Hace ya muchos años que agonizó la última bombilla. Por fin entendimos lo que nos decía la inmobiliaria que nos vendió el piso cuando hablaba de "piso soleado". Hemos descubierto que, cuando se pone el sol, las velas nos mantienen más unidos. Hablamos más, empezamos a conocernos.
El perro aún no entiende cómo le dedicamos tanto tiempo, pero se muestra encantado.
Hemos desterrado los murmullos obligados y fugaces entre vecinos en el ascensor (que ya no funciona) y ahora charlamos más. Incluso surgen tertulias de forma espontánea en el portal, donde siempre hay sillas preparadas para supervisar el paso del tiempo.
Con la crisis murieron muchas cosas que creíamos necesarias y que resultaron finalmente odiosas: auriculares, móviles, televisiones, coches, agendas, tarjetas de crédito, videoconsolas... Las prisas, el stress, el bono alemán, la prima de riesgo, la intención de voto, la hipoteca, los programas del corazón, los politonos, los bips...
Todo lo que precisaba de pilas, luz, gas...todo eso ha muerto. Sólo quedan los despertadores tradicionales y las calculadoras solares. Y se oxidan día a día.
Las industrias desaparecieron y fueron reemplazadas por artesanos. No hay transgénicos ni fechas de caducidad, ni garantías, ni imitaciones. Todo es genuino, sencillo y hecho a conciencia.
Ya no nos preocupamos de encontrar aparcamiento; y nos permitimos pasar al lado de un parquímetro, sonriendo maliciosamente. El dinero no existe, y con él se fueron los bancos y los políticos. El clero menguó hasta quedar en una magra parte vocacional.
Intercambiamos bienes y servicios y no usamos decimales.
La justicia la imparte el pueblo y todo el mundo la entiende sin necesidad de escribir leyes.
Los tomates empiezan a saber a tomate y no recordamos lo que era el ...colesterol?? Al parecer, el bífidus y el omega 3 no eran tan imprescindibles.
De todo aquello que se conocía como multimedia sólo nos quedan los libros y están debidamente ordenados en las plazas públicas para que los jóvenes, - ahora que han salido de sus universos particulares, nos miran cuando les hablamos y no están centrados en la pantalla de su móvil-, los lean y no repitan nuestros mismos errores.
Al final, tampoco fue para tanto.