Otros

Existen dos tipos de personajes que, habitualmente, irrumpen en escena por una puerta lateral: los artistas y los poderosos.

Tienen una sola cosa en común: se aseguran de que haya abundante audiencia esperando su aparición, y retrasan un tanto su entrada para crear expectación.

Muchas son, sin embargo, las diferencias entre ambos:

Los artistas, por lo general, nos proporcionan entretenimiento, evasión, expectación. Despiertan nuestra ilusión.

Los poderosos, sin embargo, nos provocan incertidumbre, miedo, prudencia o, en todo caso, esperanza; siempre que calcemos calaña del mismo número.

Generalmente visten de forma impecable, lucen sonrisa enlatada, cuidándose de ocultar el goteo de sus colmillos. Se dirigen a uno con fuerte determinación, disponen de asesor de imagen y de un ejército de abogados.

Conviene desconfiar de quienes aparecen por una puerta lateral que no se encuentre en un cine o teatro.

Sólo las persona nobles y con buenas intenciones  entran por la puerta principal, de cara.

Unicamente las personas con intereses oscuros e intenciones abyectas surgen por nuestros flancos, como lo haría un depredador.

Y tarde o temprano acaban saliendo por la puerta trasera, sin aplausos, con abucheos, y a menudo esposados.

El Maestro explica al alumno en qué consiste la muerte:

—La muerte no es más que una disociación irreversible de cuerpo y alma. No hay que temerla. Es parte de la vida, y como tal hay que aceptarla.

—¿Duele la muerte, Maestro?

—Depende del tipo de muerte. Cuando el alma abandona el cuerpo, puede hacerlo bajo distintas circunstancias:

»Si el cuerpo sólo presenta una pequeña rendija, entonces el alma fluye a través de ella con dificultad, está enredada y no puede liberarse. Llamamos agónica a esta muerte. Puede ser lenta y dolorosa.

»Si, por el contrario, el cuerpo no opone ninguna resistencia a la fuga del alma, queda relajado. Lo llamamos muerte dulce.

»Puede producirse también por accidente. Entonces, el alma escapa de forma repentina, abrupta, espontánea; como arrojada del cuerpo por la inercia. El intenso dolor no llega a percibirse apenas, ya que dura milésimas de segundo. Muerte accidental.

»En ocasiones, el alma está debilitada, enferma, atormentada. No tiene fuerzas para escapar. Le pasa a quien sufre un trauma terrible e irreparable como la pérdida de un hijo. Se conoce como muerte en vida.

»Habrás oído hablar también de la muerte clínica. Se produce cuando el cuerpo está mantenido de forma artificial, por un hilo de vida y el alma está sujeta a él como si se tratara de un globo con gas. El qué hacer con ese hilo es objeto de intensos debates.

»Otras veces es el alma quien provoca la muerte, impulsada por un dolor físico o espiritual que no puede soportar. Se llama suicidio.

»Por último, tenemos el caso en que alguien se antepone a la muerte de otro ser y ofrece la suya a cambio, o da a luz una vida nueva y deja la propia en el empeño. Más que morir consiste en dar la vida.

El alumno se queda pensativo durante unos instantes.

—¿Qué pasa con el alma en ese caso?

—El alma pasa a la persona a la que se ha protegido o dado la vida. Vive en él para siempre y es deber del receptor cuidar de ella con tanta determinación como le fue entregada.

Nacido en Sursee, el suizo Hans Küng (1928) es uno de los teólogos más leídos y controvertidos de nuestro tiempo. Formado en Roma y París, ha sido profesor en Tubinga y sufrió en 1979 la retirada de su licencia eclesiástica para enseñar. Autor de monumentales estudios sobre las grandes religiones, de propuestas sobre ética mundial y de unas polémicas memorias, actualmente está retirado pero en activo, como lo demuestra Lo que yo creo, obra publicada hace dos años y que Trotta ofrece traducida en 2011.

Aunque sólo sea por curiosidad, merece la pena acercarse al pensamiento de este católico que defiende su fe ilustrada ante un mundo occidental desacralizado y, también, ante posturas oficiales o no que considera criticables. El libro, como avisa, adquiere mayores densidad y altura conceptuales conforme avanza, pero resulta interesantísimo como introducción a las creeencias del suizo y a conceptos elementales de la teología católica y de la historia de las religiones. El diálogo entre fe y ciencia, el choque entre religión e ideología, la oración, el consumismo, el estimulante diálogo interreligioso, la pregunta por el sentido del sufrimiento humano, el amor al otro y en especial al débil como mensaje evangélico crucial y, en definitiva, el lugar de una fe no sólo teórica –sino sobre todo implicada en la resolución de los problemas globales de la actualdad– en una humanidad occidental racionalista e individualista son temas expuestos con sencillez y valentía.

"Yo me cuento entre esas personas a las que –merced a una relación en modo alguno exenta de problemas, pero sí intacta, con la madre, el padre y otras personas de referencia– les ha sido dada una firme confianza en la vida". Küng confiesa a renglón seguido que su existencia no ha estado exenta de problemas, pero que esa confianza resulta fundamental para afrontar la vida en todos sus planos. Así, casi al final del libro proclama: "En el trascendental cambio de paradigma que estamos viviendo y que afecta al mundo, a la política, a la economía y a las culturas, necesitamos con urgencia una 'visión' que intente atisbar el contorno de un mundo más pacífico, más justo, más humano". Küng sugiere algunos caminos, como la propuesta de la Fundación para la Ética Mundial, de la que es presidente desde 1995. Pero sobre todo, defiende la función beneficiosa para el ser humano de una fe ilustrada y reflexiva que devuelva el extraviado sentido de la trascendencia, y pone el dedo en la llaga de las encrucijadas que debemos afrontar todos, Humanidad entera, en este siglo XXI

Aparecido en Espacio Luke del mes de septiembre.

Artículo aparecido en la web La nave de los locos.

Un mes en Nueva York da para muchos placeres. Urbe con más de cuatro mil rascacielos, el primero de sus goces viene de una inteligencia vertical. De una rara ligereza que junta edificios gigantescos y no nos impide ver el horizonte.

En cuanto empiezo a callejear por Nueva York, aguzo el oído. Es verano y la alcaldía ha organizado conciertos gratuitos. Son casi siempre actuaciones al aire libre. Sesiones calientes de jazz, soul y rhythm and blues. Por ejemplo, en un modesto parque del Bronx, a escasa distancia de tantos deterioros urbanísticos, personas septuagenarias y hasta octogenarias se mueven al ritmo de la música tocada en directo. Bailan con una alegría que embellece los cuerpos cansados. Aquí recuerdo la frase en que Octavio Paz se refiere a la poca gracia física de los ancianos europeos, sumisos ante esa esclavitud que imponen los miedos a la propia imagen y el recato obligatorio.

Dividida en cinco distritos (Brooklyn, Queens, Manhattan, el Bronx y Staten Island), la ciudad sigue reuniendo los principales alicientes en Manhattan. De las pasiones financieras a la bohemia artística, con descansos en los 93 kilómetros de senderos de Central Park, cualquier empeño encuentra su espacio en Madison Square Garden, en las evocaciones literarias de Greenwich Village, en las fachadas góticas de las residencias próximas a Gramercy Park, en el mirador de Empire State, en las bulliciosas Tercera y Quinta Avenidas, en los mercados de Chinatown y otros tumultos.

Siguiendo el hilo musical, los amantes del jazz acuden al local Blue Note, situado cerca de la Sexta Avenida. Allí están, rodeados de comensales japoneses, David Villanueva, director de la editorial Demipage, y su familia. Villanueva, músico que en la actualidad registra su primer disco en solitario, elogia la destreza del contrabajista Gerald L. Cannon. Pero la mayoría del público ha venido a escuchar al pianista McCoy Tyner, que durante cuatro años complementó con su serenidad el talento libertario de John Coltrane. Tyner no sabe decepcionar. Hoy dirige a Ravi Coltrane, hijo risueño de su antiguo patrón, y a Gary Bartz, cuyas improvisaciones breves son los mejores regalos de la noche. ..

Hay también una música que no se encierra en los clubes. En cualquier calle de Nueva York, la variedad sonora de los idiomas. Alrededor del 40 % de sus habitantes es de origen extranjero, con gran número de dominicanos, chinos, pakistaníes, jamaicanos y más judíos que en Tel Aviv. Un Babel tranquilo de 192 lenguas. Al visitante hispano lo protegen acentos de toda Latinoamérica.

Tampoco faltan museos de calidad. Sobresalen el de Historia Natural, el Metropolitan y la Frick Collection. En el Whitney, el MoMA y el Solomon R. Guggenhein, igualmente interesantes, desentonan las exposiciones recientes. Frente a un público escéptico, el autismo glorioso (subvencionado) del arte contemporáneo. ..

Los turistas fotografían la Estatua de la Libertad. Creada en el siglo XIX por el escultor Frédéric-Auguste Bartholdi, fue un regalo de Francia a EE.UU. Sin que me parezca especialmente bella, la miro recordando un detalle personal. La estructura con armazón interior de hierro y láminas de cobre y la llama bañada en oro de su antorcha fueron fabricadas en el patio de mi vivienda de París. Tiene adherida a su base una placa de bronce con el poema de Emma Lazarus: “Dadme a los hastiados, a los pobres, a las muchedumbres que ansían respirar la libertad”.

Naturalmente, ninguna cultura, por poderosa que sea, carece de debilidades. La gastronomía popular de Nueva York es menos refinada que la de Francia o España. Puede entristecernos la estampa del neoyorquino que, en su pausa laboral, se detiene entre los arbustos de un pequeño jardín y consume la comida extraída del envoltorio de plástico. No sentarse a la mesa parece una manera de prolongar la tensión del trabajo. El dirigente de atuendo impecable pierde así su elegancia. Como si tuviera el traje manchado por la prisa. ..

Para despedirse es aconsejable recorrer el High Line Park. Lo construyeron recientemente en Manhattan sobre las vías de los desaparecidos trenes de mercancías. Se le notan las ideas copiadas de la Promenade Plantée de París, pero con menos ingenio floral y vistas más espectaculares.

A veces hay que dejar de leer y sentarse un rato a escuchar música. Olvidar el libro sobre el atril, el cuaderno sobre la mesa, y bajar las escaleras despacio. Avivar el fuego de la chimenea, mirar por la ventana y dejar que una voz nos envuelva. Esta temporada ando feliz escuchando Back to the 40's [escuchar en Spotify], el disco que Yoio Cuesta grabó hace casi dos años y que Errabal publicó hace unos meses. Son standars de los años cuarenta interpretados con gusto exquisito. Me gusta la voz rugosa y sensual de Yoio, la delicada batería de Dani García, la guitarra comedida de Dan Rochlis y las preciosos arreglos de cuerda, tan vintage, de Iván Valdés.

"Desde el primer momento quisimos recoger el espíritu de las antiguas grabaciones que habíamos escuchado como referencia y fuente de inspiración –algunos standards que había grabado la mítica Ella Fitzgerald durante la década de los cuarenta y que habían supuesto una gran influencia para Yoio–", escribe el productor y arreglista del trabajo, Iván Valdes.

Y lo han conseguido. Canta Yoio y le responde el fuego tostado de una chimenea imaginaria mientras detrás de la ventana corre la primavera por el jardín, entre los rosales, como una dama en la niebla. E imagino una película en blanco y negro, con Manhattan nevando y ropa de abrigo, y dos héroes románticos que viven o malviven en un ciudad que suspira cuando gime un viejo saxofón solitario.

Artículo aparecido en Espacio Luke.