Tabaco y velocidad
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- Escrito por Mila Beldarrain
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Me siento menos que una colilla, no, menos que la lluvia de ceniza que salpicaba el traje de don Antonio Machado cuando componía versos mientras sacudía el cigarro sobre su hombro, mucho menos que un cenicero sucio y muchísimo menos que el cigarrillo olvidado con restos de carmín, sugerente y voluptuoso.
Y es que, a cuenta de la Ley Antitabaco, el Ministerio de Sanidad y la Consejería de Sanidad del Gobierno vasco se están haciendo un lío en su afán de prohibir fumar en las sociedades gastronómicas. Y ¿saben qué pasa?, pues que soy mujer y jamás vi en nuestras autoridades un talante así de empeñadito para prohibir la exclusión de las mujeres en esas mismas sociedades, y, la verdad, esta constatación me ha resultado muy inquietante. Y es que aún recuerdo a Pilar Miró, que al recibir el Tambor de Oro, máximo galardón donostiarra, no pudo celebrar el evento, como era tradición, en la Sociedad Gaztelubide, porque tenía prohibida la entrada.
Pero a lo que iba, el hecho es que, a día de hoy, ejercer el mando hasta el absurdo en el tema del tabaco se ha convertido en el asunto estrella del Gobierno, muy por encima de los grandes males que padecemos. Y así, como si no tuviéramos bastante con el deprimente espectáculo que nos ofrece, un día sí y otro también, la clase política, como si las noticias de robos y tropelías de nuestros dirigentes no fueran suficientes para quitar las ganas de votar al más entusiasta de los votantes, como si el aumento del índice del paro no fuera de tal enjundia que llevase a convocar un gabinete de crisis que no se levantase de la silla hasta dar con la solución, va y ahora nos enteramos de que la respuesta del Gobierno a la escalada del precio del petróleo, tras la situación que atraviesa Libia, va a ser rebajar el límite de velocidad en las autopistas, como ven una medida de gran calado que incide en el corazón del problema.
Pues miren, yo, y que me perdonen porque puedo resultar faltona, no sé si esos señores y señoras que nos gobiernan son tontos de remate o están afectados por algún síndrome extraño que gusta de hacer sus nidos en la clase política. Sin entrar en la bondad o no de la Ley Antitabaco, el tema chirría bastante teniendo en cuenta que el producto, que prohíben consumir en establecimientos públicos de titularidad privada, es un producto legal del que el propio Gobierno obtiene pingües beneficios. Por otro lado, en mi humilde opinión, el 'parche Sor Virginia' recetado para el ahorro de gasolina se presta al chiste fácil, mofa, befa y cuchufleta. Está claro que vamos a ahorrar en la comida del canario y que la medida no ahonda en absoluto en la realización de un proyecto que efectivamente resuelva el problema energético a largo plazo. En fin, que, entre unas cosas y otras, nos tienen contentos, al menos a mí.
Artículo de Mila Beldarrain aparecido hoy en la sección de Opinión de El Correo.
'Impresiones plastificadas'
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- Escrito por Luisa Etxenike
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"Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo"; así comienza Cien años de soledad de García Márquez. Y el que en ese trance (del que finalmente se libra) Buendía se acuerde de aquella escena de cuando era niño habla de las imágenes que en la vida son fundacionales, que presenciamos una vez y luego nos acompañan siempre. Y muchas de esas imágenes o impresiones están conectadas con la infancia. Lo pensé el otro día, al pasar por delante de la exposición Human Bodies que ha recorrido distintos lugares del mundo y que en este momento se presenta en Irún. En ella se exhiben varios cuerpos y órganos humanos reales, tratados con una técnica de plastificación. Pasé por ahí y me acordé de Cien años de soledad, imaginando el efecto que una visita a esa exposición tendría en un niño de hoy, un niño que supiera o entendiera que lo que allí se expone como una obra o como una figura de plástico de tamaño natural es, en realidad, una persona. Iba a poner "fue" pero, ¿se puede poner "fue una persona"?
Imaginé distintos efectos, desde un temor cercano (el temor siempre lo es) hasta una distanciadora indiferencia, la misma que producen las creaciones animadas de los dibujos o los videojuegos, pasando por la incredulidad o la confusión entre la vida y la muerte. Ninguno de esos efectos me pareció apetecible, la verdad. En ninguno de ellos pude ver o recoger la noción de un "hielo" extraordinario, feliz, liberador como el de la novela de García Márquez; sólo se me representó la sensación de lo helador.
Los organizadores de la exposición insisten en subrayar su carácter exclusivamente didáctico, en verla como un excelente instrumento para conocer a fondo el cuerpo humano. No sé si realmente, con los medios pedagógicos y tecnológicos hoy a nuestro alcance, necesitamos unas momias plastificadas para hacernos una idea cabal de dónde residen, por ejemplo, el cerebro y el corazón humanos. Pienso más bien que ese estatismo en la postura y esa plastificación pueden reforzar o completar la "pedagogía" que ya difunden muchos productos multimedia destinados a los jóvenes, y que consiste en representar personas como cosas, como muñecos, como pretextos para un juego o trama, mayormente de batalla.
En cualquier caso, y por reconocerle una dimensión didáctica a Human Bodies, creo que nos enseña que nuestra reactividad social anda también algo o bastante plastificada. Porque en otros países donde se ha presentado la exposición ha venido acompañada, como mínimo, de un debate; se ha hablado y discutido de su cómo, su porqué y su para qué. Entre nosotros este debate social no se ha producido, y me parece deseable que se produzca: que esas imágenes plastificadas de lo humano se sometan a la materia viva, pensante, de un contraste.
Artículo de Luisa Etxenike aparecido ayer en la edición vasca de El País.
'Tiempo de Adviento'
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- Escrito por Pedro Ugarte
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Artículo aparecido ayer en la edición vasca de El País y firmado por Pedro Ugarte:
Seguramente nos asusta su advenimiento, pero hay que hacerse a la idea. En contra de lo previsto, a Euskadi llega la paz. Suena raro; la paz nos va a coger desprevenidos y, todavía peor, al principio no sabremos cómo usarla. Pero está ahí, a la vuelta de la esquina. Nadie nos explicó el sonido del universo sin la percusión constante del conflicto (el célebre Conflicto) retumbando en nuestras cabezas.
¿Cómo será vivir sin revivir a cada rato la épica latosa del pueblo vasco? ¿Cómo serán los políticos reducidos al papel de gestores del presupuesto público? ¿De qué hablaremos tertulianos y articulistas? ¿Cómo se vivirá en ciertos pueblos del Goierri sin la expectativa de un nuevo sábado recorriendo la calle Autonomía de Bilbao detrás de una pancarta?¿Cuántos héroes de tercera tendrán que explicar, de pronto, qué escribieron, sobre qué investigaron, a qué se dedicaron durante estos largos años? Se abre ante nosotros un abanico de sensaciones inéditas; hablar un idioma sin que ello importe una adscripción política. O todavía más: hablar un idioma sin que la señora del ascensor se apriete el bolso bajo el brazo -en serio, me pasó el otro día-. Imaginen unas elecciones forales en que el debate entre los candidatos sea el peaje de las autopistas, el tipo del IRPF o las desgravaciones por tercer hijo. Sí, parece imposible, pero cuando la paz haya llegado los candidatos tendrán que ocuparse de esas cosas. O todavía más, si ya lo hacen, les juzgaremos por eso, y no por compartir o no con ellos cierto imaginario. Nos tienen distraídos, ausentes, pero eso se va a acabar.
Irazoki en 'Radio París'
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Artículo de Francisco Javier Irazoki aparecido en la sección 'Radio París' que edita 'El Cultural' de El Mundo:
"Fue a finales de los años cincuenta del siglo XX. Mi hermana, en medio de un paisaje verde, lloraba mientras recorría un camino de tierra. Enseguida me describió las burlas padecidas en el colegio. Ella se expresaba en el euskera que nuestros padres nos enseñaron, y sus compañeros se reían. Persona enérgica frente a las humillaciones, no tardó en preparar una estrategia. Para que yo, más joven y menos valiente, no sufriera, me hizo aprender sin ira el castellano y sentí que con cada nueva palabra recibía un escudo. Así construí el muro detrás del cual Jorge Luis Borges, César Vallejo, María Zambrano o Luis Cernuda me regalaron libertades. Comprendí que aquel refugio significaba igualmente una apertura.
Al poco tiempo, la democracia trajo deseos justos de recuperar los idiomas apartados por el franquismo. Como la intransigencia suele aprovechar bien los entusiasmos repentinos, entre algunos supuestos protectores del euskera no faltaron las desmesuras. Tachar los letreros viales escritos en español fue una de sus tristezas culturales preferidas. Con palabras borradas cerraron las mentes. Su desafecto hacia otras lenguas era la prueba de la insinceridad con que defendían la propia; vi que usaban esa aventura para llenar el vacío íntimo. Nos lo tomamos con paciencia. Al cumplir años he perdido convicciones. Una de ellas sigue conmigo y sé que va a acompañarme hasta los últimos días: quien ama un idioma ama todos los idiomas."
'Distancias cortas'
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Artículo de Luisa Etxenike aparecido ayer en la edición vasca de El País.
Hace unos días, Esperanza Aguirre anunció que padece un cáncer de mama, colocando así el derecho a la intimidad que como ciudadana le corresponde detrás de la responsabilidad de transparencia que los líderes políticos asumen también. Tras conocerse la noticia se han multiplicado las declaraciones públicas y las muestras de apoyo. Entre nosotros adquieren especial significación las palabras de ánimo del alcalde de Bilbao, que conoce de primera mano no sólo el paso por la enfermedad, sino la vuelta después a la normalidad de la vida política.
Esas muestras de apoyo, los deseos de un rápido y definitivo restablecimiento -y sumo desde aquí los míos- han venido de todas partes, incluidos políticos de la oposición y ciudadanos que no son del ámbito ideológico de Esperanza Aguirre; y podemos pensar que se deben a que el anuncio de la enfermedad suspende el esquema relacional anterior e instaura súbita, espontáneamente, otro en el que la posición política pierde protagonismo frente a la condición humana. Y en el interior de la condición humana las distancias son otras, son cortas, porque el que más y el que menos sabe de lo que se habla y lo que se siente ante una enfermedad así; comprende la cuesta que ésta pone, de repente, en el paisaje de las emociones y de los pensamientos.
Esas distancias abolidas o reducidas entre el político enfermo y la oposición y, sobre todo, la ciudadanía creo que merecen conducir a una reflexión más general sobre otras distancias. Sobre la distancia que, en circunstancias nada excepcionales o completamente corrientes, separan en nuestras sociedades a la clase política de la ciudadanía, por un lado, y, por otro, a los privilegiados de todo orden de los cada vez más desfavorecidos. Una distancia que, en las últimas décadas, no ha dejado de crecer y que en los últimos tiempos la crisis está disparando. Porque mientras en los países emergentes se avanza en la ideología y en la práctica hacia un acortamiento de las distancias entre ricos y pobres, tanto en términos estrictamente materiales como también de cultura e (in)formación, en Europa esas distancias no han dejado de crecer, de abrirse. Y se ha abierto también entre la clase política y la ciudadanía una brecha -a estas alturas ya un foso- de desconfianza que no va a cerrarse espontáneamente, por pura "mecánica" electoral, sino que hay que colmar a conciencia. Desde una actualización urgente y exigente de los principios y los compromisos a favor de la justicia social y el Estado de bienestar, que representan, ni más ni menos, que una sociedad considera inaceptable que en su seno coexistan la opulencia y la precariedad, la despreocupación por el mañana, y el temor y la angustia por el ahora mismo.
Y una actualización además del principio de que un mandatario político es un servidor público, un obligado a las distancias cortas con la ciudadanía, tan cortas que vive sus preocupaciones y aspiraciones en carne viva y propia.