Acaba de triunfar en los Premios Goya No habrá paz para los malvados, de Enrique Urbizu, una película a la que creo que hay que reconocerle, como mínimo, el mérito de tener relieve en la representación estética y empuje de una reflexión ética, es decir, de introducirnos en un contexto y un debate artísticos. Si esta es una de las caras de la moneda de nuestra actualidad cinematográfica, una de las cruces está para mí en el hecho de que Torrente IV haya arrasado de nuevo en las taquillas el año pasado. Confieso haber visto sólo la primera entrega de la serie, pero sé que esta última contiene el mismo tipo de visión del mundo que las anteriores; que promociona unos “valores” que están —por ponerlo suave— en el vecindario de las bajas pasiones; que alardea de incorrección política y de demolición ético-estética. Lo que cada uno hace con su tiempo libre es asunto privado, pero el perfil de la película más taquillera de un país creo que entra dentro del ámbito de lo público, por lo que tiene de revelador de un retrato o un ambiente social.

Pensar que ese taquillazo y la película que lo provoca no merecen atención (y preocupación), que no significan nada equivaldría, a mi juicio, a negar el sentido de la labor creativa, y, por esa vía, la relevancia de las obras de arte y de cultura, la de su capacidad para con-movernos, transformarnos, conducirnos a través del impacto de la interrogación, hacia esa forma de libertad que es la lucidez y viceversa. Como no puedo colocarme en esa negación, creo que el éxito de Torrente significa mucho, dice mucho del ambiente de nuestro país, del aire social que respiramos. Y es un aire en cuya composición juega un gran papel el “cada uno a lo suyo”. Lo que puede apreciarse sin ninguna dificultad y a diversas escalas: desde los concursos televisivos donde lo que cuenta es ganar a los demás a cualquier precio; hasta los corralitos que nos dividen dentro y entre comunidades autónomas. Y citemos, por ejemplo, lo último en atención sanitaria: el “no atiendo a estos pacientes porque no son de los míos”, lo que en el seno de un mismo país no deja de ser simbólico, es decir, de tener un impacto en el modo en que la ciudadanía se forma o formatea con respecto al otro, al vecino. Citemos también la manera en que, en nombre de idilios del pasado, se legitiman desamores del presente: como el que determina que los ciudadanos de los tres territorios vascos no seamos iguales ante la fiscalidad… Y así infinidad de detalles, declaraciones y ejemplos públicos donde la exigencia del interés general se omite o se desdeña.

Y habla también de un aire de rendición frente a la zafiedad, el feísmo, la bobería, que llevan tanto tiempo y tan ufanamente circulando por nuestras pantallas grandes y pequeñas que no podemos esperar que no tengan consecuencias. Las tienen y serias, en la composición de un ambiente, de una atmósfera social cada vez más pesada. Necesitamos con urgencia aire fresco, más aire.

Luisa Etxenike en El País