'Mesas políticas'
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- Escrito por Luisa Etxenike
- Categoría de nivel principal o raíz: Colaboraciones
De tiempos como los actuales marcados mayormente por las incertidumbres y la dificultad se acostumbra a decir que "son malos para la lírica", una expresión que me resulta desconcertante, porque si de algo tenemos innumerables pruebas es de que la creación poética se crece con la adversidad. Y sobre todo de que es en los momentos de crisis cuando más apetece la belleza del lenguaje poético. La belleza y la lealtad. E insisto en este último concepto, porque la buena poesía está hecha de palabras aún repletas del sentido para cuya expresión fiable se inventaron. Palabras que piensan lo que dicen y dicen lo que piensan. Buenos tiempos pues para la lírica en esta época en que cualquiera sabe lo que están diciendo o callando, bajo su superficie retórica, la mayoría de los discursos públicos.
Recojo estos versos de Hijos de la época de la poeta polaca -premio Nobel en 1996- Wyslawa Szymborska : "Adquirir significado político ni siquiera requiere ser humano. Basta ser petróleo, pienso compuesto o materia reciclada. O la mesa de debates de diseño largamente discutido: ¿redonda?, ¿cuadrada?, ¿qué mesa es mejor para deliberar de la vida y de la muerte?". Y los elijo porque recuerdan, o mejor, porque se oponen al olvido de que las decisiones políticas afectan a la vida de los ciudadanos de un modo muchas veces radical. Que los gestos e incluso los objetos del poder tienen la capacidad de cambiar en un momento el rumbo de la vida de la gente. Que la política es, en definitiva, un asunto cuyas repercusiones son de tal magnitud que necesita ser constantemente revisada, interrogada.
Y podría detenerme en la precipitación de las autoridades alemanas a la hora de condenar al pepino español, para ilustrar cómo una decisión que se toma alrededor o detrás de una mesa política puede suponer para la gente (en este caso nuestros productores agrícolas) un tsunami devastador. Pero quisiera centrarme en otras mesas cuyas repercusiones nos tocan aún más de cerca, afectan al corazón mismo de la vida política y social en Euskadi. Y me refiero a las mesas en torno a las que los partidos vascos están debatiendo ahora mismo la presencia de Bildu al frente de las instituciones guipuzcoanas, o lo que es lo mismo, la asunción por parte de Bildu de competencias en materias como Educación o Juventud o Cultura, que resultan fundamentales para cimentar nuestra convivencia democrática presente y futura.
No creo exagerado decir que se trata de un "deliberar de la vida y de la muerte", en el sentido más descarnadamente literal, considerando lo sucedido aquí durante más de treinta años. Y entonces ¿se puede eludir en esas mesas un debate de previos? o ¿se puede abordar allí otro asunto que no sea el de exigir a Bildu que se posicione inequívocamente contra el terrorismo; y que fije su postura también con respecto al pasado, a lo hecho y no hecho en el pasado? ¿Puede hablarse de otra cosa en esas mesas hasta que Bildu hable de eso?
Artículo aparecido en la edición vasca de El País.
'Rehabilitar el sistema'
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- Escrito por Luisa Etxenike
- Categoría de nivel principal o raíz: Colaboraciones
No resulta difícil suscribir muchas de las reivindicaciones de los jóvenes que ahora mismo se concentran en torno al movimiento del 15-M. Entre otras razones porque en ellas entiendo que subyace no el deseo de suspender, paralizar o destruir el sistema, considerado éste del modo más general, como un conjunto de principios y valores donde pueden reconocerse los argumentos del Estado de Derecho y del Bienestar, de la democracia representativa, y de la convivencia solidaria y cívica. No el deseo de destruir el sistema sino de rehabilitarlo. Y en eso creo que coincide la gente del 15-M con otra mucha gente, yo diría que con la mayoría de los ciudadanos de este país que sienten que nuestra vida política y nuestra democracia (de una manera general y con los matices necesarios, las democracias occidentales) han alcanzado, como aviones que corren por una pista de despegue, el punto de no retorno, es decir, que o se elevan o se destrozan. Creo que elevación es la palabra o la consigna. Una elevación, rehabilitación, recuperación de valores fundamentales -seguramente su enunciado fundacional de liberté, égalité, fraternité siga siendo el más expresivo- que permitan a la ciudadanía refundar la confianza en la cosa pública, esto es, en un proyecto común.
No resulta difícil suscribir, de hecho muchísima gente no ha dejado nunca de suscribirlo, que el ejercicio de la actividad política debe ser más que transparente; que resulta inaceptable la brecha (de ingresos, privilegios, expectativas de vida) abierta en nuestras sociedades entre las élites y los ciudadanos de a pie; que hay que perseguir la corrupción sin distingos ni tregua; que el derecho a una vivienda y a un empleo debe asumirse desde lo público como fundamental y prioritario, que la política debe reconocerlos y reconocerse para ello la capacidad y la responsabilidad de actuar sobre el mercado (la crisis en la que todavía nos hundimos deriva sin duda de la rendición hace ya varios decenios de lo político frente a lo económico); que los servicios públicos deben ser de calidad, que la educación y la sanidad deben marcar el ritmo, el latido del gasto público; que la Administración necesita ser redimensionada; y el sistema financiero regulado y tasado; y la democracia representativa repensada en terrenos nuevos, novedosos, de participación ciudadana.
Entiendo que en esto se resume el espíritu del 15-M, un espíritu insisto que alcanza no sólo a los concentrados en las plazas españolas, sino al sentir mayoritario de nuestra sociedad. Un espíritu que no es antisistema sino al contrario, que confía en el sistema tal y como se enunciaba cuando la política no se había olvidado de sí misma, cuando se hacía fuerte en los valores de la socialdemocracia, cuando no había perdido su alma en el desalmado mundo de los mercados financieros; cuando se apoyaba en el criterio de los ciudadanos, entre otras poderosas razones, porque contribuía a formarlo.
Artículo aparecido en El País.
'Radio París' (27 de mayo)
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- Escrito por Francisco Javier Irazoki
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Si la pereza fuese una disciplina olímpica, Francia debería invadir algún país para almacenar las medallas ganadas por los carteros parisinos. Los sucesores de aquellos personajes de Jacques Tati ríen en las terrazas y, levantando los vasos de cerveza, saludan con simpatía a sus víctimas. Las cartas que más sufren son las selladas como urgentes. Pueden tardar una semana en salir de un local que imagino perfecto para los juegos de naipes, los alcoholes fríos, el humo de tabaco y el tango lascivo. Lo inquietante es que esta desidia se haya contagiado a los críticos de literatura francesa. Fallecido Julien Gracq, al que consideraban el último jinete de la excelencia, han inaugurado un desierto artístico. Dada su tristeza, los analistas ni siquiera abren un garito para el jolgorio. En vez de champán, la abulia lacrimosa. Al mismo tiempo, lejos de tantas publicidades y decepciones, bastantes poetas escriben con calidad silenciosa. Son conocidos por un centenar de cofrades. Apunto varios ejemplos: el dramaturgo Valère Novarina; el imprevisible Philippe Beck; el refinado Alain Le Beuze; Jean-Paul Michel, que deslumbró a Roland Barthes y a Michel Foucault; el profundo Yves Bichet; el sugestivo Paul Le Jéloux; Yves Charnet, que renueva la desesperación de Rimbaud. No importa, los críticos se niegan a corregir la molicie y bostezan desde sus columnas. Esperan que el cartero, camarada de la lentitud, les traiga por fin las obras maestras del heredero de Albert Camus.
Aparecido en El Cultural.
'Quijotes para Manhattan'
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- Escrito por Luisa Etxenike
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En una conmovedora escena de la novela El camarada de Cesare Pavese, Pablo, el joven protagonista, que acaba de comprender que está perdidamente enamorado de Linda, camina de noche por las calles de Turín. En un momento determinado se cruza con unas prostitutas. Lo que siente entonces es empatía, cercanía con el sufrimiento que intuye en ellas. "Sufría por ellas; paseaban entre la nieve y el puntito rojo del cigarrillo ocultaba la cara". Pero siente además, o sobre todo, la necesidad de dedicar a esas mujeres una mirada que lejos de rebajarlas las dignifique, que no disminuya, sino al contrario, aumente su consideración por ellas. Y entonces piensa que esas chicas también habrán sido alguna vez "las Linda de alguien". Pablo les atribuye así el estatuto más elevado, más digno, más respetuoso que en ese momento -cuando él mismo acaba de descubrir el amor- puede imaginar: el de mujer amada.
Colocarse del lado del más débil y negarse a dirigir sobre lo femenino una mirada que lo desprecie y lo degrade es una fórmula del quijotismo que tiendo a identificar con el civismo mismo. Un civismo maltrecho o directamente derrumbado en estos tiempos que corren o en estos mundos por los que corremos, y a los que poco les repugna colocarse por sistema del lado del más fuerte, y menos aún convivir con imágenes despreciativas y degradadoras de las mujeres y de la condición femenina. Tan poco les repugna que lo hacen a diario: basta con asomarse a infinidad de ventanas (¿o habría que llamarlas celdas?) en la red, a los argumentos de innumerables productos de ocio y entretenimiento, o a los anuncios de contactos. He recordado la mirada del Pablo de Pavese en estos días en que la actualidad mediática se concentra en el caso Strauss-Kahn -el hecho de que un solo hombre, por muy altas que sean sus funciones, merezca tanta atención, tantos discursos, tantas reivindicaciones, mientras al ciudadano de a pie el bienestar y el estatuto se le encogen fuera de foco; esa hiperdedicación a un solo hombre expresa más que crudamente la insoportable verticalidad que hoy distingue a los unos de los otros del mundo-, he recordado la actitud de Pablo posiblemente porque la echo de menos. Echo de menos más quijotes que en/desde/para Manhattan miren con empatía a las mujeres que cada día son maltratadas, acosadas, humilladas, violentadas por el sexismo. Que se pongan del lado de las víctimas -millones cada día- de violaciones y agresiones sexuales. Que coloquen la consideración por sus sentimientos entre los deberes prioritarios del civismo y la democracia. Quijotes que se nieguen a convivir con imágenes, mensajes, silencios, tradiciones explícitas o implícitas que degraden la condición femenina, que reduzcan a las mujeres al estatuto de objetos de uso y disfrute. Que se opongan a quienes los promueven o aprovechan. Que estén dispuestos, en definitiva, a luchar contra los gigantes de esa colosal, planetaria, indignidad.
Artículo aparecido en El País en su edición para el País Vasco.
Cuadernos Oxford (mayo)
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- Escrito por Pedro Tellería
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La teoría y la práctica narrativas se han preocupado siempre por las relaciones entre ficción y biografía. En la frontera que separa ambas nociones se desarrollan géneros como el diario ficcionado, las memorias o el ensayo. Exhibicionismos aparte, estas formas han servido de acicate para meditar sobre la propia realidad del hombre y el modo en que cada persona decanta sus propios recuerdos en una especie de fondo privado que construye su propia identidad.
Quien tenga interés por reflexionar sobre estas cuestiones puede leer Montauk, la novela que Max Frisch (1911-1991) publicó en 1975, y que en 2006 lanzó Laetoli. Su subtítulo (“Un narración”) ponía sobre aviso al lector de las premisas del creador suizo. Montauk carece de trama como tal. Un veterano artista europeo pasa un fin de semana con su joven amante Lynn en Montauk, un lugar remoto situado a unas cien millas de Manhattan. Conforme el tiempo transcurre, la compañía de Lynn trae a la memoria instantes de la vida del narrador que refrescan su pasado y, en especial, su relación con las diversas mujeres que ha conocido.
Montauk –cuyo epígrafe, no en vano, es una cita de Montaigne– tiene mucho de obra crepuscular, y bastante de ambiguo ajuste de cuentas. Ningún autor (nadie) es inocente cuando habla de su vida. Por eso hay que relativizar que las mujeres de Frisch, en general, no salgan bien paradas en este libro –y en ello se llevaba la palma la escritora austriaca Ingeborg Bachmann, que mantuvo con Frisch una tormentosa relación–. ¿Dónde termina la vida de un autor y empieza su ficción como artista? ¿Son posibles alternativas saludables a los recuerdos puros y a la pura imaginación? ¿Y son necesarios?
Artículo aparecido en la Revista Luke del mes de mayo.