus muertos y otros fangos léxicos que eximen al usuario del trabajoso, del inútil empeño de desembalar la perspicacia. No hay más que encender el televisor para darse cuenta de la baja calidad humana que se fomenta y se estila en el país.
El español actual, me corrigen, es inconcebible sin su móvil pegado a la oreja, hablando con desatada indiscreción y abundancia de errores gramaticales en los vagones de los trenes, en los consultorios médicos o dondequiera que le suene el chisme. En el cine, me dicen, no tanto, ya que cada vez son más los que se quedan en casa disfrutando gratis, ante las pantallas de sus ordenadores, del trabajo, el talento y las inversiones económicas de otros.
La gente ¿qué culpa tiene? Los ciudadanos se adaptan, imitan y quieras que no se dejan moldear. Miran y escuchan los noticieros de televisión y, entre dos catástrofes, les meten publicidad. Todos los días reciben su ración de imágenes de homicidas de vecindario, de motoristas inertes, de felpudos ensangrentados y, para postre, del Real Madrid y el Barcelona, también en las cadenas públicas, desfavoreciendo sin tapujos a los demás equipos. Lo usual es que se conceda mayor relevancia informativa al tobillo de un deportista millonario o a las palabras defectuosas de un entrenador portugués que a cuestiones educativas, culturales, financieras...Independientes de humo
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- Escrito por Luisa Etxenike
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Han mejorado muchas cosas desde que ha entrado en vigor la ley que prohíbe fumar en lugares públicos. Sin duda hemos ganado en salud. También, a pesar de los estragos que se nos anunciaban, ha crecido el empleo en hostelería (los datos de febrero hablan de 21.443 afiliados más). Lo que parece confirmar la impresión visual de que la gente no ha desertado los bares o restaurantes ahora sin humo. Y afianzar, de paso, la réplica a esos argumentos tan poco apetecibles cuyo principal ingrediente es el temor, y que inducen a no cambiar nada por si acaso, y además a desconfiar del buen juicio de los ciudadanos.
Yo confío en ese buen juicio y por eso nunca he creído que la prohibición de fumar fuera a alterar nuestros hábitos de ocio (otra cosa es la crisis y las apreturas que provoca). Pensando por ejemplo en el buen juicio gastronómico me pregunto quién prefiere pagar (bastante) por un pintxo exquisito, sofisticado, testimonio a escala de altísima cocina, para luego comérselo al lado de alguien que fuma, es decir, que destruye con el humazo la mitad del sabor y tres cuartos del aroma del plato. O quién prefiere pagar un precio consecuente por un vino de autor, para luego tener que bebérselo en una atmósfera que hace indistinguible su singularidad, su firma. Creo que nadie lo prefiere; o que cualquier aspira a la plenitud de los sabores y de los aromas, esto es, a la excelencia. Y por eso, que la prohibición de fumar no va a sacar a la gente de los bares sino a meterla (y más en cuanto amaine la crisis); que hay que ver en la limpieza del aire de los locales un aliado de nuestra gastronomía, el único contexto a la altura de su creatividad, digno de ella.
Y sin embargo hay quien sigue oponiéndose a esta ley, esgrimiendo contra ella la ironía, incluso el sarcasmo. Por lo general encuentro sus argumentos sólo decepcionantes: se suelen limitar a contraponer intereses particulares al interés general, o intereses a principios. Pero llega un momento en que de decepcionantes pasan a inaceptables, y es cuando buscan apropiarse de la noción de libertad, cuando pretenden que la regulación del consumo de tabaco equivale a un liberticidio. Esa argumentación pretendidamente "libertaria" carece, en mi opinión, no sólo de fundamento sino incluso de legitimidad; y ello por dos razones. La primera, porque tiende a invertir descarada y hasta cínicamente la relación entre agresor y agredido del tabaco, convirtiendo al que echa el humo en una víctima del que lo recibe; y negándose así a reconocer que la Ley no prohíbe fumar sino fumarle a otro y que por ello no es pérdida de libertad lo que propone sino ganancia. La segunda razón se apoya en el hecho innegable de que el tabaco es una adicción. ¿Qué sentido tiene entonces asociarlo con la libertad? ¿Por qué tendríamos que ser más libres en un mundo de dependencias? No creo que la libertad esté del lado de los adeptos sino de los independientes del humo.
Artículo aparecido ayer en El País.
Irazoki en 'Radio París' (abril)
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- Escrito por Francisco Javier Irazoki
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Por desgracia, no escasean los intelectuales abúlicos. Sus mentes tienen la forma de un sillón de pereza mullida. Hace poco escuché a uno de ellos definir el rock como simpleza musical con la que los jóvenes sacuden sus cuerpos para espulgarse. Voy a responder mediante un ejemplo hispano. En la segunda mitad de los años setenta, dejando atrás el entusiasmo de la Transición democrática española, un joven llega a París. Aunque posee el título de licenciado en Filosofía, cumple los horarios de un obrero de la palabra. Santiago Auserón se levanta a las cuatro de la mañana y se encamina hacia la Universidad de Vincennes, donde aprende inconformismo gracias a los discursos provocadores de Gilles Deleuze. En el aula, un cartel fija el humor de la época: “Cuidado con los carteristas del concepto”. De vuelta en España, Auserón lidera el grupo Radio Futura y demuestra lo infundado del tópico que afirma la ineptitud de nuestro idioma en las canciones modernas. Las letras de los discos “La ley del desierto / La ley del mar” y “De un país en llamas” contienen agudezas y misterio. Con su hermano Luis las encaja bien en un rock al que agrega gotas del son cubano. Después Auserón inventa el sobrenombre de Juan Perro, trabaja con una orquesta de jazz, participa en talleres de sonido, publica seis álbumes compuestos en solitario. Todas sus obras transmiten talento. Incluyen suficiente energía para que caigan las pulgas de los cerebros apáticos.
Radio París es una sección que publica 'El Cultural' de El Mundo y que firma Francisco Javier Irazoki.