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El escritor Fernando Aramburu aparece en el programa número 64 de la serie Silencio, se lee, que se emitió el sábado pasado en una cadena de televisión de Castilla y León, para hablar, entre otras cosas, de su novela Viaje con Clara por Alemania (Tusquets).

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Reseñas de El vigilante del fiordo y El sueño de los hipopótamos en el suplemento cultural del diario Córdoba, "Cuadernos del Sur".

Cuadernos del Sur

Entrevista a Fernando Aramburu aparecida en el Diario Vasco el pasado nueve de febrero y firmada por Roberto Herrero. La foto es de Usoz:

Fernando Aramburu acaba de publicar 'Años lentos' (Editorial Tusquets). Una novela que transcurre en San Sebastián a finales de los años sesenta. El escritor donostiarra sitúa en su barrio natal de Ibaeta buena parte de las peripecias de una familia humilde, envuelta tanto en sucesos personales como políticos, narrados a través de la mirada curiosa de un niño.

Fernando Aramburu en Diario Vasco-¿Cómo de lentos eran aquellos años en San Sebastián?

-La sensación de lentitud es meramente personal. No descarto la posibilidad de que para otros ciudadanos aquellos años de la dictadura despierten una sensación distinta. Yo los veo en el recuerdo como una época de paralización y marasmo, con un régimen totalitario hostil a los cambios, con primeras planas de los periódicos dedicadas a inauguraciones y mandangas por el estilo. Las innovaciones de todo tipo, también las culturales, llegaban tarde, censuradas y con cuentagotas. Pienso, a modo de símbolo caracterizador, en la mano decrépita de Franco, ya muy metido en años, saludando débilmente desde algún balcón.

-¿Una novela que transcurre en el tiempo y lugar de su infancia es un diálogo con o contra la nostalgia?

-Hay sin duda en mi novela una tentativa de recuperación de una etapa personal definitivamente abolida. Eso sí punza en el corazoncito: saber que uno fue un niño, un cuerpo libre de desgaste, sano y vivaz, con una considerable provisión de futuro, y que algo tan bonito se terminó para siempre. Dejando a un lado dicha pérdida irreparable, no me aprieta la nostalgia por el tiempo o el lugar. No es especialmente divertido nacer en una dictadura y en un país bastante retrasado en aspectos económicos, pedagógicos, culturales y demás.

-Es una historia triste, en la que casi todos los personajes son unos pobres diablos.

-Yo no sé sacarles partido literario a los héroes. Me adapto mejor a los personajes populares o de origen humilde obligados a luchar por el sustento y el logro de objetivos elementales.

-Usted es también personaje central. Cuénteme la particular forma de escribir este libro.

-Es muy sencillo. La novela alterna dos discursos distintos que son preparatorios para una futura novela. Un informante me proporciona un material sacado directamente de los recuerdos de su estancia, siendo niño, en casa de unos tíos suyos afincados en el barrio de Ibaeta. Entre los distintos tramos de su memoria intercalo apuntes de mi puño y letra sobre asuntos que no figuran en el texto principal. De esta manera se llenan huecos en la historia del informante con comentarios, descripciones, añadidos informativos y otras cosillas, pero sobre todo se establece un juego dialéctico entre la realidad y la ficción.

-El tema de la violencia será destacado en los comentarios ya que uno de sus protagonistas es un joven tan idealista como ignorante que se adentra en ETA. Sin embargo, el libro va mucho más allá. Es un retrato de un barrio pobre de San Sebastián, muy alejado del glamour donostiarra. Parece una historia rural.

-Mi novela no trata de ETA, pero yo ya estoy resignado a que los periódicos me simplifiquen, me citen imprecisamente y me atribuyan lo que no he dicho. Esa batalla por la exactitud la doy por perdida. 'Años lentos' es, efectivamente, otra cosa. Reúne episodios referidos a una familia modesta de cuatro miembros. Dichos episodios se sitúan en un barrio de las afueras de San Sebastián, en un tramo temporal que va de 1968 a 1971. Y entre los numerosos episodios se encuentran, sí, unos cuantos que hacen referencia a los primeros giros de lo que no tardaría en convertirse en el torbellino terrorista que todos conocemos.

-¿Es junto a 'Fuegos con limón', su novela más autobiográfica?

-En ambos casos abrí el cajón de mi memoria personal y saqué todo lo que me pareció aprovechable, que no fue poco. No lo hice para contar mi propia vida, por lo que me resisto a aceptar que los dos libros mencionados sean autobiográficos. Esto es como el conejo en la chistera del mago. Si no se esconde primeramente, es imposible llevar a cabo el truco. En literatura pasa lo mismo, pero con vivencias propias en lugar de conejo.

-¿Habrá continuación de 'Años lentos'?

-Sí y no. 'Años lentos' es una pieza narrativa suelta para la que no preveo una continuación con los mismos personajes. Así y todo, si nada se tuerce me gustaría seguir contando historias sobre gente de mi tierra natal, donde han ocurrido tantas cosas desde la fecha de mi nacimiento, algunas tristes y trágicas, otras más risueñas.

-Lleva 27 años en Alemania. Cuando regresa a su casa familiar, ¿qué huellas encuentra del barrio que nos describe en el libro? ¿Qué le parece San Sebastián ahora?

-Mi barrio ha cambiado mucho. En mis tiempos daba directamente al campo. ¡Y qué campo! Colinas, praderas, huertos, arboledas, un riachuelo con anguilas; en fin, una excelente copia del paraíso terrenal. La ciudad se lo ha tragado, conservando el núcleo original de casas en torno al cual se han levantado los feos edificios de Errotaburu. Donde en mi infancia segaba la hierba el casero, con su guadaña, su burro y su capucha de saco, ahora hay que pagar OTA.

-'Años lentos' ganó el VII Premio Tusquets de Novela. ¿Cree que puede levantar sospechas el que usted publique casi todos sus libros en esa misma editorial ?

-El certamen, que ha quedado desierto en dos ocasiones, es rigurosamente limpio. ¿Que alguien abriga suspicacias? Pues es posible. A fin de cuentas, pensar mal forma parte de la naturaleza humana.

Entrevista al escritor donostiarra en El Cultural con motivo de la publicación de su último libro, Años lentos, premio Tusquets de novela.

Gasta Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959) un humor muy vasco, desaforado y tierno a la vez. No luce la melena de los 60, cuando fundó el movimiento vanguardista CLOC y amenazaba con “llover” versos, pero sigue encerrado en la literatura. La bebe, la come, la respira... Y escribe, como ahora, para saldar cuentas con el miedo y la crueldad que acompañaron el nacimiento de ETA, tema central de 'Años lentos', último premio Tusquets, que hoy ve la luz, y del que también se ocupa en estas páginas Ricardo Senabre.

“Ulises de quita y pon”, según él mismo, en realidad da igual que ahora Aramburu se cobije en Hannover: escribiría y viviría igual, con la misma rutina y la misma pasión desesperada por la escritura en su San Sebastián natal, en Madrid o Nueva York. La literatura le envenenó hace demasiado tiempo, y la amistad, claro, esa que le hace engancharse a las redes cada día para seguir a amigos y jóvenes autores a los que aconseja y cuyas dudas soluciona a golpe de ratón.

Hoy en cambio, resuelve las nuestras sobre su última novela, estos Años lentos en los que ha dejado tantos jirones de sí. Jovial y distante, Aramburu confirma que son muchos los recuerdos que le ha prestado a Txiki, el protagonista del libro, porque le tentaba escribir sobre su infancia, aunque le “daba repelús contar que si mi padre esto y mi madre lo otro, que si los vecinos tal y los maestros cual”. Llegó, dice, a confeccionar una lista de posibles episodios, pero se apresuró “a suprimir algunos por demasiado confidenciales. Al mismo tiempo entendí que el esfuerzo no merecería la pena si me implicaba en él a medias. Al final, como de costumbre, recurrí a la ficción, que suele dejarme las manos y la imaginación libres”.

"Entré a saco en mi meoria personal"

-¿Pero tiene mucho de biográfico, no en la anécdota concreta de la familia de Txiki, sino en el ambiente, el miedo y el dolor de lo vasco de aquellos años que vieron nacer a ETA?

-Para empezar, todo lo que en la novela figura como anotaciones mías está directamente sacado de mis impresiones y vivencias. La historia narrada transcurre en el barrio de Ibaeta, de San Sebastián, donde por así decir me crié. El tiempo de la narración es el de mi infancia. Incluso menciono por su nombre a varias personas que existieron. Ni que decir tiene que para escribir este libro entré a saco en mi memoria personal.

-¿Era una historia que llevaba tiempo dentro, deseando escribirla, o se trata quizá de la consecuencia inevitable de libros como Los peces de la amargura, donde recrea el mismo ambiente de miedo y crueldad?

-Tengo el propósito de contar mi país desde una perspectiva personal. Digo contar mi país porque concibo este como un espacio cuajado de historias, muchas de ellas trágicas, como todos sabemos, que están esperando quien las relate. Si nada se tuerce me complacería llevar a cabo mi modesta parte en esa vasta tarea.

-¿Así que este libro podría ser el comienzo de una serie?

-Es posible. Sea como fuere, procuraré que las partituras no repitan las mismas notas: el dolor, el terrorismo, las víctimas, etc. En mi literatura, como en mi país, caben igualmente el humor y la esperanza.

-Al final del libro, el Aramburu personaje que está preparando una novela con las confidencias de Txiki recuerda cómo se encontró en el trolebús con el padre del protagonista, considerado “un mal vasco” por sus antiguos amigos. Ahora le niegan el saludo. Aramburu hizo lo mismo y escribe: “Hoy me gustaría pedirle perdón pero ya no vive. Ya solo por eso debería escribir la novela”. ¿Cree que la sociedad vasca tiene aún silencios que reprocharse?

-Esos silencios se han dado y hasta cierto punto son, no sé si justificables, pero desde luego comprensibles por la acción continua del terror. Yo entiendo que la gente calle, y no por nada, sino porque el silencio, en la situación mencionada, permite seguir respirando. A cambio uno deja de ser libre. No podemos ignorar la suerte que corrieron periodistas, intelectuales, profesores que se opusieron en voz alta al terrorismo. Escoltas, amenazas, paquetes bomba, tiro en la nuca, destierro, etc., fueron su destino. Me quedo con estos y con los que se solidarizaron con ellos frente a los que prosperaron en la sombra, a menudo al amparo de las instituciones, y, sobre todo, frente a aquellos que, con eufemismos o a cara descubierta, defendieron el crimen político.

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