UNO anda un poco despistado con esto del tabaco y los porros, porque se dice que lo uno daña el pulmón y la garganta, mientras lo otro daña el cerebro. Y es preocupante la gran cantidad de asociaciones que existen en defensa del fumador, de lo uno y de lo otro. Nadie es quién para señalar a nadie, pero como también hay muchos millones de dinero público destinado a que el personal no coja gusto a la cosa y lo deje -adicción lo llaman-, pues no tenemos más remedio que hacer números y preguntarnos el porqué de tal tira y afloja.
Como la imaginación es libre, a uno le viene a la mente la escena de los dos burros que tiran de la cuerda en distinta dirección y no consiguen nada, solo sudar y sudar, sin más. Algo de eso sucede cuando se intenta afrontar estos problemas desde el punto de vista jurídico, pues el verdadero problema no es la criminalización o la despenalización. Y en el momento en que renunciamos a darle vueltas al mismo molino, o a estirar en dirección contraria, podemos ponernos de acuerdo y dirigirnos hacia el mismo objetivo: velar por la salud y la felicidad de las personas. Entonces se nos ve con la cara más relajada y, quizás, cumpliendo un poco más el objetivo. Aun así, el problema es que, aunque la cuestión de la salud viene a ser relativamente clara, la felicidad es harina de otro costal. Parece ser que se trata de algo más relativo. Hay quien afirma ser feliz fumando un cigarro, o saliéndose con la suya, o diciendo que nadie tiene que poner límites a su libertad. Y ahí estamos de nuevo. ¡Y pensar que habíamos acercado posturas!
Hay quien dice que nos atrae lo prohibido, y por eso insistimos tanto en plantear la cuestión desde el punto de vista jurídico, pero quizá lo que nos atrae es el exceso, que es otro punto de vista. Porque el alcohol es legal, pero hay personas que beben en exceso. ¿Qué es lo que nos atrae? ¿El precipicio? ¿El límite? ¿Cuáles son los mecanismos que estimulan el exceso en su consumo? Se buscan sensaciones fuertes, pero en un contexto banal. En la percepción de muchas personas el consumo de alcohol y de tabaco no trae consecuencias. Así que cuando se dice que el cannabis es tan peligroso como el alcohol o el tabaco realizamos un cóctel conceptual, pues cada producto tiene unas características propias.
El tabaco no es muy peligroso en términos psiquiátricos, pero hay muchísimas personas que mueren a consecuencia de su consumo. La marihuana consumida por más de cinco decenas de miles de chicos y chicas entre catorce y dieciocho años puede producir adicción, secuelas físicas, psicológicas y conflictos sociales, según afirman algunos estudios. Sobre el alcohol puede preocuparnos el aumento de atracones etílicos entre menores en los últimos tiempos.
Para aterrizar un poco más, no es mal planteamiento que sobre todo se enfoque la preocupación por el consumo de estas sustancias entre chicos y chicas jóvenes, y quizá ni siquiera debamos entablar un debate sobre buena o mala peligrosidad porque, al parecer, es preferible hablar de comportamientos de consumo en determinados ambientes. Pues hay ambientes juveniles, cada vez más infantiles, en los que aumenta el consumo de alcohol, tabaco y cannabis. Además ya no se trata de consumo, sino de poli-consumo. Tres -o quizá más- en uno. Se trata de ambientes en los que se consume de lo uno y de lo otro, y más allá aún. Se identifica con fiesta y ya está. O se consume para olvidar problemas, y se sigue igual tras la resaca, o se consume para ser como las demás personas, ¡menuda personalidad! Y reconozcamos que determinados consumos se asocian a claves culturales que en un momento determinado se identifican con estar en la cresta de la ola, lo más de lo más. Y eso tiene una verdadera influencia.
Ya sabemos que la educación es un proceso y ni siquiera en el campo educativo hay una varita mágica que lo resuelva todo ¿Cómo y quién osa afrontar el modelo actual de irse de fiesta? Por otro lado, una misma medida ni siquiera tiene los mismos efectos en todos los casos. La autoproducción de alcohol, por ejemplo, ha sido una solución en algunas situaciones personales, pero en otras ha agravado un alcoholismo crónico. Por eso, conviene que en estas cuestiones, como en otras, seamos un poco más cautos a la hora de pronunciarnos. Aun así, uno no se resiste a dejar de citar a Confucio cuando decía que los vicios vienen como pasajeros, nos visitan como huéspedes y se quedan como amos. Podemos mirar hacia otro lado porque, al fin y al cabo, no es más que una frase antigua, pero por lo visto, cinco siglos antes de Cristo existían los mismos problemas que hoy. Y también existían desavenencias a la hora de definir determinados conceptos.
Aparecido el 27 de diciembre en Deia.