Colaboraciones en prensa

En Nueva York he visto edificios, parques y cuadros muy hermosos. Pero mis mayores agradecimientos son musicales. Tras varios conciertos al aire libre, esperaba excitado el momento de escuchar a Vaneese Thomas en el Lincoln Center. Una artista que, sin caer en adaptaciones serviles, ha cantado junto a Luciano Pavarotti y Eric Clapton. Llegué con una hora de antelación y en la puerta me advirtieron que el local estaba casi lleno. Sentí alivio al entrar en la sala. Qué raros somos cuando tenemos una certeza. Al sonar los primeros compases, tocados por seis instrumentistas de calidad, presentí los mejores placeres estéticos. Imposible equivocarse. Vaneese Thomas empezó a cantar soul con una potencia que nunca olvidaré. En sus notas agudas vibraban las raíces del gospel que la cantante seculariza para hablarnos de amores carnales. Las tres coristas templaban en el estribillo la alta temperatura de la melodía. No en vano el repertorio elegido era para homenajear a las intérpretes de soul y rhythm and blues que consiguieron ser admitidas en el coto musical de los hombres. La canción Respect sonó con energía de himno. Durante dos horas Vaneese Thomas permaneció en el peldaño más alto de su verdad artística. Hasta acabar la actuación. Fui el último en salir del recinto. Había comprado dos discos de la cantante y me dedicó uno de ellos, después de darme un beso y —sorpresa— responderme en un francés lujoso. Noche para quedarse en ella.

Aparecido en El Cultural.

NIÑO, que no se tira la comida. ¿No te das cuenta de que hay mil trescientos millones de personas que tienen graves problemas para alimentarse? No me digas que no te gusta, porque si esa comida va ahora a la basura estamos haciendo daño a otras personas. Bueno, ¿y de verdad te han dicho en el colegio que según un informe de la FAO se tiran mil trescientos millones de toneladas de alimentos a la basura cada año? Claro. Tú no hagas caso. ¿Qué si los mayores decimos que hagáis unas cosas que al final no cumplimos? ¡Vaya por Dios!

¿Y cómo se te han quedado esos datos de que dichas toneladas equivalen a lo que se produce en el África subsahariana? Con lo que cuesta sembrar, cuidar, recolectar, almacenar, distribuir, vender... Mira, tu abuelo está encantado con la huerta. Y no desperdicia nada. En todo caso, a veces, se le estropean frutas, y se lleva un gran disgusto. Él aprovecha todo, que si para los animales, que para embotar, que sirve como abono. Ya, ya, el abuelo lo aprovecha todo. ¿Que en el comedor del colegio sobra mucha comida? ¡Niñoooo!

¿De dónde has sacado que con lo que se tira a la basura se puede entregar una tonelada por año a cada una de esas mil trescientos millones de personas que sufren hambre? ¡Ah!, es verdad, cuadra muy fácil. No es tan complicado hacer el cálculo. Bueno, pero eso de que en Europa se tiran a la basura doscientos veintidós millones de toneladas de alimentos al año, puede ser, y en buen estado, sí. ¿Y que además eso contribuye a que el desarrollo económico de los países pobres se dificulte? ¡Pues vaya tontería! Eso ya no es posible. ¿Que con la protección a los agricultores europeos pierde valor lo que producen los agricultores en los países en vías de desarrollo? Nada de eso. Solo te falta decir que con la destrucción de tanto alimento se producen emisiones innecesarias de CO2. ¿Qué es cierto? ¡Lo que faltaba!

Pues tienes que saber que en los países en vías de desarrollo también se pierden muchos alimentos. No saben cuidarlos como hace tu abuelo. Claro, en el proceso de producción y recolección no cuentan con técnicas adecuadas de almacenamiento y refrigeración, por lo que pierden tantos alimentos los que tiran a la basura directamente los países desarrollados. ¿Que les subimos los precios y en su país no pueden comprar esos alimentos porque les hacemos competencia desleal? Pues ya sabes, los fuertes siempre han sido así. Es la ley de la vida. ¿Quién te ha enseñado a decir que es la ley de la selva? ¡Niño! ¡Que seas más respetuoso! ¡Que tengas más en cuenta a los demás!

¿Que yo me puse morado el otro día, cuando fuimos al buffet? ¿Que en la boda de la tía pusieron tanta comida que algunas personas tuvieron después dolores de estómago? ¡Venga, no me pongas nervioso, que una cosa es que seas tú quien tire a la basura una comida que no te gusta y otra cosa es que en el supermercado se tiren muchos alimentos en buen estado, o en las residencia de la abuela... ¡O en el hospital! ¿Ahora vas a ser tú quien me hable de la dichosa crisis? ¡Si no sabes qué es eso!

Sí, es verdad que ha aumentado el número de personas que van al banco de alimentos a recoger comida. Gente que antes no lo hacía. ¿Quién te lo ha dicho? Y que los comedores para indigentes cada vez atienden a más gente…

Pero tú te vas a comer todo, aunque esté frío. ¡Mira que te lo he dicho veinte veces! Es que nunca me haces caso. ¡Ah! ¿Qué también se tiran millones de kilos de alimentos a la basura para poder mantener altos los precios, y que en Canarias se han tirado más de setecientos mil kilos a la basura para no subir el precio, o que se han destruido cien millones de kilos de patatas para conseguir el mismo objetivo? ¡Venga ya, que te conozco! Con tal de no comerte la comida, te inventas cualquier cosa. ¡Niño! ¡Que te lo comas! ¡Aquí la clave de la economía familiar no es traer más alimentos a casa, sino comer todo lo que hay, sin tirar nada! ¿Me has entendido?

Aparecido el 7 de diciembre en Deia.

La palabra “ser” está cargada de complicaciones. Y en política de dinamita. ¿Qué significa en realidad ser vasco, español, británico, escocés, belga, wallon....?  ¿Qué supone ese “ser” de participación en una esencia determinada?  Cuando la política se desliza hacia la ontología todo gira en torno a la potencia y circunstancia de las esencias como si esas esencias revelaran por sí sólo todo lo decisivo de nuestra identidad personal. Llegamos incluso en ocasiones a hablar en singular de un ser plural, cuando decimos: “El vasco es…así o asao, quiere esto o lo otro”  para referirnos a los vascos en su contradictoria pluralidad.

Durante mucho tiempo ha sido costumbre en el Ruedo Ibérico preguntarse sobre el “ser de España”… Gracias a Dios esos dolores del “ser nacional” que como migrañas atacaban a Don Miguel de Unamuno han dejado de estar de  moda y disfrutamos hoy entre nosotros de magníficos novelistas que aún expresándose en castellano hacen novelística inglesa, o filósofos donostiarras que respiran “esprit” francés, vascos que piensan científicamente como noruegos, e incluso lo que es mas significativo tenemos una liga nacional de fútbol llena de búlgaros, brasileños y croatas, tenemos también hermeneutas vasco-aragoneses o positivistas castellanos que piensan en alemán. Parece que se disuelve la vieja idea de lo español como una esencia definida casi metafísicamente desde Recaredo al general Franco, hecha de catolicismo, sangre visigoda,  y Contrarreforma .

En nuestras sociedades desarrolladas se han disparado las posibilidades de autodeterminación individual, lo que permite la construcción de identidades personales variadísimas, libérrimas en cuanto a opciones religiosas, o irreligiosas, sexuales, profesionales, gastronómicas, morales y estéticas, culturales y cultuales ...Se puede ser vasco sin que te guste la soka-tira ni la trikitrixa,  y español sin que te gusten los toros ni la zarzuela, cada uno de nosotros como ciudadano no está obligado a un patrón “esencial”, a una identidad o pertenencia sentimental obligatoria.  Nuestras calles se llenan de ropa diseñada en A Coruña pero hecha en Singapur o en Taiwan, abren hamburgueserías americanas, restaurantes japoneses, chinos y kebabs turcos que compiten con pizzerías italianas, asadores castellanos, jamonerías andaluzas, arrocerías valencianas, y con nuestra potente cocina vasca, gracias a las redes sociales no carteamos con amigos japoneses, italianos o libaneses, trabajamos con tecnologías de todo el mundo, y tenemos noticia en tiempo real de lo que pasa en Libia, Afganistán o Nueva York, casi antes de lo que sucede en nuestros barrios.

¿Qué significa realmente ser? ¿Qué tiene que ver mi ser personal por otro lado tan abigarrado y variable con mi proyecto político duradero como ciudadano?

Un precioso refrán vasco dice: Izena duen guztia omen da. Todo lo que tiene nombre, se puede decir que tiene ser. ¿Pero basta el nombre para hacer el ser? Generalmente se usa la palabra “ser” de una manera coloquial  como sinónimo de entidad o ente, o sea aquello que existe o está. Pero en realidad ser  y ente no son la misma cosa. Pensemos, por ejemplo, que una persona (un ente) puede ser muchas cosas: puede ser un abogado o ingeniero, puede ser un bilbaíno o vallisoletano, puede ser  padre o no, de izquierdas o de derechas... y todo se remite al mismo ente, puede variar cualquiera de esas condiciones y ser el mismo ente (persona) por esto es que ser y ente no son lo mismo.

Entonces podemos decir  que “ser” hace referencia a los diferentes modos que tiene el ente (lo que existe) de comparecer en el mundo. Ya Aristóteles dijo en su Metafísica (Libro VII) que "ser se dice de muchas maneras", a lo que añade Heidegger que el “ser” se da siempre en un horizonte temporal por lo tanto no permanente sino variable a lo largo del tiempo. De ahí el peligro de convertir la política en una confrontación de esencias, petrificadas, e inmutables.: izquierda/derecha, vasco/español, cristiano/musulmán…, abocadas a  combates agónicos, que se olvidan de las personas (entes) concretos y particulares que son de muchas maneras. La tradición democrática deja que el “ser social”, aproximativo y estadístico, fluya libremente, vivo en lo civil, abierto en lo espiritual, variable en lo cultural,  mudable según el tiempo y las circunstancias, siempre en curso, y  prefiera centrar su eje de referencia en nuestra condición política de ciudadanos, ese marco de relación, que fija derechos y deberes, que nos permite reconocernos más allá de las autoidentidades que en cada momento tengamos, que nos permite competir y cooperar al mismo tiempo, que es capaz de hacer un “nosotros” colectivo reconocible en cada momento y nunca concluso.

Felizmente nuestro Estatuto de Gernika que tantos celebramos como la mayor referencia política común que hemos sido capaces de construir los vascos eludiera cualquier tentación ontológica de definir el ser vasco y habla de “la condición política de vascos”: Somos todos los que estamos “ A los efectos del presente Estatuto tendrán la condición política de vascos quienes tengan la vecindad administrativa, de acuerdo con las Leyes generales del Estado, en cualquiera de los municipios integrados en el territorio de la Comunidad Autónoma.” (Art. 7)

Somos conciudadanos en la medida que compartimos vecindad,  que estamos aquí, juntos, respetándonos mutuamente, concurriendo, implicándonos, discutiendo, enfadándonos y reconciliándonos —nunca matándonos—. Co-existiendo.

Aparecido el 6 de diciembre de 2011 en El Correo.

No soy ni remotamente una especialista del juego del póquer, pero lo conozco lo suficiente como para saber que, sea cual sea su modalidad, tiene que ver con mantener, hasta el último momento, algunas cartas tapadas y con farolear. La realidad está dejando muy claro, por si alguien lo había descuidado o perdido de vista, que la política no puede ser un juego y menos de azar. Que las decisiones que los dirigentes (no) adoptan afectan de un modo directo y en ocasiones determinante a la vida y al bienestar de los ciudadanos. Que una medida decidida en un sentido o en otro puede alentar o truncar proyectos; favorecer o entorpecer crecimientos personales y sociales. Que una buena inversión económica, educativa o cultural puede fortalecer el presente de todos y avalar el futuro de las nuevas generaciones, que por el contrario una mala puede hipotecarlos seria o incluso irreversiblemente. La política no debería ser nunca, y menos en los tiempos que corren, asunto de faroles y cartas tapadas.

Y, sin embargo, la actualidad nos deja casi a diario evidencias de las dos cosas. Llevamos varias semanas ya-entre los asuntos pendientes de agilización se encuentra sin duda el traspaso de poderes-, lentas semanas esperando las medidas concretas con las que Mariano Rajoy entiende enfrentar la crisis. Esperando, por poner directamente el dedo en la llaga, su reforma laboral. Es decir, esperando que el futuro presidente del Gobierno levante unas cartas que ha mantenido tapadas hasta ahora, y significativamente durante la campaña electoral. Como Artur Mas mantuvo tapadas, durante la campaña, las cartas de su nueva batería de recortes, y sólo las levantó una vez pasadas las elecciones. Como, en otro orden de cosas, Juan Karlos Izagirre mantuvo tapado hasta después del 20-N el juego de retirar del balcón del ayuntamiento donostiarra ese cartel que se negaba a ETA, a través del que los ciudadanos nos negábamos a ETA, una ETA que aún no se ha disuelto.

¿No tendrían todas esas cartas -y otras, que la práctica está muy extendida- que haber estado abiertas antes de la cita electoral? ¿No tendría la ciudadanía que haber ido a votar a esos y otros candidatos o partidos precisamente sobre la base de todo el juego abierto; conociendo al detalle cada una de las cartas propuestas, pudiendo así distinguir su sentido, su viabilidad, los valores y principios sociales que las inspiran? ¿No consiste la democracia en que los ciudadanos elijamos sabiendo? ¿No es hacer política hacer transparencia, propiciar un diálogo lúcido entre la ciudadanía y sus representantes? Estoy convencida de que sí. Y de que lamentablemente a nuestra vida política le sobra póquer en un momento en que ya no hay terreno para ninguna clase de juego. Se habla mucho estos días de refundar. Hay que refundar, pero también inaugurar, prácticas políticas y exigencias ciudadanas alérgicas a las cartas boca abajo, y a la temeraria y demagógica vía de los faroles.

Aparecido en la edición vasca de El País el 5 de diciembre.

Con motivo de la polémica causada por Fernando Aramburu tras una entervista en El País, el escritor vasco publica hoy una 'Carta a los escritores vascos' en el propio diario. Os la paso:

"Tengo una convicción: la de que, con contadas excepciones, los escritores, intelectuales y, en fin, las personas que en Euskadi ejercen el oficio de expresarse en público no han, no hemos, estado a la altura de nuestra historia reciente. El otro día, en Guadalajara (México), no supe transmitir esto ni con ecuanimidad ni con templanza y he ofendido, por lo que desearía puntualizar y disculparme. Se conoce que todavía me turba la enorme pena que durante años he sentido al ver sufrir a gente conocida y desconocida a mi lado. Razonar con objetividad en tales circunstancias es difícil, pero acaso resulte más útil a los ciudadanos el error de quien dice lo que piensa (y además está dispuesto a reconocer que se equivoca) que el silencio de costumbre.

Ninguna mano ajena pulsa las teclas de mi ordenador. Yo me expreso a título personal. No opino al servicio de los intereses de partidos, instituciones o grupos de poder. Soy escritor, me preguntan, respondo. Ni siquiera resido en España. Podría consagrarme con total comodidad al ejercicio diario de la indiferencia; pero no puedo y no quiero por cuanto, a pesar de la lejanía geográfica, me reclaman intensamente el rechazo del terrorismo y la compasión con las víctimas.

Las palabras difundidas en la prensa días atrás junto a mi nombre no son directamente mías, sino resultado de la transcripción, el resumen y el corta y pega del periodista de turno. Ya solo el titular que se me atribuye tira de espaldas. "Los escritores vascos", dice sin matizaciones. Ni siquiera "algunos" o, estirando la goma, "numerosos". Y a continuación un reproche que en realidad iba en otro lugar de mi reflexión.

Así y todo, reconozco que hablé sin humildad. Pido por ello perdón. No me sirve de excusa alegar que el coloquio transcurría por cauces humorísticos ni que la ocasión del mismo era la entrega de un premio literario, con todo lo que esto conlleva de desenfado cuando no se desea incurrir en maneras ceremoniosas o solemnes.

Cayó de pronto, en un ambiente de sonrisas, la pregunta. Dicha pregunta presuponía una tesis: la de que los escritores (entiéndase los novelistas) en lengua vasca han tratado poco el tema de ETA. Comparto dicha tesis a medias. Hay una balda en mi biblioteca bastante poblada de novelas escritas por autores euskaldunes que tocan de frente la cuestión, algunas con dedicatoria afectuosa. También hay otras en las que la cuestión del terrorismo se aborda de forma lateral, con abundancia de subterfugios, en pasajes sueltos y como de puntillas para no molestar.

La razón es el miedo en unos, la complicidad con los causantes de dicho miedo en otros. Que el miedo estaba justificado queda fuera de toda duda. Que el miedo es incompatible con la libertad, también. En Euskadi han muerto a tiros ciudadanos que opinaban por escrito en los periódicos. Otros recibieron un paquete-bomba. Particularmente habituales eran las llamadas telefónicas con intención amenazante. En Euskadi ha sido frecuente ver periodistas y profesores de universidad con escolta. En mi ciudad, la librería Lagun fue repetidamente atacada. El final del cantante Imanol parte el alma de los hombres de buena fe. No es fácil olvidar las notables ausencias, los sonoros silencios, del gremio literario durante los actos de apoyo a los periodistas, libreros y demás representantes culturales atacados.

Y, sin embargo, no se deduce de ello por fuerza que los escritores ausentes fueran insolidarios o se mostraran impasibles ante el dolor ajeno. Me faltan dedos en las manos para contar las ocasiones en que he escuchado, durante la conversación privada, en voz baja, a escritores euskaldunes reprobar la violencia que no reprobaban en público. Me consta que otros han dejado de colaborar en periódicos no nacionalistas o han declinado invitaciones a colaborar en los mismos por presiones de eso que ha dado en llamarse el mundo abertzale. Claro que nada de esto o muy poco trasciende a la realidad oficial, pero a nada que uno dé un paseo por la zona se tropieza más pronto que tarde con la triste verdad.

Llamativo es el número de novelas en lengua vasca cuyas tramas se sitúan en ciudades y países lejanos. Por supuesto que el escritor es o debe ser libre para elegir sus personajes, sus marcos narrativos y lo que se le antoje. Es, además, admirable que el euskera viaje literariamente por el mundo en vez de limitarse al canto costumbrista. Pero cuando un dato abunda constituye una característica y es entonces inevitable tenerlo en cuenta en el diagnóstico.

Un escritor vasco en lengua española tiene más fácil la escapatoria por cuanto puede desarrollar una carrera editorial fuera de Euskadi. Un escritor euskaldún, no, y esto yo no lo supe explicar el otro día cuando mencioné subvenciones, ortodoxias, disimulos y demás procedimientos humanos, demasiado humanos, de supervivencia. Por lo visto pisé un hormiguero. Aunque desde entonces me han llovido algunos insultos, me daría con un canto en los dientes si después de mi intervención temperamental ocurriera el milagro: que las zonas de silencio en Euskadi empezaran a vaciarse de escritores y hubiera un intercambio de pareceres, quizá un debate con las debidas formas de cortesía. Nada de esto quita para reconocer que la semana pasada me equivoqué y que lo siento.