Crítica de 'Años lentos' en El Cultural
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Reseña de Ricardo Senabre aparecida el 3 de febrero en El Cultural.
Vuelve Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959) con una obra mayor. Si en su primera novela, Fuegos con limón (1996), el autor transformaba narrativamente sus años juveniles de rebeldía estética al amparo del grupo vanguardista CLOC, y en su último relato largo, Viaje con Clara por Alemania (2010), rendía cuentas de sus muchos años de vida en el país germano, con Años lentos retrocede a su infancia donostiarra, a un ámbito en el que se fraguan los primeros movimientos independentistas, los primeros atentados y la represión policial subsiguiente; al germen, en suma, de la sociedad vasca reflejada en los extraordinarios cuentos de Los peces de la amargura (2006). Y lo hace con una obra compleja por sus múltiples implicaciones, pero técnicamente resuelta con una ejemplar y nítida simplicidad.
Hay un relato que podemos llamar principal, a cargo del navarro Txiki Mendioroz, en el que éste, a requerimiento de Fernando Aramburu, le escribe una larga carta que resume su infancia desde que, a los ocho años, su madre, incapaz de atender a sus tres hijos, lo envió a vivir con la familia de su hermana en San Sebastián. Se trata del modelo clásico fundado por Lázaro de Tormes, repetido en el Buscón quevedesco y cuya fecundidad alcanza a La familia de Pascual Duarte, de Cela: la carta en la que se narra la propia vida a petición de otra persona. De hecho, algunas marcas del origen permanecen visibles. Si Lázaro comenzaba su identificación con fórmulas apelativas (“pues sepa V. M. ante todas cosas que a mí llaman ”), del narrador de Años lentos son estas primeras palabras: “Yo, señor Aramburu, por las razones que usted conoce, siendo niño pasé nueve años ”. Y más aún: Lázaro de Tormes concluye el tratado cuarto de su relato eludiendo explicar con claridad por qué abandonó el servicio del fraile de la Merced: “Y por esto y por otras cosillas que no digo, salí dél”. Y Txiki, con fraseología similar, afirma: “Por eso, y por otras cosillas que no hacen al caso, a mí [ ] no me gusta mucho la literatura” (p. 98).
Por otra parte, y como no es infrecuente en la escritura de Aramburu, algunos leves ecos de la prosa clásica y de la narración oral se deslizan a veces por sus páginas, como las fórmulas con que se inicia el relato de algo anunciado: “Y fue de esta manera: que algunos de ellos ” (p. 37). O bien: “Me confesó el propósito principal de aquella visita [ ] Y fue de esta manera: que mi madre ” (p. 64); “y fue de este modo: que entrando mi tía una mañana ” (p. 192). De todos modos, este esquema narrativo de estirpe clásica se ve alterado porque cada episodio del relato que Mendioroz dirige a Aramburu -subrayado por la presencia de frecuentes fórmulas apelativas (“créame”, “le pido por favor a usted”, “ya sabe usted”), etc.- va seguido de fragmentos numerados y en otro tipo de letra, rotulados como “apuntes”, en los que el autor empírico -es decir, Fernando Aramburu- anota posibles desarrollos para una novela que, aun basada en las líneas de Mendioroz, introduce elementos diferentes: retratos de personajes, escenas posibles, descripciones de lugares y otros aspectos que no figuran en el relato principal.
Son notas escuetas que consignan observaciones sobre la posible redacción definitiva del futuro texto, incluso referidos a detalles léxicos o gramaticales: [“Txomin] es parlanchín, simpático (mostrar esta cualidad con algún ejemplo)” (p. 21); “Maripuy no aguanta un segundo más el rescoldo que le quema (cuidado, leísmo, la quema) por dentro” (p. 23); “si quieres me puedes pagar en especie. (Esta expresión tal vez sea demasiado rebuscada para esta clase de personaje. Pensar en otra de menor relieve literario” (p. 22). Hay muchos más casos de estas reflexiones del autor -artificio inventado por Cervantes, como es bien sabido- acerca de su futura obra.
Con todo ello, la novela abarca varias historias diferentes y, a la vez, imbricadas. La primera es la constituida por la extensa carta de Mendioroz, que convencionalmente podemos clasificar como relato histórico y atenido a la veracidad de los hechos expuestos -aunque incompletos y captados por una perspectiva infantil-, lo que el mismo remitente se encarga de puntualizar: “Le escribo esto antes de entrar en materia para que se fíe usted de mí, señor Aramburu, pues nada de lo que pienso referirle a continuación es inventado” (pp. 97-98). La segunda historia se desprende por fuerza de los apuntes con que Aramburu va festoneando la carta: escenas, diálogos y detalles en los que se busca más la verosimilitud y la coherencia interna entre los hechos que la veracidad, por lo que incluso se rechazan datos auténticos (“me niego a meter pacotilla histórica con propósitos meramente ornamentales”, p. 163) y se opta claramente por una solución que es también un principio programático: “Si hay que apartarse del testimonio del informante, se hará. Primero la literatura; después, si queda sitio, la verdad” (p. 181).
Los dos relatos paralelos y complementarios representan, por tanto, la historia y la ficción, y muestran cómo ésta brota de aquélla para desbordarla, enriquecerla, ampliarla, como sucedió, en efecto, en los comienzos del género novelesco, cuya sustancia se formó acogiendo los materiales desechados por la historia -leyendas, milagros, narraciones fabulosas, hechos no comprobados- que no podían superar la prueba de la veracidad. Las dos líneas llevan aquí a la incorporación de dos desenlaces: por una parte, el que refiere -tras dejar en penumbra el enigma de la muerte de Julia- la inesperada herencia que recibe Mendioroz y que le permite encauzar su vida; por otra, el de Aramburu, que apunta en pocas líneas un detalle, un recuerdo infantil que convierte la novela en una especie de expiación: “Me gustaría pedirle perdón, pero no vive [ ] y ya sólo por dicho motivo debería escribir la novela”(p. 203).
Pero, además, junto a los relatos del remitente y el receptor de la carta hay otro posible, que es el que puede construir el propio lector fundiendo los datos de ambos y que incluye la historia global de una familia modesta que vive en las afueras de San Sebastián durante los años cincuenta del pasado siglo y que padece, entre otras adversidades, el embarazo prematuro de la hija adolescente y la huida de un hijo a Francia para evitar su captura por mezclarse con activistas de ETA. Como subrayó Pontecorvo en su adaptación cinematográfica de Operación Ogro, también aquí es un cura inflexible y montaraz el encargado de inocular en los jóvenes desnortados las ideas independentistas acerca de un país inexistente. Todo lo referido al terrorismo y a la represión policial está visto como de refilón, de acuerdo con la perspectiva de un narrador infantil, pero no por ello deja de ser eficaz, y permite que la historia se expanda hacia otros motivos, como la soledad y la miseria del refugiado Julen en Francia o el rechazo de los vecinos ante la familia de éste por suponerlo un chivato, alineándose de este modo implícitamente en el ideario independentista.
Años lentos es una novela importante por su audaz y madura construcción, que permite recrear un mundo mixto de ficción y verdad indispensable para entender un tiempo y un país que, como proclamaba Raimon por aquellos años, son también nuestros. De igual modo que antes lo hizo Baroja, escritores como Ramiro Pinilla o este pujante Fernando Aramburu han contribuido decisivamente en estos pasados lustros a fijar la imagen artística de un rincón español excesivamente zarandeado por el vendaval de la historia.
Fernando Aramburu, en 'El Cultural'
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Entrevista al escritor donostiarra en El Cultural con motivo de la publicación de su último libro, Años lentos, premio Tusquets de novela.
Gasta Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959) un humor muy vasco, desaforado y tierno a la vez. No luce la melena de los 60, cuando fundó el movimiento vanguardista CLOC y amenazaba con “llover” versos, pero sigue encerrado en la literatura. La bebe, la come, la respira... Y escribe, como ahora, para saldar cuentas con el miedo y la crueldad que acompañaron el nacimiento de ETA, tema central de 'Años lentos', último premio Tusquets, que hoy ve la luz, y del que también se ocupa en estas páginas Ricardo Senabre.
“Ulises de quita y pon”, según él mismo, en realidad da igual que ahora Aramburu se cobije en Hannover: escribiría y viviría igual, con la misma rutina y la misma pasión desesperada por la escritura en su San Sebastián natal, en Madrid o Nueva York. La literatura le envenenó hace demasiado tiempo, y la amistad, claro, esa que le hace engancharse a las redes cada día para seguir a amigos y jóvenes autores a los que aconseja y cuyas dudas soluciona a golpe de ratón.
Hoy en cambio, resuelve las nuestras sobre su última novela, estos Años lentos en los que ha dejado tantos jirones de sí. Jovial y distante, Aramburu confirma que son muchos los recuerdos que le ha prestado a Txiki, el protagonista del libro, porque le tentaba escribir sobre su infancia, aunque le “daba repelús contar que si mi padre esto y mi madre lo otro, que si los vecinos tal y los maestros cual”. Llegó, dice, a confeccionar una lista de posibles episodios, pero se apresuró “a suprimir algunos por demasiado confidenciales. Al mismo tiempo entendí que el esfuerzo no merecería la pena si me implicaba en él a medias. Al final, como de costumbre, recurrí a la ficción, que suele dejarme las manos y la imaginación libres”.
"Entré a saco en mi meoria personal"
-¿Pero tiene mucho de biográfico, no en la anécdota concreta de la familia de Txiki, sino en el ambiente, el miedo y el dolor de lo vasco de aquellos años que vieron nacer a ETA?
-Para empezar, todo lo que en la novela figura como anotaciones mías está directamente sacado de mis impresiones y vivencias. La historia narrada transcurre en el barrio de Ibaeta, de San Sebastián, donde por así decir me crié. El tiempo de la narración es el de mi infancia. Incluso menciono por su nombre a varias personas que existieron. Ni que decir tiene que para escribir este libro entré a saco en mi memoria personal.
-¿Era una historia que llevaba tiempo dentro, deseando escribirla, o se trata quizá de la consecuencia inevitable de libros como Los peces de la amargura, donde recrea el mismo ambiente de miedo y crueldad?
-Tengo el propósito de contar mi país desde una perspectiva personal. Digo contar mi país porque concibo este como un espacio cuajado de historias, muchas de ellas trágicas, como todos sabemos, que están esperando quien las relate. Si nada se tuerce me complacería llevar a cabo mi modesta parte en esa vasta tarea.
-¿Así que este libro podría ser el comienzo de una serie?
-Es posible. Sea como fuere, procuraré que las partituras no repitan las mismas notas: el dolor, el terrorismo, las víctimas, etc. En mi literatura, como en mi país, caben igualmente el humor y la esperanza.
-Al final del libro, el Aramburu personaje que está preparando una novela con las confidencias de Txiki recuerda cómo se encontró en el trolebús con el padre del protagonista, considerado “un mal vasco” por sus antiguos amigos. Ahora le niegan el saludo. Aramburu hizo lo mismo y escribe: “Hoy me gustaría pedirle perdón pero ya no vive. Ya solo por eso debería escribir la novela”. ¿Cree que la sociedad vasca tiene aún silencios que reprocharse?
-Esos silencios se han dado y hasta cierto punto son, no sé si justificables, pero desde luego comprensibles por la acción continua del terror. Yo entiendo que la gente calle, y no por nada, sino porque el silencio, en la situación mencionada, permite seguir respirando. A cambio uno deja de ser libre. No podemos ignorar la suerte que corrieron periodistas, intelectuales, profesores que se opusieron en voz alta al terrorismo. Escoltas, amenazas, paquetes bomba, tiro en la nuca, destierro, etc., fueron su destino. Me quedo con estos y con los que se solidarizaron con ellos frente a los que prosperaron en la sombra, a menudo al amparo de las instituciones, y, sobre todo, frente a aquellos que, con eufemismos o a cara descubierta, defendieron el crimen político.
Javier Mina, en Madrid
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El próximo 16 de febrero, a las 19:30 horas, en el salón de actos de la Biblioteca Alvear (calle Azkona, 42, metro Diego de León - Madrid), el escritor Javier Mina presentará su último libro, La mirada fósil. Acompañarán al autor Carlos García Gual y Javier Mina.
'Un tiempo libre', en Vigo
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El próximo viernes, 3 de febrero, a las 20:00 horas, en el Centro Cultural Bou Eva de Vigo tendrá lugar la presentación del poemario UN TIEMPO LIBRE/ AISIALDI BAT/ UN TEMPO LIBRE/ UN TEMPS LLIURE, de Juan Marqués, con la intervención de DAVID TIJERO (traductor y poeta), LUCÍA NOVAS (traductora y poeta) y ESTEL JULIÁ (traductora y poeta, editora y coordinadora del proyecto)
Delmas en la mirada de Seve Calleja
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El próximo 1 de febrero, miércoles, a las 19:30 horas, en la Casa del Libro (Alameda de Urquijo, 9 - Bilbao) se presentará el libro Juan E. Delmas. Un sueño incendiado, de Seve Calleja, y la edición facsímil de Viaje por el Bilbao de antaño, editados ambos por Muelle de Uribitarte. En la presentación estarán el escritor Seve Calleja y el editor Ignacio Uribarri.