'ETA escribe'
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- Escrito por Pedro Ugarte
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Lo bueno de los comunicados de ETA es que aquel que los escribe no puede al mismo tiempo amartillar el arma. Eso que salimos ganando. La literatura, incluso la aburrida literatura política, comporta ventajas colaterales en el vertedero de la historia. Bien es cierto que escribir, en sí mismo, tampoco garantiza un futuro con violines como música de fondo: la memoria del mundo está llena de escritores que han alentado, impulsado o justificado la violencia. La historia está llena de perros que dieron lustre a causas imposibles; la historia está llena de equivocaciones literarias, de catástrofes morales, de rimadores orgánicos, de bardos que corrigieron la sintaxis de ciertos asesinos, mientras lamentaban que su pluma machadiana no valiera tanto como la pistola del otro.
Pero además de los intelectuales (cuya ofuscación da pena, a lo largo de la historia) también los profesionales de la política, en especial los megalómanos, encuentran tiempo para poner sus hazañas por escrito. Hitler escribió poco, pero su solitario mamotreto fue un best-seller en la Alemania de los treinta. A Franco se le atribuye el guión de la película emblemática del régimen de Franco (¿quién podría haberlo hecho mejor?). Con las obras de Stalin sería posible, qué sé yo, forrar de libros el gaztetxe. Los dirigentes comunistas escribieron tanto que hay serias sospechas de que realmente no escribieron nada. Se dice que las obras completas de Ceaucescu superan en tamaño a las de Stalin. Falta en la teoría marxista una reflexión sobre la plusvalía aplicada al negro literario.
Pero nos hemos distraído: estábamos con el comunicado. El cambio en la vanguardia del MLNV (¿aún se dice MLNV?) reconforta: ETA escribe y no dispara. Siquiera sea por eso, deberíamos prestar atención a sus escritos. Es como a los niños o a los tontos: se les da la razón para que no den guerra. Por eso el Conflicto, el célebre Conflicto, ha parido a uno y otro lado infinidad de profesionales de la cosa: escritores, escribanos, escribidores, escritorzuelos. Un puré lingüístico cocinado por un ejército de escribas que nada saben de la intrínseca honradez de las palabras: catetos del lenguaje, palurdos del artículo y del comunicado.
La lengua siempre ha sido arma política. La izquierda revolucionaria de los años setenta, a la que ETA tanto debe, hizo de la manipulación del lenguaje una forma de lucha. Toda mutación del lenguaje comporta una mutación del pensamiento. Pero nuestros revolucionarios faltaron ese día al cursillo. En las imágenes difundidas esta semana, Arkaitz Goikoetxea explicaba al juez lo que iba a hacerle a un concejal socialista: "secuestrar y ejecutar".
Pero, vamos a ver, ¿secuestrar? Eso suena demasiado delictivo. El eufemismo correcto habría sido "detener". Primero "detener" y luego "ejecutar". Así se altera la realidad. Así se maquillan las conciencias.
Artículo de Pedro Ugarte aparecido hoy en El País.
'Sortu de partida'
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- Escrito por Luisa Etxenike
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Dice un crítico francés al hablar del estilo literario de Proust que éste no contiene nunca "frases de partida, sino de llegada", lo que creo que puede verse como un indicador de ambición estética, pero además como un signo de respeto para con lector. Y es que es de agradecer que se nos propongan frases meditadas, trabajadas, colocadas con absoluta pertinencia en su justo contexto. No me parece que sea falta de generosidad o exageración críticas considerar que buena parte de las frases que nos propone, en nuestro país, el intercambio político pertenecen a categorías de partida y no de llegada. Que se trata de enunciados que denotan menos meditación que boteprontismo, más sumisión a la lógica del oportunismo que a la de la oportunidad. Lo que hace que, a menudo, sus autores tengan que replantear lo dicho, aclararlo, modificarlo o incluso ponerle radical remedio.
Y lo que alimenta, además, infinidad de debates que son, como mínimo, improductivos y que pueden llegar a ser también tóxicos para la vida democrática. Como éste que consiste, ahora mismo, mientras la legalización de Sortu sigue aún pendiente de resolución judicial, en pronunciarse políticamente al respecto, o en intercambiar intervenciones y mensajes políticos sobre la materia que sólo pueden sembrar tensión o discordia o incluso sospecha en el ámbito de la separación de poderes y/o en el de la independencia de los tribunales. Improductividad pues -no le corresponde a lo político decidir en este caso- y además fuerte amenaza de contaminación para la democracia en la medida en que la confianza en el buen criterio y la libertad de la Justicia constituye uno de sus pilares fundamentales, por no decir la reserva más natural de sus principios.
Voy a insistir en la improductividad de ese debate y en que la considero además doble, porque mientras los políticos hablan de lo que no deben, dejan de hablar de lo que entiendo que sí deberían: de lo que pasará, de lo que harán, de las consideraciones y convicciones que defenderán el día, cercano o lejano, en que la izquierda abertzale sea legalizada. Creo que es importante abordar desde ahora mismo cuestiones como la de qué partidos consideran o están dispuestos a considerar que la legalización sería para Sortu un argumento de llegada, suficiente para que esa formación pudiera integrarse con total normalidad en la dinámica de las alianzas o los pactos políticos.
De qué partidos entienden, por el contrario, que la legalidad sería sólo una frase de partida, que para su llegada, para su incorporación a la actividad "corriente" del juego democrático, a la izquierda abertzale le quedaría mucho por hacer: todos los tramos, de pronunciamiento y evidencia, hasta la credibilidad y la legitimidad. Me inclino por esta segunda opción. En muchas democracias maduras hay partidos perfectamente legales que no representan para el resto de los agentes políticos una interlocución compartible. Al menos aún.
Artículo de Luisa Etxenike aparecido ayer en El País.
Sol naciente
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- Escrito por Luisa Etxenike
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En una maravillosa escena de Atrapa la vida de Nadine Gordimer, una mujer habla de su hijo que acaba de recibir contra el cáncer que padece un tratamiento que durante un tiempo va a volverle radioactivo, es decir, peligroso para las personas que se acerquen a él. Ella aborda esa situación más que delicada y piensa que "sólo los japoneses, quizá, serían capaces de comprenderla". He comenzado diciendo que me parecía una escena maravillosa, y es esencialmente porque conecta a ese personaje que sufre intensa, íntimamente, con los demás, con el resto mundo. Un mundo visto como una fuente de apoyo pero también de responsabilidad. Esa mujer piensa, cree, que en la otra punta de la tierra existe quien puede comprender su sufrimiento y de ese modo aliviarlo; o lo que es lo mismo, que un ser humano nunca está del todo solo en su dolor. Lo que nos obliga, incluso en las peores circunstancias, las que más invitan al ensimismamiento, a pensar en los demás, a responsabilizarse por la suerte de otro.
No están de moda las representaciones de confianza en lo humano, o si prefiere, las convicciones declaradas de humanismo. Al parecer resulta más rentable (habría que analizar con lupa, nanoprecisamente, para quién) retratar a la humanidad en ruinas: exhibir y jalear indiferencias, necedades, envidias o mezquindades varias (basta con ver, si se aguanta, algunas programaciones televisivas privadas y públicas). Y sin embargo, si algo ha demostrado el ser humano a lo largo de su tormentosa historia es su capacidad de réplica. Su voluntad y su talento para poner un no frente a un sí intolerable; o al contrario, para afirmar allí donde toda invitaba a la negación.
Lo que está sucediendo en este momento en Japón tiene la envergadura para convertirse en una referencia de la Historia, en uno de esos hitos que son cambios de rumbo. El debate energético y el climático, por ejemplo, van a necesitar replantearse con una nueva, novísima, exigencia y transparencia en los términos. Pero creo que su impacto fundamental se marcará en la experiencia de lo humano. Las imágenes de las explosiones y de las olas negras van a pasar (ya se ha encargado el sensacionalismo mediático de hacer que en lo visual todo se gaste o banalice pronto), lo que quedará es la magnitud de la tragedia y de la enseñanza que encierra; la lección de humanidad, quiero decir, que están dando los japoneses. Les veo respetando las reglas, respetándose en medio de semejante espanto, y me digo que llevan merecidamente su nombre de "sol naciente". Que no están en un ocaso, a pesar de los indicadores, sino en un alba. Porque cuando a lo humano se le mueve el terreno pero no la sustancia, siempre sale adelante. Nadine Gordimer nos dice que cualquier habitante del mundo es en todo momento un japonés. Lo creo y lo deseo. Espero que su lección solar se eleve sobre la infinidad de ruinas de lo humano que nuestras sociedades representan complacidas o resignadas.
Artículo de Luisa Etxenike aparecido ayer en la edición vasca de El País.
Cuadernos Oxford (marzo)
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- Escrito por Pedro Tellería
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Otra opción es salirse de la urbe y migrar al campo. El tópico es clásico, pero la factura puede ser contemporánea, como dejó constancia Henry Miller en Big Sur y las naranjas del Bosco. El hombre que no se adapta hace las maletas y alquila una cabaña. Cuelga su ropa barata, coloca sus pocos libros y vive con lo indispensable. Ajeno a los sueños de la urbe loca, descubre la música del firmamento en la noche (o la luz de la aurora ante un nuevo mar).
De cosas así habla Miller en ese libro. Místico, austero y optimista, recuerda París, diserta sobre el destino, dios o el carácter o traza una semblanza inolvidable de Conrad Moricand, un astrólogo suizo tan bohemio y decadente como los inadaptados de Baroja, por ejemplo.
Dan ganas de vivir tras leer este libro. Dan ganas de comprarse una cabaña y vivir con poco, como en el famoso poema. Puede leerse como un libro de anticipación y pensar, por ejemplo, cómo seremos dentro de treinta años. De la opulencia capitalista a la contracultura subsidiaria y de ésta a la cabaña. La civilización traza círculos que se averiguan en el pasado.
Pedro Tellería para Espacio Luke.
Contrarrelato
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- Escrito por Luisa Etxenike
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Escribió Kafka que un buen relato tenía que ser como un hacha contra el mar de hielo que hay en nuestro corazón. Si llevamos esta cita al corazón de la sociedad y al estado de la condición femenina, vemos que el hielo persiste y que no hay relato que haya conseguido partirlo aún. Convivimos con él la mayor parte del tiempo como si fuera una materia perfectamente transparente, esto es, invisible. Sólo en ocasiones, por ejemplo cada ocho de marzo, el hielo se tinta de datos, estadísticas, sombrías constataciones varias, y revela su auténtica naturaleza. Este año no ha sido una excepción. Hemos vuelto a poner al día los mismos contadores y a recordar que las mujeres por un trabajo igual cobran, entre nosotros, de media un 28% menos que los hombres; que las tareas domésticas y de cuidado siguen siendo esencialmente cosa suya; o que la violencia de género no sólo no retrocede sino que se enquista y hasta va a más.
Apagados los focos del ocho de marzo, los dichos y los hechos van a volver a su rutina; y el hielo, el cascote polar de las discriminaciones de género a su ser. Y entiendo que, por ello, también forma parte del hielo la afirmación, mecánica y retórica ya a estas alturas, de que "hemos avanzado mucho" en el terreno de la igualdad de las mujeres. Esa afirmación es un contrarrelato en el sentido más kafkiano del término; es todo lo contrario de un hacha capaz de girar el rumbo social, de conmoverlo. Porque, ¿desde cuándo o desde dónde hay que empezar a contar para apreciar que efectivamente hemos avanzado? Si es desde la Edad Media, sin duda (aunque haya mujeres en el mundo reducidas aún a esa época). Si es desde los años en que todavía no votábamos, desde luego (aunque hay infinidad de mujeres en el mundo sin posibilidad de voz y voto). Si es desde antes de la invención de la píldora o el acceso a la universidad o la incorporación masiva, significativa al mercado laboral, ciertamente (aunque a un número escalofriante de mujeres de este mundo global se les niegue aún el derecho a educarse, a trabajar en consecuencia o a decidir sobre su cuerpo). Y podríamos seguir marcando hitos que, de todas maneras, quedan ya bastante atrás.
Hace tiempo que ya no se puede hablar, en nuestras sociedades, de avances significativos. Basta con comparar los datos del último ocho de marzo con los publicados el año pasado o el anterior, o con los de hace cinco años o diez o quince. Hace tiempo que contra el hielo de las discriminaciones de género no chocan instrumentos o convicciones con verdadero filo, auténticas hachas kafkianas. Hace tiempo que esa dura cubierta sólo recibe, como si se tratara de una puerta cualquiera, golpecitos, tamborileos. Y a veces ni siquiera eso. Lo que explica que no haya avances rotundos, definitivos; que, incluso, se pierda terreno y además a ojos vista. Y estoy pensando en el creciente desparpajo con el que sexismo se exhibe en los multimedios de mayor (ellos sí) impacto.
Artículo publicado por Luisa Etxenike en la edición para el País Vasco de El País.