Nació hace unas semanas la habitante número siete mil millones de la tierra. El nacimiento se situó en Filipinas, en la figura de una niña: Danica May Camacho. Ya sabemos que, con las hechuras de nuestro mundo, es difícil determinar con exactitud quién nació antes que quién, y que esa elección tiene mucho de convencional. Pero es precisamente su dimensión "simbólica" la que considero interesante. Que el ser humano siete mil millones sea una niña asiática contiene, a mi juicio, mucho sentido y mucha acción de futuro. No significa plegarse a una simple lógica demográfica sino, al contrario, rebelarse contra otras "lógicas" o contra ciertas maneras de mirar hacia esa parte del mundo que hoy, por el dinamismo de su crecimiento económico, tanto nos atrae. Como si ese nacimiento nos recordara que no tenemos que perder de vista que la situación de las mujeres, el estado de la condición femenina, indica el nivel de desarrollo de una sociedad; es el más fiable patrón de medir su riqueza. Que, independientemente de los datos de crecimiento o de los volúmenes de PIB, no hay progreso si las mujeres no progresan, no hay calidad de vida que no las incluya.
Y lo que vale para el Extremo Oriente vale igual para Occidente. Aquí también la situación de las mujeres, el estado de su condición, constituye un impresionante, un infalible líquido de revelar la fotografía real de nuestra sociedad. Y vamos a cerrar un año más sabiendo que la precariedad y la pobreza son, también entre nosotros, esencialmente femeninas. Sabiendo que las mujeres ganan mucho menos (en torno a un cuarto menos) que los hombres por el mismo trabajo. Y que el machismo no está, ni de lejos, en las últimas. Vamos a cerrar el 2011, lamentable, trágicamente, con 63 (esperemos que la cifra no se mueva ya) asesinadas por violencia de género, es decir, constatando que el ritmo de una muerta cada cinco días permanece inalterado.
Mañana, 20 de diciembre, el Consejo de Gobierno dará luz verde al Observatorio vasco de Violencia de Género que empezará a funcionar en 2012. Bienvenidas sean las iniciativas para atajar esa lacra social. Bienvenidos sean los incrementos de medios policiales y judiciales para combatirla. Pero, por muchos recursos que se destinen a esa tarea, nunca serán suficientes si se concentran en la desembocadura del problema, en las inmediaciones de un machismo ya instalado; de una violencia ya latente. El sexismo se ataca de raíz, en su mismo principio; o, por seguir con la imagen inicial, desde la cuna. Una reciente campaña de la Consejería de Interior recordaba lo fundamental: que la violencia de género se ejerce a menudo delante de los niños; que los niños al tiempo que la sufren, la interiorizan. Que la violencia se enseña. Bienvenido sea el nuevo Observatorio pero ojalá su observación sea de raíz, de "cuna". Ojalá se sitúe en el antes, a la altura de la fuente misma del sexismo, cuanto todo es aún posible, remediable.
Artículo aparecido en la edición vasca de El País.