Colaboraciones en prensa
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- Escrito por Francisco Javier Irazoki
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Paseo por Nueva York. Me reciben el viento, el idioma español y la amabilidad. Yo, que he sobrevivido a un par de comas bucólicos, disfruto con el portento urbano de caminar entre edificios cuya esbeltez permite ver el horizonte. Gracias a los paisajes contemplados desde el High Line Park y a los más de cuatro mil rascacielos, experimento la sensación de descubrir una quietud ágil. Como si los arquitectos hubiesen inventado una fórmula para extraerle el peso a la verticalidad. Cerca están los otros alicientes. Los viajantes pueden sentir parecida fascinación en los bulevares de Queens o en varias galerías de exposiciones. Los europeos deberíamos aparcar nuestra altivez cultural en el exterior de museos como el Metropolitan y la Frick Collection. Quizá el envanecimiento se nos deshaga en el museo de Historia Natural, donde cada objeto entra directamente en la memoria del visitante. Ya en la calle, respeto. Según compruebo, la limpieza de las avenidas llega a los espíritus: en el centro de Manhattan, una pequeña iglesia presbiteriana anuncia, con bandera multicolor en su fachada, que los homosexuales son bienvenidos. Luego, algunas sombras. Sabemos que todas las ciudades tienen su reverso ingrato. Aquí tampoco faltan los hombres que hablan solos, las tensiones sociales de los suburbios, la vejez ruidosa del metro. Lo anoto mientras se cruzan la música de jazz y la de casi doscientos idiomas en un Babel construido para comunicarse.
Aparecido en El Cultural el 16 de septiembre de 2011.
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- Escrito por Fernando Aramburu
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ETA no mata ni, según dicen, extorsiona, y eso, a algunos, ya les parece razón suficiente para proclamar, acaso sin doblez, que podemos estar todos juntos en paz y tan amigos. Los muertos fueron enterrados, los que mataban y pegaban fuego ya no ejercen y, en fin, eso es la paz.
La mera existencia de ETA es violencia. ¿De verdad no tiene la izquierda abertzale nada que decirles?
A otros, por el contrario, la prudencia basada en decepciones precedentes nos dice que la convivencia pacífica no es posible mientras el león ande suelto. Bien es cierto que el león no está ahora en el centro de la plaza. Está en un rincón, agazapado a la sombra de los soportales; pero, aunque no se le vea, conserva sus colmillos y sus zarpas. La mera existencia de ETA es violencia, actúe o no actúe. No nos engañemos: la paz es un resultado, no una premisa.
Hay últimamente un discurso de paz, eso es innegable, por parte de quienes hasta ayer postulaban la socialización del sufrimiento. ¿Es sincero ese discurso? ¿Cuántos lo suscriben? No pocas dudas se disiparían si el referido discurso estuviera acompañado de gestos, obras, hechos y, sobre todo, humildad. El 7 de diciembre de 1970, el canciller federal Willy Brandt tuvo el coraje de arrodillarse en nombre de Alemania ante el monumento a los héroes del gueto de Varsovia. El día que vea algo semejante en un miembro destacado de la izquierda abertzale empezaré a creer que todo lo que estamos viviendo de un tiempo a esta parte no es estrategia ni tejemaneje.
Se pretendía atacar al Estado español, pero, como de costumbre, la acción terrorista contra las abstracciones la padecieron los vecinos. ¿De verdad que la izquierda abertzale no tiene nada que decirles?
Considerando acaso que los problemas, las dificultades, los conflictos, se pueden resolver por la vía de ignorarlos u ocultarlos, suenan de vez en cuando voces que proponen pasar página. Nada más equivocado ni perverso que confiar al olvido unos asuntos que han generado tanto sufrimiento. O sea que, al final, ¿no hemos aprendido nada? Soy partidario del estudio constante y exhaustivo, del testimonio veraz y de la toma de conclusiones pedagógicas, de manera que los ciudadanos del futuro no ignoren las consecuencias atroces que supone para una sociedad el uso de la violencia a partir de estímulos ideológicos.
Y ni siquiera creo que haya que exigirle a Batasuna que pida perdón públicamente por tantos años de justificación del terrorismo. No. Yo creo que debería salir de ellos. Pero les cuesta. No sé, quizá les dé vergüenza. Si lo hicieran habríamos dado como sociedad otro paso, como dio Willy Brandt el suyo, y podríamos mirarnos a la cara, conversar, y quizá, quién sabe, abrirnos poco a poco a la esperanza de un futuro abrazo, aunque por ahora lo veo difícil.
Las víctimas, desengañémonos, nunca dejarán de serlo. A nadie le van a resucitar el padre, el hijo, el hermano, ni le van a restituir la pierna que le segaron ni la empresa que le quemaron. Lo que se puede y se debe hacer es devolverles a las víctimas la dignidad, y no en montón, sino como ciudadanos singulares; reconocerles el daño que se les infirió, pedirles sinceramente perdón y darles absoluta garantía de que no habrá nuevos crímenes que reaviven la memoria de los que ellos o sus familiares, amigos y compañeros, padecieron.
Si se dieran los pasos necesarios, que no consisten solamente en medidas políticas sino en algo que tiene que ver con la calidad humana y cívica de las personas implicadas, tarde o temprano habría que considerar la situación personal, una por una, de quienes cometieron crímenes y fueron castigados por ello. Pero, ojo, esta sería aproximadamente la etapa vigésimo quinta o cuadragésimo octava de un largo recorrido, y no la primera ni la segunda.
Me disculpo de antemano si ofendo a alguien, pero siempre he considerado que hay numerosos presos de ETA víctimas de ETA, del veneno ideológico y del fanatismo que se les inculcó de chavales en la cuadrilla, en el colegio, en la taberna. Por supuesto que no los equiparo a las víctimas de sus crímenes ni dejo de creer por ello que merecían el castigo que la ley prevé para su caso. Hay, sin embargo, en su destino de jóvenes inducidos a la agresión y el asesinato una serie de cuestiones humanas de las que alguna vez habrá que ocuparse y extraer enseñanzas positivas para otros jóvenes de ahora y del futuro.
Artículo aparecido el 14 de septiembre en El País.
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- Escrito por Luisa Etxenike
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Si uno consigue colarse en el interior de un acontecimiento político o cultural altamente mediático, se beneficiará de esa atención de los medios, verá cómo el volumen de su iniciativa o su mensaje se pone por las nubes. Hemos visto representarse muchas veces esta colonización publicitaria, en versiones más o menos serias y respetables. Y creo que la respetabilidad se gana, en éste como en otros casos, por generosidad en los motivos y coherencia de los protagonistas. En los últimos tiempos asistimos también a versiones caricaturizadas o ridiculizadas de esta práctica. Donde la oportunidad se asume, sin complejo ni disimulo, como oportunismo. Donde no hay mensaje, porque lo único que cuenta es sumar apariciones en lugares cada vez más improbables o inaccesibles -finales deportivas, entierros de famosos...-, colarse ahí como sea, y mejor disfrazado o desnudo.
Aprovechando el tirón mediático de la llegada a Euskadi de la Vuelta, Bildu y Aralar han saltado al terreno de juego con su mensaje. Se oponen al paso de la carrera ciclista porque lo atribuyen a la intención de algunos partidos de "reafirmar que Euskal Herria forma parte de España". Estas palabras ilustran perfectamente dos de las estrategias discursivas más tradicionales de la izquierda abertzale y más objetables (la veracidad es más que una exigencia, una condición de la democracia). La primera consiste en presentar como hechos lo que no son hechos, o en distorsionar la evidencia de los mismos. Porque el hecho es que Euskadi es una las comunidades autónomas de España. Que a ellos no les guste y encaminen sus esfuerzos políticos a intentar cambiarlo en democracia, forma parte de su derecho. El que no se distorsione ni falsee el contexto del debate político es derecho de todos. La segunda estrategia consiste en presentar como normal lo anormal y viceversa. Lo normal es que la Vuelta pase por Euskadi, como por otros lugares de España; lo anormal es que no haya podido hacerlo en más de treinta años. Lo brutalmente anormal son las razones de esa ausencia: el miedo, la inseguridad, la intolerancia, la opresión que el terrorismo había impuesto entre nosotros. La izquierda abertzale afirma estar en un nuevo ciclo. Resultaría más creíble si respetara la acepción común de los términos más fundamentales.
Pero quisiera referirme a la desnudez. A quien salta a un terreno de juego desnudo hay que reconocerle, al menos, que se expone. El valor de exponerse. Creo que, en este asunto de la Vuelta, la izquierda abertzale no se expone. Que no lleva su gesto, más allá del oportunismo, al terreno desnudo de la coherencia. Entiendo que ser coherente en este ámbito exigiría extender, haber extendido ya, esa oposición deportiva a todas las disciplinas. Defender, por ejemplo, que los equipos vascos de fútbol o baloncesto abandonen la liga española. Y aprovechar para defenderlo todos los tirones mediáticos, los de las campañas electorales, sin ir más lejos.
Artículo aparecido el 12 de septiembre en la edición vasca de El País.
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- Escrito por Luisa Etxenike
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Basta con darse una vuelta por cualquier lugar del mundo para darse cuenta de que la tendencia es a lo que, resumidamente, podemos llamar multiculturizarse. Y que esa tendencia es tanto más marcada o evidente cuanto mayor es la importancia o la influencia de una ciudad o un país. Lo que elocuentemente habla de la riqueza que supone el encuentro, la mezcla, la interconexión de personas de distintas procedencias, y dice también que las sociedades más dinámicas, más capaces, por tanto, de responder a las expectativas de sus habitantes, son y serán aquellas que resulten más permeables a la mixtura cultural, las que la sostengan con mayor convicción, las que la vivan con más naturalidad. En un mundo como el nuestro, convertido gracias a la facilidad de las comunicaciones, de Internet, de las redes sociales, en un territorio móvil, donde las distancias y las fronteras necesitan a cada rato interrogar su sentido, replantear su consistencia real y simbólica; en un mundo así, resulta más esencial que nunca blindarse como sociedad, y blindar a las nuevas generaciones, contra la xenofobia y el racismo. La xenofobia y el racismo son esencialmente quiebras éticas, atentados contra principios y derechos fundamentales. Pero además impiden a las sociedades que los practican pertenecer al ahora y al futuro del mundo. Descarrilan a las sociedades que los practican del eje del mundo, las alejan de la tendencia, del trazado de su desarrollo material, intelectual, moral.
La consejería de Asuntos Sociales ha presentado la propuesta de un Pacto Social por la Inmigración que busca implicar a toda la sociedad vasca en la lucha contra la discriminación de los extranjeros y en el respeto de sus derechos. La iniciativa es, en mi opinión, más que oportuna y necesaria. Y espero que la sociedad en su conjunto (partidos políticos, agentes sociales y culturales, instancias educativas y empresariales, medios de comunicación) atienda la llamada. Que todos acordemos comprometernos y armonizarnos en la tarea de borrar de Euskadi cualquier tentación o signo, que los hay, de discriminación xenófoba. Sólo un pacto global permitirá una pedagogía global. Sólo un acuerdo a múltiples bandas evitará desequilibrios y mensajes contradictorios, que también los hay, en esta materia; impedirá que convivan el aliento del respeto con la persistencia o la tolerancia del prejuicio.
Sólo un compromiso de conjunto conseguirá detectar los focos, circunstancias, errores que pueden alimentar la xenofobia. Y cuando pienso en errores, lo primero que se me viene a la cabeza es la situación de esos menores inmigrantes que nuestras instituciones atienden, pero no tutelan. Creo que es urgente revisar, y rectificar, los protocolos asistenciales que se les aplican. Que es imprescindible integrar a esos jóvenes en nuestro sistema educativo. Darles, de ese modo, una verdadera oportunidad de crecer y de pertenecer. Como todos nosotros, pertenecer al mundo.
Artículo aparecido el 5 de septiembre en la edición vasca de El País.
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- Escrito por Luisa Etxenike
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¿A quién pertenecen las instituciones? ¿A quién deben dirigir su responsabilidad? Entiendo que a la sociedad o a la ciudadanía en su conjunto. Y que, por ello, quien asume la dirección de esas instituciones debe asumir también una forma de "transformación". Pasar de ser una persona individual a ser un cargo público significa sumarle a la ideología y programa propios el plus que lleva aparejado la función, un añadido de atención y respeto para con todos los ciudadanos de su "jurisdicción". Una persona y esa misma persona convertida en alcalde o diputado general, por ejemplo, no pueden o no deberían tener la misma perspectiva sobre la sociedad. El cargo lleva una carga de anchura en sí. El cargo obliga a sumarles a los principios y responsabilidades de las ideas propias los principios y responsabilidades de lo público y del interés general.
En este sentido, actuar como Martin Garitano y como diputado general de Gipuzkoa no debería ser (exactamente) lo mismo. Y creo que lo es. Confieso que al señor Garitano le veo poco el cargo. Le veo actuar poco en nombre del interés general, expresar poco los principios de lo público, dirigirse insuficientemente al conjunto de los guipuzcoanos o a Gipuzkoa en su conjunto. Le veo, por el contrario, dividir, distinguir, preferir estruendosa, escandalosamente a las familias de los presos frente a las víctimas de los terroristas. Las imágenes -recogidas por los medios de comunicación en sus recientes visitas a Vitoria o Loiola, por ejemplo-, las imágenes de saludo a las primeras contrastan brutalmente con la ausencia de gestos hacia las segundas. Le veo también jerarquizar estruendosa, escandalosamente a las víctimas de ETA por la geografía: las víctimas catalanas han sido "más que un error" ha afirmado y "debemos un respeto especial a las víctimas en Cataluña".
Le veo excluir de la exigencia del presente el dolor que el terrorismo ha causado y ponerlo a distancia -se trata, en su opinión, de un dolor ajeno- y poner además ese sufrimiento en duda o en equilibrio con el de los terroristas: "Habrá un día en que todos tengamos que reflexionar sobre lo que ha pasado y sobre el daño que se haya podido padecer y cometer, pero no estamos aún en ese tiempo; todavía estamos saliendo de este conflicto".
Como persona lamento que el señor Garitano considere que no ha llegado el momento de encarar la destrucción y el sufrimiento ocasionados por los terroristas, ni de asumir el alcance de las responsabilidades de quienes, como la izquierda abertzale, han tratado de un modo u otro de legitimar la primera y negar o despreciar lo segundo. Lamento que siga considerando a ese dolor ajeno y equiparando a las víctimas con sus verdugos. Pero, como ciudadana, considero inaceptable que posturas así se mantengan y se expresen desde un cargo público y escalofriante la perspectiva de un diputado general, con todos sus recursos y responsabilidades, de un diputado general ajeno al dolor.
Aparecido en la edición vasca de El País el 29 de agosto de 2011.