Colaboraciones en prensa
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- Escrito por Luisa Etxenike
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Se está imponiendo la idea y la imagen de que la Conferencia de Aiete se ha organizado y cerrado así, con la celeridad y las conclusiones que sabemos, para ofrecerle a ETA y su entorno una pista de aterrizaje, y también la consideración de que esa iniciativa era por ello necesaria y, para algunos, incluso imprescindible, que era algo que había que hacer. Me preocupa ese enfoque por muchas razones. En primer lugar, porque sitúa, una vez más, la carga de la responsabilidad donde no se debe, del lado de la sociedad vasca, y no donde se debería, en el terreno de ETA y su entorno. Entiendo que hablar de una pista de aterrizaje necesaria equivale, en ese sentido, a suscribir que corresponde a la sociedad vasca el papel de aceptadora y facilitadora, o que es tarea de nuestra sociedad no rebelarse ante ciertos planteamientos —esencialmente el que asume la citada Conferencia y que describe lo sucedido en estos años como un "conflicto armado" del que derivan consecuencias a resolver ahora, bilateralmente, entre las dos partes enfrentadas—, que es tarea social no rebelarse ante ese tipo de planteamientos, dejarlos estar, para ponérselo a ETA lo más fácil posible. Equivale, en definitiva, a invertir de nuevo el protagonismo de la deuda: en lugar de insistir en el debe colosal que ETA tiene con la sociedad, imaginar y enredarse en la hipótesis de que es la sociedad la que tiene que poner una vez más de su parte, de que es la sociedad la que le debe algo a ETA, la que debe concederle algo a ETA para que ésta lo deje para siempre.
Hablar de pista de aterrizaje necesaria es además, en mi opinión, una manera de proponer una visión distorsionada del propio vuelo de ETA, o de su capacidad para seguir volando. O si se prefiere, una manera de no insistir en que cualquier aterrizaje de ETA era ya de emergencia, porque se había quedado sin aire y sin combustible para seguir, porque la sociedad y los instrumentos de su democracia la habían dejado sin lo uno y sin lo otro, sin más margen de maniobra que el de plegarse a la evidencia de la firmeza del Estado de Derecho y del rechazo social, y apagar sus motores definitiva, irreversiblemente. No insistir en esa realidad del "sin aire" equivale, a mi juicio, a suscribir la tesis del "ni vencedores ni vencidos", esto es, a apoyar el propósito de que, después de este punto final, ETA pueda asentar alguna forma de postdata de negociación, consideración, contraprestación, reales o simbólicas.
No comparto ni la idea ni la imagen de esa pista de aterrizaje imprescindible. Considero que las inversiones de deuda, las distorsiones de diagnóstico, las equivalencias de responsabilidad que introduce en el debate —en un momento en que todo debe tener una calidad inaugural, de cimiento— son coordenadas erróneas, anotaciones injustas de la longitud y la latitud, históricas, sociales y morales de lo sucedido aquí en estos años. Son inaceptables e instransitables pistas falsas.
Artículo aparecido en la edición vasca de El País.
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- Escrito por José Serna Andrés
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SE cuenta en la red que un viejo cherokee le habló a su nieto sobre la batalla que se da en el interior de las personas, y uno se atreve a decir que en el interior de los pueblos. El anciano le dijo: "Hijo mío, la batalla es entre dos lobos dentro de nosotros. Uno es malvado, es ira, envidia, celos, tristeza, pesar, avaricia, arrogancia, autocompasión, culpa, resentimiento, inferioridad, mentiras, falso orgullo, superioridad y ego. El otro es bueno, es alegría, amor, paz, esperanza, serenidad, humildad, bondad, benevolencia, empatía, generosidad, verdad, compasión y fe". Parece que el nieto se quedó pensativo y a continuación preguntó al abuelo: "¿Qué lobo gana?".
Y es que en estas cuestiones constantemente estamos preguntándonos quién gana. ¿Pero es que puede haber vencedores y vencidos en una situación duradera en la que existe violencia? En una agresión violenta siempre hay víctimas. Además, en nuestro interior, en el interior de los pueblos, no existen lobos exclusivamente buenos y lobos exclusivamente malvados. Y un hecho histórico, como el esperado anuncio de la desaparición de ETA, es un gran motivo de esperanza para nuestro pueblo, pero se encuentra dentro de un proceso histórico en cuyo desarrollo podemos preguntarnos si la desaparición de la organización terrorista equivale al final de la violencia en Euskal Herria. Eso no quiere decir que hablar del final de la violencia no es necesario, porque es una obligación y un desafío, pero sobre todo es un sueño.
Hay quien se pregunta, como parte de ese desafío, si es posible vencer la violencia. Mientras nos hacemos esta pregunta, vemos en nuestras pantallas de televisión a Gadafi capturado y después su cadáver. Representantes de la democracia muestran sin ningún disimulo su alegría ante esta muerte. ¿Hemos vencido así la violencia? Sabemos que hay causas justas y que la defensa de los derechos de las personas y de los pueblos es el gran desafío y la gran obligación, pero si dejamos de soñar y suprimimos el derecho a la vida, o justificamos su conculcación, como ha sucedido en demasiadas ocasiones en Euskal Herria, somos cómplices de la situación. Nos gusta hablar de Luther King y de Gandhi, pero en realidad no vinculamos su sueño con una acción posible y seguimos considerando la no-violencia como algo pasivo y de gente cobarde, cuando es precisamente su mezcla de ética, utopía y acción lo que fundamental en su estilo de lucha.
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- Escrito por Luisa Etxenike
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A lo largo de los años he tenido en muchas ocasiones que cambiar, a última hora, el tema de mi columna porque la irrupción de un nuevo atentado de ETA había vuelto, de pronto, irrelevante o improcedente el asunto o el tono elegidos. Esa necesidad de cambiar, por la violencia, el curso de la vida normal, el orden y el rumbo de los pensamientos, ha sido una de las representaciones de la tragedia en la que nos ha sumido el terrorismo. Hoy también he cambiado, a última hora, el asunto de mi columna. Pero por una vez lo veo como una buena noticia.
Sabemos que este fin que ahora anuncia ETA es sólo el principio del fin; que queda aún mucho tramo que recorrer hasta que puedan aliviarse, en la intimidad y en la convivencia social, los estragos personales que ha causado el terrorismo. Y hasta que se resuelvan los déficits de civismo, de tolerancia, de cultura de lo público y de lo común que han nacido y crecido al amparo de esa violencia; es decir, hasta que se alcance aquí lo que no llamaré una normalización -palabra, como tantas, demasiado cargada ya de contrasentidos- sino una evidencia democrática, una rotunda visibilidad de lo democrático en los dichos y los hechos del intercambio político y social considerado en su conjunto o sin zonas exentas. Y que falta también un trecho hasta que se cumpla el reconocimiento a las víctimas por el daño causado y de la autoría de ese daño, esto es, hasta que quienes han realizado o amparado los actos terroristas asuman su responsabilidad. De momento, sólo vemos cómo intentan, de modo explícito, conferenciado, eludir esa responsabilidad y/o repartirla.
Queda tarea, desde luego, pero estamos ya en el comienzo del después, en los primeros pasos del camino que se abre del otro lado de la raya. Un camino que creo que está hecho como en el cuento borgiano de "senderos que se bifurcan", un camino que son muchos caminos para avanzar. Cada ciudadano elegirá el suyo, se dejará guiar por su faro. Pero, de este lado, una de las primeras cosas que se va a levantar es la losa del miedo que ha impuesto, que ha contagiado el terrorismo. Se va a levantar la losa del miedo y va a aparecer la entrada de la gruta del "tesoro". Un tesoro hecho de testimonios callados por temor, prevención, aprensión. De infinidad de expresiones guardadas, inhibidas, atadas y que ahora van a desatarse y a conjuntarse para evitar que impongan su relato quienes llevan decenios intentando imponerlo todo. A unirse para decir en común, con la armonía de registros y la sonoridad de un orfeón, que lo sucedido aquí no es "el último conflicto armado de Europa", sino una historia de victimarios y de víctimas, la cruel historia de unos que empuñaban pistolas para asesinar a otros que sólo llevaban en sus manos, como López de Lacalle, por ejemplo, un pan y los periódicos. Estamos en los primeros pasos del camino del sin miedo, del camino para contar lo sucedido más alto y más claro que nunca.
Aparecido el Día de las Bibliotecas en El País.
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- Escrito por José Serna Andrés
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SI tenemos en cuenta que, aunque no seamos plenamente conscientes de ello, la cultura regula todos los aspectos de nuestra vida, seremos más cautos a la hora de hablar de la cultura. Es triste que un ministerio de cultura, o una dirección de cultura, se limiten a recaudar un dinero y a establecer diferentes criterios para repartirlo entre diferentes organismos creadores de cultura o astutos intérpretes de los criterios y de los mecanismos por los que, según la presentación de un informe o un proyecto, se puede conseguir más dinero. Da la casualidad de que algunos de los personajes clave en la cultura universal jamás supieron administrar siquiera sus pocas pertenencias.
Es cierto que, cuando hablamos de cultura, normalmente pensamos en manifestaciones culturales como las artes visuales, la arquitectura, la música, la lengua, la literatura… pero la cultura abarca muchos aspectos de la vida que condicionan nuestra manera de actuar y de pensar. Estamos inmersos, desde que nacemos, en el interior de una cultura. Nadie surge dentro de una burbuja, de una campana vacía. Los valores, las costumbres, la forma de vida dependen de una cultura, aunque lógicamente, en virtud de la libertad, una cultura no modela monolíticamente a una persona, sobre todo si en esa cultura está presente el valor de la libertad.
Entre esas personas libres y diferentes los objetos, las palabras y los comportamientos también tienen una función simbólica. Existen ya unos acuerdos para no discutir constantemente el significado de algo. Aun así ni en cada pueblo ni en cada país existe un único modelo de cultura, pero si de verdad tienen que ver con lo que llamamos cultura los diversos modelos no tienen por qué excluirse.
Cuando hablamos de verdadera cultura o de modelos culturales diferentes, no pueden producirse choques. Hablaremos de ósmosis, de comunicación, de imposición de un modelo cultural frente a otro a causa del dinero, o de la mayoría de votos, pero ese flujo entre culturas, como pasa en las culturas provenientes de la emigración, lo que llamamos interculturalidad, se va forjando en el tiempo y en el espacio. Y debemos admitir que no siempre en esa confrontación cultural hay respeto y acogida, sino todo lo contrario. Las cosas no son fáciles. Pero cuando en la confrontación de modelos culturales saltan tantas chispas en el aire que los insultos, los destrozos, las intervenciones policiales y la maniobra política se incluyen en los que llamamos choque entre dos modelos de cultura a uno se le ponen los pelos como escarpias.
Toda esta introducción es fruto del desasosiego que uno ha vivido en torno a los acontecimientos relacionados con el derribo de los locales en los que Kukutza ha desarrollado su labor cultural durante los últimos años. Cuando, además, todos los augures manifestaban que, en un nuevo paradigma cultural de nuestro pueblo la cultura de la confrontación se había desterrado, se han vivido unos acontecimientos muy poco relacionados con el encuentro entre distintos modelos de cultura.
Uno ha visto la indignación de personas amigas que han valorado negativamente la forma como se ha llevado el tema desde el punto de vista institucional, y también ha visto la indignación de personas amigas, y preocupadas por la cultura, que se han indignado ante la reacción que se ha producido. Quien tenga la varita mágica que lo diga, pero es necesario emprender otros caminos para el encuentro. Aquí no ha habido interculturalidad, sino choque de culturas.
Aparecido en Deia el 23 de octubre de 2011.
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- Escrito por Luisa Etxenike
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Se celebra esta semana en San Sebastián una Conferencia internacional para la paz. El lehendakari no va a acudir porque, según ha declarado, tampoco le han invitado. El que se invite a líderes políticos extranjeros y no, por ejemplo, al lehendakari es, a mi juicio, ilustrativo de muchas cosas pero fundamentalmente de la deslocalización que determinados sectores -en el entorno de influencia de la izquierda abertzale- quieren aplicar al llamado proceso de paz. Una deslocalización que sitúa la legitimidad para el análisis y el diagnóstico de lo que aquí ha sucedido y para la verificación del final de ETA, más fuera que dentro de nuestro país; más lejos que en manos de nuestra sociedad. Una deslocalización que entiendo que aspira también a equiparar lo sucedido en Euskadi en estas últimas décadas con lo que ha pasado en otros lugares del mundo, y a calcar, mediante esa equiparación, determinados finales o desenlaces tanto en la práctica como en la teoría o en el argumento del relato.
Promover o preferir que no sean nuestras instituciones quienes verifiquen la decisión de ETA de disolverse (¿qué verificación se necesita, por otra parte, si esa decisión se apoya en actos y hechos dotados de irreversibilidad?); y que no sea nuestra sociedad quien protagonice el debate, quien lidere los discursos y los relatos en este umbral del final del terrorismo; es decir, colocar el énfasis en otras experiencias del exterior y no en la nuestra, creo que refleja una voluntad de no enfrentar las responsabilidades del pasado; de relegarlas o encubrirlas. Que traduce un deseo de apartarse de la realidad de lo que aquí ha sucedido, de desviar la mirada de esta realidad concreta para atender a realidades abstractas -o abstraídas-, compuestas de generalizaciones, analogías y mimetismos discursivos, de importación. Todo ello con el objetivo de construir un relato o una trama cuyo desenlace no pueda ser otro que el de "ni vencedores ni vencidos". Enunciado éste que clarea, a mi juicio, otro más radical: una forma de "ni agresores ni agredidos", como un modo de ir consagrando la idea de que en Euskadi todo ha sucedido en una especie de simetría o de equivalencia entre dos bandos. Como si pudiera concebirse alguna equivalencia entre el que pone los tiros y el que pone la cabeza o el corazón donde esos disparos impactan.
Tal vez en la deslocalización extrema del debate, en su extranjerización máxima - y quizá por ello se busquen- una pretensión de simetría entre victimarios y víctimas podría tener algún recorrido en llano. Aquí no; en el seno de la experiencia y de la conciencia de la sociedad vasca, enseguida aparecerían, aparecen, y aparecerán cada vez más, el relieve, las objeciones. En el terreno de un debate abierto y plural entre nosotros, enseguida se oyen las voces de discrepancia, los coros de disidencia, de denuncia del inaceptable fraude histórico y moral que supone cualquier pretensión de equivalencia.
Artículo aparecido en 17 de octubre en El País.