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Se suele decir que todo está escrito en los clásicos griegos y que, a partir de ellos, ha sido imposible crear algo nuevo y original. Ya Eugenio D´Ors aseguró que todo lo que no es tradición es plagio, y Baroja fue más allá al concluir que todo lo que no es autobiografía es plagio. Eso explicaría el que pocos escritores se hayan librado de ser acusados alguna vez de plagio literario, tal y como apunta Manuel Francisco Reina en su libro “El plagio como una de las bellas artes”. Y es que la frontera entre plagio e imitación —o reproducción o falsificación— no está bien delimitada y se presta a confusión.

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Hace aproximadamente un año que descubrí a la escritora irlandesa Edna O´Brien y su primera novela editada en España por Errata Naturae, 'Las chicas de campo'. Esta novela sacudió la sociedad de la católica Irlanda hace cincuenta años y fue considerada escandalosa y obscena, hasta tal punto, que el párroco de su aldea natal quemó tres ejemplares en la plaza pública.

'Las chicas de campo' reveló al mundo una escritora joven, valiente y con ganas de liberarse de las ataduras religiosas y familiares, pues no hay duda de que es una novela autobiográfica. Una autora que tenía mucho que contar y lo hizo por medio de una escritura sencilla, fresca y apasionada.

A través de sus personajes, Caithleen y Baba, dos chicas de campo, narra la historia de la Irlanda rural de esa época, en un país pobre, atrasado y lleno de prejuicios religiosos. Cuenta la vida de estas jóvenes desde que son niñas hasta que, ya adolescentes, son enviadas a estudiar internas a un convento de monjas. Las duras y terribles condiciones que deben sufrir en ese colegio las hacen sentirse como si estuviesen en una cárcel y urden un plan para que las expulsen; un plan, en mi opinión, diabólico y cómico a la vez. Al final consiguen realizar su sueño, trasladarse a Dublin, donde Caithleen se colocará como dependienta en una tienda de ultramarinos, mientras Baba seguirá otros derroteros. Caithleen es tímida, introvertida, aplicada, buena estudiante. Baba,  atrevida, desenvuelta, desvergonzada y “pasa” totalmente de estudiar. En realidad se trata del “alter ego” de Caithleen, que se deja arrastrar por ella a quien, en el fondo, admira y, a la vez, teme.

Un año más volvemos a encontrarnos en estas páginas. Un año más los bilbaínos hemos cumplido con la tradición de huir de la ciudad en masa a principios de agosto, con más urgencia que si el Ébola estuviera a las puertas de la Villa, y ahora regresamos, también en masa y a galope, porque a ver quién es el guapo que se pierde el estreno de la Aste Nagusia...

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El último informe Global Trends Publishing 2014', publicado por el Frankfurt Book Fair Business Club presenta la situación del mercado internacional del libro y la profunda transformación que está experimentando el sector editorial, debido a la irrupción del libro digital, a la entrada en el mercado de nuevos protagonistas como Amazon, Apple y Google, y a la globalización de una industria que tradicionalmente ha sido conservadora y cerrada a los límites de sus fronteras.

Seis países poseen el 61% del mercado mundial. El primero es Estados Unidos (26%), seguido de China (12%), Alemania (8%), Japón (7%), Francia (4%) y Reino Unido (3%). Pero algo está cambiando, ya que la demanda sigue creciendo en muchas de las economías emergentes, mientras que se ha estancado o se ha contraído en los países industrializados. Así por ejemplo, China ha alcanzado el segundo puesto en el ranking —que, durante décadas, se han disputado Alemania y Japón—, aunque muy lejos todavía en el consumo per cápita.

El cuadro siguiente es muy pedagógico. El eje de abscisas representa el importe medio que cada persona de un país gasta cada año en libros; y el eje de ordenadas, el número de títulos nuevos o reimpresos que se publican anualmente en cada país por cada millón de habitantes. La primera conclusión es que el mercado del libro está concentrado en un pequeño número de países que poseen cultura europea o anglosajona, además de Japón y Corea.

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El pintor Darío de Regoyos está considerado como uno de los principales representantes españoles del impresionismo. Su riqueza cromática y la audaz representación de la naturaleza y sus fenómenos atmosféricos hacen de los paisajes de Regoyos uno de los acontecimientos más innovadores de su época.

La gran exposición en Madrid con ocasión del centenario de su fallecimiento, organizada por el Museo de Bellas Artes de Bilbao en colaboración con el Museo Thyssen-Bornermisza de Madrid y el Museo Carmen Thyssen de Málaga, reúne más de cien obras provenientes de otros museos y colecciones particulares.

Nacido en Ribadesella (Asturias), estudió en Madrid con Carlos de Haes y en Bruselas, a donde  se trasladó en 1879 con Joseph Quinaux. Con estos maestros descubrió el paisaje, genero poco apreciado entonces, y el que él más se interesó y dedicó como pintor.

Su aprendizaje se enriqueció en contacto con los artistas belgas y franceses más rompedores del momento, entre ellos Ensor, Pisarro, Seurat y Signac.