Al creador le cuesta que su arte no esté oscurecido por la sombra de un padre prestigioso. Lo pienso sentado a una mesa de Blue Note, el club neoyorquino donde McCoy Tyner actúa en compañía de buenos músicos. También él fue ahijado prudente del huracán John Coltrane. Tyner es ahora un hombre susurrador que se mueve de manera cansina. Pero cuando toca el piano lo vemos sobrado de intensidad. Beethoven negro, mezcla con pericia la sutileza de unas notas de paso y la violencia de los acordes. En el centro del escenario, pero libre de la obligación de ser protagonista, Gary Bartz airea feliz los abismos de la música. Da la impresión de que sólo sufre si recuerda las huellas de su líder ausente: Miles Davis. El reto artístico lo asume Ravi Coltrane, hijo del antiguo patrón de Tyner. A pesar de haber publicado media docena de discos meritorios, interioriza una doble exigencia: la íntima del compositor e instrumentista, y la que nace de la desconfianza de los críticos y espectadores. El público acude siempre con una lupa auditiva para escuchar a los descendientes de las estrellas musicales. Porque casi todos los herederos son sospechosos, el especialista los juzga con su ficha policial. Esos jóvenes deben caminar en una larga avenida de puertas giratorias que continuamente se abren y cierran. Por eso, mientras sopla y sopla en el saxo tenor, Ravi Coltrane empieza la mayoría de los compases curvando el cuerpo y doblando ligeramente las rodillas. Ensaya genuflexiones ante el fantasma de su padre.

Artículo aparecido el 9 de marzo en El Cultural.