Colaboraciones en prensa

Visitó hace unos años Euskadi, invitada por el Encuentro de Escritoras de San Sebastián, la autora bosnia Hanifa Kapidzic-Osmanagic. Ella nos contó, entre otras cosas significativas y emocionantes, cómo un grupo de escritores, desafiando las bombas que en ese momento llovían sobre Sarajevo, se reunió para fundar la sección bosnia del Pen Club Internacional. Que alguien salga de su casa en pleno bombardeo, es decir, arriesgue su vida para crear una asociación cultural, habla del valor que esa persona le otorga a la Cultura y de la responsabilidad que se reconoce en ella. Y nos recuerda que de lo que la Cultura trata es de asuntos tan capitales como la libertad humana. Porque creo que "apuntarse a un bombardeo" en el sentido más dramáticamente literal, es sentirse y manifestarse libre, esto es, capaz de oponerse a quienes quieren mantenernos encerrados en casa, confinados en la angustia y el miedo.

En Euskadi tenemos también, lamentablemente, la experiencia de las bombas; y la experiencia, desde luego, de quienes han querido durante decenios mantenernos encerrados en el temor y la inacción. Por eso entre nosotros algunas palabras, como por ejemplo Cultura, tienen o merecen tener un sentido más hondo, más vivo y más urgente. Y creo que ésa es la razón fundamental por la que San Sebastián ha sido elegida para ser la Capital Cultural Europea en 2016. El jurado ha debido de comprender la hondura simbólica que supone el que la representación cultural de nuestro país en Europa se haga desde Euskadi. Y ha debido de entender también la responsabilidad que San Sebastián asume y se reconoce al darle a su proyecto-concepto de Cultura el valor de instrumento para la convivencia.

Escribió Walter Benjamin que en un buen relato siempre encontramos algo que nos sirve para la vida. Creo que pasa lo mismo con los buenos proyectos culturales, que siempre contienen algo que nos puede ayudar a vivir mejor, más creativa, lúcida, felizmente. Las propuestas del resto de las ciudades candidatas son sin duda importantes (y ojalá el proyecto donostiarra sepa hacerlas convivir con el suyo) pero hay que reconocer que la candidatura de San Sebastián presentaba un valor añadido. Un plus de "peligrosidad", determinado por su experiencia de decenios de violencia; y otro, por ello, de ambición cultural, en el sentido de confianza en la capacidad de la Cultura para darle a esa tragedia un vuelco democrático.

Todas las candidaturas son valiosas; pero en la de San Sebastián están más cosas en juego. Su proyecto de capitalidad cultural aparece por ello más vibrante, más osado. Se presenta como dispuesto a encarar la dura experiencia de más de treinta años de erosión cívica y de violencia; con la crudeza de sus huellas y la exigencia de su memoria. Dispuesto a atravesar esa extensión inhóspita -como los escritores de Sarajevo cruzaban las calles en pleno bombardeo- para fundar del otro lado su réplica de convivencia.

Artículo aparecido el 18 de julio en El País.

El asunto ha desencadenado, en Bilbao, un conflicto áspero y ruidoso. Y para que nadie diga que me meto donde no me llaman, empecé a reflexionar el otro día no ya sobre lo que opinan o dejan de opinar los que no quieren tener una mezquita debajo de su casa, sino sobre lo que opinaría yo si vinieran a ponerme una debajo de la mía. Y como no tengo ningún derecho a prejuzgar la vida de otras personas, ni siquiera a juzgarla, en tanto no cometan infracciones, entiendo que no existen argumentos para prohibir una práctica pacífica y privada, por mucho que me disgusten las chilabas.

Lo que sí sé es cómo se vive a unos doscientos metros de un campo de fútbol, al pie de una popular zona de tabernas. Cada vez que hay partido aquello se pone irrespirable. No digamos si gana el equipo local. Entonces la gente bebe aún más alcohol del que bebe cuando pierde y, según se sabe, todo lo que se bebe se debe desaguar. Recuerdo el infausto día en que el equipo en cuestión jugó un partido precisamente la misma noche de Reyes. La coincidencia de ambos eventos compuso, en la zona en que vivo, la Tormenta Perfecta.

Eran de ver las largas hileras de muchachos orinando impetuosamente en la bajada de un garaje, o las chicas que configuraban hileras no menos largas entre los huecos de los coches, se bajaban el tanga, se subían la falda y dejaban unos largos, caudalosos, prácticamente oceánicos, surtidores de orín sobre el asfalto. No debió de pasar mucho tiempo cuando empezaron las vomitonas. Y en este campo hay que reconocer que las políticas de igualdad han liquidado los otrora repugnantes privilegios masculinos. Ahora las chicas vomitan en mi acera que da gusto, de modo que unos y otras infestan la vía pública con su orín oxidante, mientras que unas y otros regurgitan, doblado el espinazo, hasta la primera papilla: las meadas, las vomitonas, y seguramente también las menstruaciones, configuran un tósigo infernal que, bien es cierto, las madrugadoras brigadillas de Azkuna eliminan de las calles antes de que las primeras ancianas salgan a misa de nueve.

No estoy seguro de que una mezquita pueda hacer del mío un barrio degradado, pero apuesto el brazo izquierdo a que no puede ser peor que tener a doscientos metros de distancia un campo de fútbol. La gente rechaza la apertura de un nuevo centro de oración monoteísta, pero tendrían que ver cómo se vive cuando acuden a beber bajo tu casa una multitud de chavales agnósticos, ateos, y supongo que todavía algún cristiano, cuando el equipo de sus amores afronta el enésimo, trascendental, insignificante, decisivo y prescindible partido del siglo o de la semana. Cuando hay fútbol, en mi calle se celebra una auténtica naumaquia de vómito y de alcohol. Y en esos momentos recuerdo, con vaga melancolía, que los musulmanes son abstemios.

Artículo aparecido el 16 de julio en El País.

Con motivo de la celebración, el pasado 18 de junio, del Día E, la fiesta del español, el Instituto Cervantes organizó una votación para determinar cuál era su palabra más bonita. La mayoría de los más de 30.000 participantes se decantó por Querétaro, un vocablo sonoro, hay que reconocerlo, pero cuyo sentido -sabemos ahora que se trata del nombre de una ciudad mexicana- prácticamente todo el mundo desconocía. Que la representación de la belleza de una lengua recaiga en una palabra que la gente no sabe lo que quiere decir, tiene en mi opinión el valor de un síntoma o de un signo que no merecen descuidarse. O que merecen interpretarse desde más de un ángulo.

Tomándose las cosas a la tremenda, podría entenderse que esta elección "a ciegas" es la metáfora triste pero certera de la pérdida de competencia lingüística que se observa desde hace tiempo en la sociedad, sobre todo entre las generaciones más jóvenes. Y que es natural que pueda triunfar una palabra desconocida, porque el "sin sentido" lingüístico se ha vuelto una práctica corriente, porque nos estamos acostumbrando a que muchas palabras dejen de pertenecernos, a que desaparezcan de nuestras vidas, de nuestra capacidad de pensamiento, comunicación, expresión íntima y social. El triunfo de Querétaro sería, entonces, como una fotografía en tiempo real de la desertización que avanza sobre el terreno del lenguaje, agrietándolo.

Pero hay desde luego otras posibilidades interpretativas, desde las que el asunto puede tomarse con más optimismo y alegría. Como se lo han tomado, a juzgar por sus intervenciones públicas, los organizadores del concurso. Cabe pensar que han visto en la victoria de esta palabra misteriosa la señal no de una muerte sino de una vida para nuestra lengua. El ejemplo perfecto de una ganancia, de una incorporación. Y es verdad que antes (casi) nadie sabía lo que significaba Querétaro y ahora sabemos incluso que en esa ciudad mexicana la selección española de fútbol ganó hace años un partido de Mundial, y además por goleada.

Yo participo un poco de los dos sentimientos. Veo luces en la elección de Querétaro: la sabemos ahora y antes la ignorábamos; aprecio también su condición mestiza, en ella resuenan otras lenguas, es decir, esa maravillosa facilidad de los idiomas para juntarse y procrearse, y que quieren hacernos olvidar o despreciar los constructores de murallas lingüísticas, los especialistas de la segregación verbal, que tanto y de tan primera mano conocemos, por ejemplo, en Euskadi. Veo las luces de esa elección, pero también muchas sombras. No puede dejar de inquietarme el hecho de que triunfe lo que no se entiende. O de que gane precisamente la palabra que la gente menos puede comprender. No creo que la noticia de ese "sin sentido" deba recibirse alegremente. La alegría no debería nunca aplicarse al hecho de que las sociedades ignoren; sólo a que sepan al detalle, al dedillo, a conciencia lo que dicen y se les dice.

Artículo aparecido en la edición vasca de El País.

Se acaba de aprobar en el Congreso, y por unanimidad, la Ley de Seguridad Alimentaria y Nutrición que impide que determinados productos, cargados de grasas saturadas, sal o azúcares, se vendan en centros escolares. Esta ley responde a la necesidad urgente de frenar el sobrepeso y la obesidad infantiles que están alcanzando en nuestro país proporciones de epidemia (casi uno de cada cuatro niños las padece) con las nefastas consecuencias que ello implica no sólo en términos de gasto social -ningún sistema de salud puede permitirse semejante oleada de pacientes crónicos desde la más tierna infancia-, sino y sobre todo en términos de felicidad social. Ninguna sociedad digna de ese nombre puede aceptar "producir" en su seno niños para los que el cuerpo se vuelve en el sentido más literal un fardo, y una fuente de preocupación y sufrimiento. Los adultos sabemos de sobra lo que significa avanzar hacia el envejecimiento y sus dolencias; produce por ello horror y escándalo imaginar que los más pequeños puedan llegar allí antes de la hora, sin haber disfrutado largamente de esa maravillosa indiferencia o irrelevancia de los límites físicos que supone la juventud, y que la escritora argentina Marta Lynch resumía así de bien: "Magnífico cuerpo animal que funciona okey".

Y diría que ninguna cultura, digna de ese estatuto, debería permitirse cegueras y contradicciones intergeneracionales como la que consiste en sofisticar por arriba, para los adultos, la sensibilidad gastronómica -vivimos en un país iluminado de estrellas Michelin, por ejemplo, o donde proliferan las tiendas de delicatessen, las escuelas del gusto, los productos de autor-, sofisticar y refinar por arriba la sensibilidad gastronómica, mientras por abajo, los niños se vuelven adictos, esclavos de la comida basura. Es decir, mientras se les cierran las puertas para disfrutar en su momento de aquello que en la sociedad en la que viven es fuente de placer, de debate cultural, de atractivo turístico, de riqueza. Tenemos en este momento a los jóvenes en la calle porque sienten que se ha abierto entre ellos y los adultos un foso. No enseñar a los niños a comer es otra forma de añadirle a esa brecha metros de ancho y de hondo.

Bienvenida entonces esta ley. Y también, en una línea entiendo que parecida, la decisión de la Academia de Cine de impedir que los menores de 16 años opten a los premios Goya. Creo que evitar que actores y actrices entren desde niños en competición es una manera de defender su "salud", de permitirles que gocen de ese alimento puro, de esa pura delicia que consiste en hacer las cosas porque sí, por afición, por pasión, por amor al (en este caso séptimo) arte. En una hermosa canción de las que un día se llamaron, estimulantemente, de protesta Mercedes Sosa decía: "Es honra de los hombres proteger lo que crece". Estoy convencida; y creo que la Academia de Cine se honra y se prestigia con esta decisión.

Artículo aparecido en la edición vasca de El País.

Donostia Sí. Porque Donostia no sólo mira al mar, mira también a su ciudadanía y la hace partícipe de un proyecto de convivencia en que la Cultura es el hilo conductor. San Sebastián Bai. Porque la ciudad no se repliega sobre sí misma, sino que se expande como las olas de nuestro Cantábrico. Porque no se ha tratado de ofertar actos culturales prefabricados sino de generar Arte a partir de la imaginación cívica. Porque la europeidad y la pluralidad de San Sebastián no son solamente una quincena festiva sino un sentimiento, que se cultiva día a día. Porque el 20 de enero de 2016 niñas y niños de toda Europa redoblarán sus tambores llamando la atención de la actual generación, que en el viejo continente debe procurarles un futuro de esperanza y justicia. Porque las/os donostiarras llevamos mucho tiempo haciendo de la innovación y la interconexión nuestra bandera, incluso lejos de nuestra tierra o, si acaso, más cuando vivimos fuera de nuestra querida ciudad. Porque transformar la sociedad desde la Cultura significa poner en valor a las personas, a todas, y no sólo a las que detentan el poder económico o político. Porque si últimamente la calle ha sido tomada por la indignación, ahora lo va a ser por el compromiso con la verdad, la reconciliación y el conocimiento. Porque las aportaciones importan y el propiciar encuentros, donde se entrelacen disciplinas diversas y, éstas converjan, es apostar por la imaginación y no por la imposición. Porque nos interesa una Cultura de la Sostenibilidad y no de la vacuidad. Porque vi nacer la Poesía en el Peine de los Vientos, la Pintura en San Telmo, la Gastronomía en Fermín Calbetón, el Cine en el Rompeolas, la Escultura en Ondarreta, la Danza en el Boulevard, el Teatro en el Bellas Artes, la Música en la Plaza de la Trinidad…etc. Porque San Sebastián está preparada para dar vida y construirá las emociones del futuro. Porque Donostia se ha atrevido a soñar. Porque mira fijamente los ojos de la Paz. Porque enamora: San Sebastián-Donostia 2016 Capital Europea de la Cultura de la Convivencia.

Artículo para el diario Noticias de Navarra.