Colaboraciones en prensa
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- Escrito por José Serna Andrés
- Categoría de nivel principal o raíz: Colaboraciones
HA sido un triunfo poder leer el mensaje encerrado en una botella de plástico. Una ola financiera me la arrebataba constantemente a lo ancho y a lo largo de la infeliz Europa y se colocaba sobre Grecia, la cuna de la cultura y de la democracia a la que, como se encontraba en bancarrota, sus vecinos amenazaban con echarla del club si no se ponía de rodillas y suplicaba limosna. Entre tanto movimiento de tiras y aflojas, la botella se ha movido por Italia, en una ola financiera más alta, pero con mayores muros de contención. ¡Si los emperadores romanos levantaran la cabeza!
He conseguido sujetarla con las dos manos, para que no tocase otros países y, sobre todo, para que ni una sola posible gota financiera pudiese llegar a mis bolsillos. No me preocupaba la salud de Europa, claro, solo mis reservas. ¿Me tocará sufrir las consecuencias? ¿Me bajarán el sueldo? ¿Será posible que no podamos reducir el desempleo? Y con esas preguntas la he atrapado, muy resuelto, para poder descifrar el mensaje que llevaba en su interior.
Hace unos años no había contenedores para reciclar el vidrio, pero devolvíamos a la tienda las botellas de leche, de gaseosa, de vino y de cerveza, que las devolvían a la fábrica y las esterilizaban. ¿Por qué lo digo en este momento? Es la única idea que me ha venido a la cabeza, pues en el intento de abrirla he visto cientos y miles de botellas de plástico tiradas en cientos de papeleras, eso sí, pero eran tantas que se las veía en el mapa de Europa, y por eso me intrigaba aquella que tenía un mensaje en su interior. Y sin saber por qué, me ha venido a la memoria que antes, en vez de tirar tanta botella de plástico, bebíamos agua del grifo que, por cierto, tiene mayores garantías higiénicas.
Pero no podía abrir la botella. Así que he buscado la caja de herramientas. Como soy un poco despistado he cogido un aparato electrónico, un GPS o algo así, que todo el mundo usa ya para orientarse, he enviado una señal a un satélite, y me he dirigido sin ningún problema al cuarto de los trastos, donde tengo docenas de aparatos estropeados que no he podido arreglar porque les faltaba una pequeña pieza. Estaba esperando una remesa de productos de este tipo para depositarlos junto a un lago en algún país africano. He cogido el alicate necesario y, como iba a tomar una decisión importante, me he asomado a la ventana a inspirar y espirar, que eso oxigena el alma. Y desde allí he contemplado a la vecina que tiene una pista mecánica en casa y corre muchos kilómetros sin desplazarse, enchufada a una red eléctrica. Por fin, he abierto la botella. Tenía, sí, un mensaje dentro. Decía: Europa será sostenible y solidaria o no será.
Como no podía ser menos, se me ha caído la botella de las manos. Ha sido una sorpresa encontrar el dichoso papelito con esas palabras. Porque si antes unos países dominaban a otros por medio de los ejércitos, ahora en Europa el dominio se da mediante olas financieras. Y hasta los países que fueron colonizados en todo el mundo se han dado cuenta. Y dan consejos para que no se nos llene la cara de vergüenza, y para que no se noten las consecuencias de las nuevas asechanzas.
Lo cierto es que he roto en pedazos el papel, no sea que alguien se entere. Y la botella de plástico ha quedado sobre una bolsa llena de ropa usada que tenía preparada para reciclar. Sí, claro, yo le llamo reciclar a depositar esa ropa en un contenedor de ropa. No podemos admitir usar la misma ropa de años anteriores, aunque esté en buen uso. Es verdad que hay zapatos, pantalones y vestidos que me pueden durar unos años más pero, claro, ya no están de moda, y aunque se desperdicien materias primas, horas de trabajo, almacenamiento y transporte… ya se encargará alguien de dar a los pobres lo que me sobra. Algunos de mis familiares y vecinos se intercambian ropa, y la usan varias personas. ¿Qué querrá decir eso de que Europa será sostenible y solidaria o no será? Malditos mensajes…
Aparecido el 21 de noviembre en Deia.
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- Escrito por Pedro Tellería
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Todos los que andamos por la cultura deberíamos recordar, en esta época de confusión intencionada o de estéril escepticismo, algunas verdades sencillas. Son las verdades de nuestros abuelos intelectuales, pero también las verdades que canta el barquero en el último viaje.
Hago esta reflexión después de leer un poco a María Zambrano. La filósofa exiliada y tachada de las listas oficiales de entonces y de ahora, la poeta pensadora que dotaba a su prosa de ritmo y concepto, me aconseja no caer ni en la comodidad pos-moderna ni en la facilidad pop-moderna. Hay un librito, Poesía y filosofía, que compendia parte de su obra y que debería ser lectura obligada para sacar el carnet de pensador. En él encontramos los grandes temas, las grandes preguntas y el eje de cualquier actividad intelectual: el asombro.
Zambrano pensó en el poeta y en el filósofo, pero también en el hombre religioso y en el hombre moral. El motor de cualquier labor artística, reflexiva, creyente o creadora parte para ella de la admiración del ser humano ante lo existente. Después, los derroteros divergen dependiendo de la reacción de esa persona ante el asombro. Por ejemplo, de la violencia del filósofo que abstrae categorías y formula leyes universales –que tiende a explicar los fenómenos por las causas– a la recreación constante del artista –que aspira a exponer el asombro inicial mediante otros asombros análogos que desencadenan la obra de arte–.
Me temo, sin embargo, que no estamos (todavía) ante un siglo de admiraciones ni asombros. Estamos, más bien, frente a un siglo de imposturas veladas, de cinismos de corte, de epígonos correctos. Estamos, acaso, en el manierismo del consenso y la falsa vanguardia. Me conformaría con que un joven artista o un joven filósofo descubriera a Zambrano y aprendiera a mezclar imagen y pensamiento, rigor y belleza, al servicio del prójimo.
Aparecido en la revista Luke del mes de noviembre.
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- Escrito por Francisco Javier Irazoki
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A muchos creadores de literatura erótica se les afea la prosa descuidada y un fondo de moralina. En Francia, esta clase de escritura ha ido con frecuencia en compañía de la hojarasca filosófica. Como si los autores necesitasen pedir perdón por ser libres al escribir unas páginas. Conocidas las desventuras del Marqués de Sade, arrestado en fortalezas o recluido en manicomios durante cerca de tres décadas que comprenden tres sistemas políticos, Georges Bataille decidió parapetarse detrás de algunos seudónimos y de bastantes cautelas. Envolvió con gasa retórica sus atrevimientos. Dudo que la pedantería y el deleite sean compatibles. Esos miedos son impensables en el escritor cubano Juan Abreu. Guiado por la lucidez de Reinaldo Arenas, se subió a un pequeño barco para huir del régimen totalitario de su país. Vive en la provincia de Barcelona. Después de publicar siete novelas, acaba de entregarnos su catálogo de placeres: Una educación sexual (Linkgua ediciones). Llevábamos tiempo a la espera, al menos en España, de un libro tan sincero sobre nuestras intimidades. Juan Abreu pone el ingrediente del humor en la mayoría de los capítulos: una fiesta de palabras en la celebración de los sentidos. Sin dejar de sonreír, señala las imposturas. Desobedece al arrepentimiento porque jamás encuentra claridad en la culpa. No hay lagunas morales en su gozo. Nos dice con buena prosa que la alegría carnal es para él una forma de limpieza ética.
Aparecido el 11/11/11 en El Cultural.
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- Escrito por Luisa Etxenike
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Cada vez está más claro que el discurso con el que la izquierda abertzale quiere arrancar, en este periodo postETA, es el de la equivalencia, según el cual en Euskadi ha habido en estos años un conflicto armado cuyas responsabilidades y consecuencias se equilibran, por ello, entre los dos bandos enfrentados.Y sabemos también que esa —a mi juicio, inaceptable— versión de lo sucedido está, y probablemente siga, contando con el apoyo del PNV de Iñigo Urkullu, como se puede deducir de su reciente afirmación de que el lehendakari es un "exponente" de ese conflicto político vasco, palabras éstas que considero injustas y además, temerariamente antidemocráticas.
No sé lo que cree que puede ganar el líder nacionalista desacreditando de este modo las instituciones y la legitimidad de las mayorías parlamentarias; a mí me parece que muy poco, sobre todo cuando lo comparo con lo que puede perder, con lo que podemos perder todos con semejantes enunciados. Lo que puede perder su partido —cualquier partido político—, nuestra sociedad, y el afianzamiento presente y futuro de la democracia en Euskadi. Porque sembrar el descrédito y el irrespeto en la estructura institucional y en los mecanismos del juego democrático es fragilizar la democracia, abrirle flancos de vulnerabilidad frente a los ataques de las intolerancias, las demagogias, los populismos.
Es, además, y si se me permite la expresión, echar leña al fuego de por sí arrasador de la cultura antidemocrática que ha nacido y crecido, al amparo de la violencia terrorista, en amplios sectores de nuestra sociedad y de nuestra juventud. ¿Olvida el señor Urkullu que un tercio de nuestros jóvenes o legitima la violencia o se muestra frente a ella indiferente? ¿No cree el máximo dirigente del PNV que ese dato compromete muy seriamente no sólo el avance y la consolidación de esta nueva etapa postETA, sino el futuro de nuestra convivencia? ¿No lo considera, por utilizar una expresión muy acorde con los tiempos, una hipoteca para nuestra democracia, que puede conducirnos a más de una forma de desahucio cívico? Insisto en considerar que esta postura del líder nacionalista supone, en un momento tan crucial como el que vivimos, una ruina para la vida y el debate políticos en nuestro país —cuya base no puede situarse en la desconsideración o la deslegitimación institucional— y una temeridad.
En este panorama de equivalencias, pretendidas por la izquierda abertzale y alentadas según se ve por el PNV, parece más esencial que nunca reconocer y afianzar los terrenos de la diferencia, los planos de la distinción. Constituir con la precisión de un auténtico mapa de ruta, una cartografía de lo incomparable. Una cartografía en relieve de lo que, en lo sucedido en Euskadi en estos años, no puede ni debe en modo alguno compararse. No merece, ni histórica ni política ni social ni moralmente, ser comparado.
Artículo aparecido en El País el 7 de noviembre.
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- Escrito por Luis A. Bañeres
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Pocas son las prendas que presentan tal versatilidad. Objetos indisociables para las damas de alta alcurnia que abandonaban distraídamente para que les fuera devuelto por el caballero escogido. Con millones tocaron sus cabezas los hippies en los 70. Los lucieron deportistas a modo de diadema y se anudan al cuello en las fiestas de muchos pueblos. Secaron el sudor, taponaron heridas o improvisaron torniquetes en miles de películas. Ondearon al viento en muchos andenes para llorar un adiós y junto al claxon salvaron muchas vidas al permitir franquear el paso a través de un tráfico espeso. Indicados para saludar a distancia, recoger pruebas de un crimen, transportar mariposas o guardar el perfume de la mujer deseada. De todos los colores podremos verlos en en un espectáculo de magia. Formaban parte de la indumentaria de los cowboys para protegerse del polvo de la tierra árida.
Hoy día las damas de alta alcurnia usan iPhones. Los hippies están al borde de la extinción. Está prohibido circular con urgencia y en muchos casos, el papel de celulosa y la camiseta rotulada han sustituido al pañuelo tradicional. La magia está a otro nivel y los cowboys conducen camionetas que no levantan polvo del asfalto que cubrió el camino de tierra. El pañuelo se usa hoy para otros fines: borrar las huellas de un delito, ocultar el rostro de una mujer por imposición religiosa, ocultar el rostro avergonzado del corrupto a la salida de un juzgado o alabar la faena de un torero para pedir orejas o rabo. Injusta involución para una prenda tan solidaria.
Aparecido el 6 de noviembre en El Correo.