El Maestro explica al alumno en qué consiste la muerte:

—La muerte no es más que una disociación irreversible de cuerpo y alma. No hay que temerla. Es parte de la vida, y como tal hay que aceptarla.

—¿Duele la muerte, Maestro?

—Depende del tipo de muerte. Cuando el alma abandona el cuerpo, puede hacerlo bajo distintas circunstancias:

»Si el cuerpo sólo presenta una pequeña rendija, entonces el alma fluye a través de ella con dificultad, está enredada y no puede liberarse. Llamamos agónica a esta muerte. Puede ser lenta y dolorosa.

»Si, por el contrario, el cuerpo no opone ninguna resistencia a la fuga del alma, queda relajado. Lo llamamos muerte dulce.

»Puede producirse también por accidente. Entonces, el alma escapa de forma repentina, abrupta, espontánea; como arrojada del cuerpo por la inercia. El intenso dolor no llega a percibirse apenas, ya que dura milésimas de segundo. Muerte accidental.

»En ocasiones, el alma está debilitada, enferma, atormentada. No tiene fuerzas para escapar. Le pasa a quien sufre un trauma terrible e irreparable como la pérdida de un hijo. Se conoce como muerte en vida.

»Habrás oído hablar también de la muerte clínica. Se produce cuando el cuerpo está mantenido de forma artificial, por un hilo de vida y el alma está sujeta a él como si se tratara de un globo con gas. El qué hacer con ese hilo es objeto de intensos debates.

»Otras veces es el alma quien provoca la muerte, impulsada por un dolor físico o espiritual que no puede soportar. Se llama suicidio.

»Por último, tenemos el caso en que alguien se antepone a la muerte de otro ser y ofrece la suya a cambio, o da a luz una vida nueva y deja la propia en el empeño. Más que morir consiste en dar la vida.

El alumno se queda pensativo durante unos instantes.

—¿Qué pasa con el alma en ese caso?

—El alma pasa a la persona a la que se ha protegido o dado la vida. Vive en él para siempre y es deber del receptor cuidar de ella con tanta determinación como le fue entregada.