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Mamá ha muertoMamá ha muerto, de Javier Otaola, exige varias niveles de lectura que se superponen sin contradecirse.

Aurelio Torres, el protagonista, igual que el Quijote perturbado por la lectura de novelas de caballería, es víctima de la lectura mal asimilada de la obra filosófica de Nietzsche —El anticristo, Más allá del bien y del mal, Así habló Zaratustra…— lo que combinado con la crisis que le produce la muerte de Mamá le lleva a romper con la vida felizmente convencional que lleva en Madrid: repudia a su mujer y a su hijo, se separa de sus socios, se aparta de los hermanos masones de su Logia —Argüelles—, se distancia de sus amigos…

Esa ruptura total con su vieja identidad da paso a un extraño viaje en busca de una felicidad que se supone habita en el Gran Norte, en Estocolmo, donde reside un antiguo amor de juventud…, Britt.

El viaje será una peripecia jalonada de extraños personajes y de encuentros sexuales, de una lubricidad maníaca que le colocaran en comprometidas situaciones, todo ello conforma una especie de contra-iniciación en la que Aurelio Torres, que se ve como un discípulo del Viejo de la montaña, cambia de identidad y se va convirtiendo en la peor versión de sí mismo, un hiperbóreo que desprecia toda compasión y aspira a una soledad helada y aristocrática.

El Destino tiene la última palabra y pone a prueba a Aurelio Torres, y su orgullo hiperbóreo.

La aventura de Aurelio Torres puede leerse, simplemente  como una historia de humor negro, en la que el protagonista es una especie de Torrente, castizo y rijoso, con ínfulas filosóficas, o bien como una reflexión filosófica enmascarada en una peripecia de humor negro.

Mamá ha muerto suscita cuestiones radicalmente filosóficas como “el ser para la muerte” de Heidegger, la “voluntad de poder” o la “subversión de los valores” de Nietzsche, y juega también con la idea masónica del viaje como símbolo de transformación.

El discurso de Aurelio Torres es blasfemo, provocador, nihilista pero en realidad sucede en Mamá ha muerto como en la novela de Houellebecq —Las partículas elementales— todo ese discurso se hace paródico y viene a ensalzar por oposición los valores contrarios: la lealtad, el valor y la bondad, la ley, la piedad, el vínculo entre sexualidad y amor…

Mamá ha muerto, hablando de la angustia, de la violencia, del crudo sexo, de la muerte y del odio...deja ver su apuesta explícita por una antropología que podríamos llamar en un sentido simbólico –cristiana- de ahí el valor enigmático de la frase Frid vare eder.

Todos los personajes de Mamá ha muerto vagan en busca de amor, aunque son también víctimas de las patologías del amor: dominación, dependencia, obsesión...

A pesar de sus riesgos, sólo el amor puede otorgarnos la felicidad; la libertad sexual puede ser divertida, gratificante, pero no nos colma; una libertad siempre descomprometida es como un tesoro enterrado, no se invierte en nada, nos deja en el aire, rompe nuestra condición de “seres en red” y nos convierte en meras partículas elementales, acorazadas en su soledad, flotantes, desarraigadas, perdidas…

El amor —el ideal tras el que enloquecidamente va Aurelio— es redentor porque tiene capacidad para estructurar nuestra vida, para darle una arquitectura, un esqueleto…un sentido.

El amor en todas sus formas —amistad, afectos consuetudinarios, simpatías, eros, ágape, filiación, maternidad/paternidad, familiaridad,…— nos vincula a otros, nos permite “ser en red”, nos hace compartir: compartir sentimientos, actividades, palabras y recursos.

Mamá ha muerto. Viva Mamá.

La novela de Javier Otaola se presenta el 4 de julio en la Casa del Libro de Vitoria a las 19:00 horas con la presencia del autor y del escritor Kepa Murua.

Ya lo dicen los médicos: lo que es bueno para unos no tiene por qué funcionar en otros. Lo mismo parece ocurrir en el mundo editorial donde el negocio se  basa en un producto: el libro, y sin embargo cuando unos y otros hablan de lo se considera bueno nadie habla de lo mismo. Los escritores se fijan en el producto y los editores en sus ventas. ¿Es lo mismo escribir un buen libro o que un libro venda?  En La Trastienda nos hemos propuesto indagar en  qué coinciden un escritor y un editor y para ello hemos reunido en una misma mesa a cinco editores, seis escritores y un experto en redes 2.0 y les hemos preguntado sus pareceres. Llegados a este punto, el lector puede seguir las indicaciones de Iñigo García Ureta que dice que ninguna de las respuestas a esta pregunta puede ser sincera, ya que si se supiera qué hacer para que un libro venda, los editores no publicarían libros que no venden, o bien seguir las de Fernando Aramburu cuando dice que para escribir un buen libro, lo que hay que hacer es “llevar una rica vida sexual” o sumérjase en este artículo donde al igual que el método de tejido “patchwork” en cada retal encontrará un pequeño tesoro donde descubrir que quizá el secreto de un buen libro esté en la suma de todos ellos.

Emilio Albi, editor de Ediciones Temas de hoy, coloca el éxito de un buen libro en el lector y deja claro que un libro se vende no porque el editor o autor lo quieran o porque se esfuercen en ello, sino porque lo quiere el consumidor. Para conseguir este objetivo basta con seducir al lector y hacer que pase a la página siguiente de forma continuada, algo que se conseguirá más fácil si, al menos, hay un personaje que estimule al lector. El secreto del editor será saber qué ubicación va a ocupar el proyecto literario dentro del mercado, ya que al final, para Emilio, la literatura es una inmensa conversación entre lectores y autores. Tampoco pasa por alto el trabajo de los autores, agentes, editores, equipos de arte, departamentos de marketing, críticos literario, distribuidores, blogueros, tuiteros y libreros, todos juntos y coordinados. Y dice que la búsqueda de  “best sellers” es la ilusión constate y motivadora de un editor. Enrique Redel de la Editorial Impedimenta arroja una cifra esclarecedora: el 95% de los libros se mueren a los dos meses de su nacimiento. Con este panorama, el éxito de un libro lo basa en tres pilares fundamentales: visibilidad, belleza y selección, entendiendo por visibilidad su colocación privilegiada en las librerías, la belleza como portadas atractivas y encuadernaciones duraderas. Y por último, la selección, sabiendo que el lector elegirá libros que han pasado por filtros de calidad y capacidad prescriptiva.

COMO decía Erasmo de Rotterdam, en un tiempo de crisis en Europa, "es justo alabarse a sí mismo cuando uno no tiene nadie que lo alabe, por eso me elogio hoy, pues me lo merezco". Y añadimos: soy la estupidez, la necedad, la locura, y soy lo mejor que hay en este mundo. Es habitual que las personas que conocemos se enorgullezcan de las profundas injusticias del capitalismo, de sus dioses, las agencias de calificación, y de sus verdugos, los bancos. Hay felicidad en las nuevas catedrales de la Bolsa donde, según la vela que se encienda a los dioses de la información privilegiada, es posible robar, especular, ganar dinero virtual en algo más que un puro juego de Monopoly, mientras que la gente real lo gana con el sudor de su frente. Como nada se escapa ya a los ojos vigilantes de los mercados es de natural complacencia alegrarse porque como las personas ahora han aumentado su protección sanitaria viven más tiempo y hacen propaganda de que por eso precisamente se ha aumentado la vida laboral. Además, el dinero que se ha acumulado para aumentar el nivel sanitario ahora se va a destinar a otras preocupaciones más vitales como el aumento en gastos de telefonía móvil, seguridad-seguridad, encarecimiento de viajes a paraísos fiscales, informes varios a agencias inexistentes, y no va a importar que se alargue la vida laboral de quien no tiene garantías de que en ese tiempo se proteja su salud, ni sus prestaciones de enfermedad, ni las ausencias del trabajo, ni cobrar el paro, porque es muy fácil expulsar a alguien de un trabajo. ¿Cómo se va a poder llegar hasta el final de una larga vida laboral si no se protege la salud?

Ha habido muchas personas luchando durante siglos para obtener mayor dignidad humana, para que se aceptase de una vez que una persona es una persona, y no un objeto que se puede cambiar o se puede llevar a reciclaje, o al basurero del olvido más cercano. Pero estamos en el siglo XXI. Aquí la posmodernidad exige sacrificios humanos, como en la antigüedad. Que sí, que hay que volver a los primeros tiempos, cuando se hacían sacrificios humanos a los dioses para que fuesen benevolentes. Se ofrecía al hijo primogénito del rey si era necesario. Eso siguen queriendo los dioses, sacrificios humanos, muchos sacrificios, pero no del hijo del rey, sino de la mayor parte de la población. ¿Por qué se quejan esos que se encuentran en el paro, con el único abrigo de una familia que cada vez tiene más problemas de subsistencia? Pues sepan que se quejan de vicio, dos terceras partes de la humanidad tienen problemas para subsistir y callan. No pasa nada. Más hambre debía haber, así se quejarían con razón, lo demás es puro vicio.

Eso de estudiar una carrera, idiomas, dominar la informática, ha sido una diversión para la etapa adolescente. La vida real, adulta, que comienza con una estabilidad económica, entre los 38 y 40 años, va por otras rutas. Aguantar muchas horas en la fiesta, ver partidos de infarto… es lo que importa. Así ganamos el mundo, y presumimos de grandes deportistas, aunque con sus dineros en paraísos fiscales. Y si la cosa es tan sencilla Francia y Alemania se encargarán de enviar armas a Grecia para que mantenga más de cien mil soldados con un armamento que se les acaba de vender, con un dinero que después se les va a pedir, a medio perdonar, a humillar, pero con muchos intereses… Francia ha vendido hace poco tiempo fragatas y helicópteros de combate por tres mil millones de euros a Grecia, y Alemania seis submarinos por mil millones. Les prestan dinero para que compren armas Los dioses griegos saben mejor que nadie que, hoy en día, es Plutón el que manda, y la plutocracia el único sistema posible de gobierno.

Porque como decía el gran Erasmo, "aquí no hay más dios que Plutón -dios de la riqueza-, supremo dios… que con un solo gesto suyo, hoy como en otro tiempo, se trastornan desde sus cimientos todas las cosas sagradas y profanas. Por su arbitrio se rigen la guerra, la paz, los imperios, los consejos, los juicios, los comicios, los matrimonios, los pactos, las alianzas, las leyes, las artes, lo cómico, lo serio… me falta el aliento… en suma, todos los negocios públicos y privados de los mortales. Sin su ayuda, el pueblo entero… los mismos dioses mayores no existirían, o por lo menos no podrían comer caliente". El problema es que cada vez son menos los bendecidos por ese dios. Alabémonos, hermanos, a nosotros mismos, porque ya no tenemos a nadie que nos alabe.

Artículo aparecido el 1 de marzo en Deia.

Una de las muchas ventajas que tiene el hecho de ser famoso es que uno puede disponer de su figura inmortalizada en cera.

En el caso de ser famoso por lazos con la nobleza, esa figura brilla de forma especial, y alcanza una posición más elevada, si bien su
supervivencia pende asimismo de finos hilos, por estar su destino en manos de reyes y puede precipitarse al rincón más oscuro del belén, salir en carretilla o volver a la casilla de salida, tras pasar tres turnos en la cárcel.

Por todo ello, llegado el caso, es conveniente prevenir para sacar el mayor partido a esta peculiar situación. Por ejemplo, puede sugerirse que la figura se la hagan a uno sentado y en pose pensativa. De este modo, cuando la figurilla se caiga del cuadro, puede usarse para el escaqueo en horas de curro, (si bien es verdad que en esos estatus se curra más bien poco), colocarla al volante cuando se aparca en doble fila para evitarnos la multa e incluso soplar en un control.

También sirve para no ir solo de copas, para ponerlo en la ventana, de mirón o para sustituir al vocal en una mesa electoral.

Incluso podría dar resultado si se le sienta en el banquillo de los acusados para aguantar los improperios de la chusma mientras el figura -éste con el artículo masculino por delante-, sigue haciendo transferencias a lejanos paraísos fiscales ante la mirada cerúlea de su suegro.

Y si todo esto falla, siempre se puede fundir y revender la cera al museo para moldeo de quien venga a sustituir al afectado o para su uso en reparaciones de los que siguen en escena, que a todos se les va viendo ya el cartón.

Es un hombre de los de antes, hecho a sí mismo, humilde y sin enemigos.

Es mi pareja de mus. Y mi padre.

Hace algún tiempo pasó por una partida de esas en que las cartas vienen mal dadas. Un diagnóstico que nadie quiere recibir que, aunque tratable y con curación, es malo al fin y al cabo. Así que quise acompañarle en ese momento. Para eso están las parejas de mus, ¿no?

Aguantó el envite como suele, prudente, de una pieza y sin revelar su jugada.

Cuando lleva buenos naipes, aparece un brillo casi imperceptible en sus ojos que yo sé ver, al igual que a él le basta una simple mirada para leer los míos.

No solemos usar señas. Por algo es mi padre.

Esta vez no vi el brillo en sus ojos. Sin pensarlo demasiado, rechazó el envite.

«En esta vuelta no se salen, aita. Y yo llevo pares. En la siguiente eres mano y vendrán mejor dadas.

«Estamos a falta de dos piedras, así que pilla juego y déjame ver ese brillo fugaz....

(...)

Sólo a un maestro se le puede ocurrir esa jugada.

A falta de 2 piedras, y de mano. Mus visto, un caballo, pero evitas el descarte con elegancia, obligando a los contrarios a arriesgar sin saber en qué estás pensando exactamente.

Con pares de cincos y punto. Con un par.

Repitiendo aquella jugada que ya nos hizo campeones una vez, ¿recuerdas?

No hay juego. Ordago al punto y nos salimos. Los contrarios quedan mudos. Muerte dulce.

Tiro mis cartas sin descubrirlas, pero quiero que sepas que llevaba gallegos, aunque imagino que lo intuiste.

Nunca estuviste solo. Pero, a fin de cuentas, era tu juego. Hablabas tú y ganaste, como casi siempre que arriesgas en una jugada caprichosa, de esas que tanto te gustan.

Para estas cornadas que te da la vida, te sacaste de la manga tu mejor verónica.