Por desgracia, no escasean los intelectuales abúlicos. Sus mentes tienen la forma de un sillón de pereza mullida. Hace poco escuché a uno de ellos definir el rock como simpleza musical con la que los jóvenes sacuden sus cuerpos para espulgarse. Voy a responder mediante un ejemplo hispano. En la segunda mitad de los años setenta, dejando atrás el entusiasmo de la Transición democrática española, un joven llega a París. Aunque posee el título de licenciado en Filosofía, cumple los horarios de un obrero de la palabra. Santiago Auserón se levanta a las cuatro de la mañana y se encamina hacia la Universidad de Vincennes, donde aprende inconformismo gracias a los discursos provocadores de Gilles Deleuze. En el aula, un cartel fija el humor de la época: “Cuidado con los carteristas del concepto”. De vuelta en España, Auserón lidera el grupo Radio Futura y demuestra lo infundado del tópico que afirma la ineptitud de nuestro idioma en las canciones modernas. Las letras de los discos “La ley del desierto / La ley del mar” y “De un país en llamas” contienen agudezas y misterio. Con su hermano Luis las encaja bien en un rock al que agrega gotas del son cubano. Después Auserón inventa el sobrenombre de Juan Perro, trabaja con una orquesta de jazz, participa en talleres de sonido, publica seis álbumes compuestos en solitario. Todas sus obras transmiten talento. Incluyen suficiente energía para que caigan las pulgas de los cerebros apáticos.

Radio París es una sección que publica 'El Cultural' de El Mundo y que firma Francisco Javier Irazoki.