NIÑO, que no se tira la comida. ¿No te das cuenta de que hay mil trescientos millones de personas que tienen graves problemas para alimentarse? No me digas que no te gusta, porque si esa comida va ahora a la basura estamos haciendo daño a otras personas. Bueno, ¿y de verdad te han dicho en el colegio que según un informe de la FAO se tiran mil trescientos millones de toneladas de alimentos a la basura cada año? Claro. Tú no hagas caso. ¿Qué si los mayores decimos que hagáis unas cosas que al final no cumplimos? ¡Vaya por Dios!
¿Y cómo se te han quedado esos datos de que dichas toneladas equivalen a lo que se produce en el África subsahariana? Con lo que cuesta sembrar, cuidar, recolectar, almacenar, distribuir, vender... Mira, tu abuelo está encantado con la huerta. Y no desperdicia nada. En todo caso, a veces, se le estropean frutas, y se lleva un gran disgusto. Él aprovecha todo, que si para los animales, que para embotar, que sirve como abono. Ya, ya, el abuelo lo aprovecha todo. ¿Que en el comedor del colegio sobra mucha comida? ¡Niñoooo!
¿De dónde has sacado que con lo que se tira a la basura se puede entregar una tonelada por año a cada una de esas mil trescientos millones de personas que sufren hambre? ¡Ah!, es verdad, cuadra muy fácil. No es tan complicado hacer el cálculo. Bueno, pero eso de que en Europa se tiran a la basura doscientos veintidós millones de toneladas de alimentos al año, puede ser, y en buen estado, sí. ¿Y que además eso contribuye a que el desarrollo económico de los países pobres se dificulte? ¡Pues vaya tontería! Eso ya no es posible. ¿Que con la protección a los agricultores europeos pierde valor lo que producen los agricultores en los países en vías de desarrollo? Nada de eso. Solo te falta decir que con la destrucción de tanto alimento se producen emisiones innecesarias de CO2. ¿Qué es cierto? ¡Lo que faltaba!
Pues tienes que saber que en los países en vías de desarrollo también se pierden muchos alimentos. No saben cuidarlos como hace tu abuelo. Claro, en el proceso de producción y recolección no cuentan con técnicas adecuadas de almacenamiento y refrigeración, por lo que pierden tantos alimentos los que tiran a la basura directamente los países desarrollados. ¿Que les subimos los precios y en su país no pueden comprar esos alimentos porque les hacemos competencia desleal? Pues ya sabes, los fuertes siempre han sido así. Es la ley de la vida. ¿Quién te ha enseñado a decir que es la ley de la selva? ¡Niño! ¡Que seas más respetuoso! ¡Que tengas más en cuenta a los demás!
¿Que yo me puse morado el otro día, cuando fuimos al buffet? ¿Que en la boda de la tía pusieron tanta comida que algunas personas tuvieron después dolores de estómago? ¡Venga, no me pongas nervioso, que una cosa es que seas tú quien tire a la basura una comida que no te gusta y otra cosa es que en el supermercado se tiren muchos alimentos en buen estado, o en las residencia de la abuela... ¡O en el hospital! ¿Ahora vas a ser tú quien me hable de la dichosa crisis? ¡Si no sabes qué es eso!
Sí, es verdad que ha aumentado el número de personas que van al banco de alimentos a recoger comida. Gente que antes no lo hacía. ¿Quién te lo ha dicho? Y que los comedores para indigentes cada vez atienden a más gente…
Pero tú te vas a comer todo, aunque esté frío. ¡Mira que te lo he dicho veinte veces! Es que nunca me haces caso. ¡Ah! ¿Qué también se tiran millones de kilos de alimentos a la basura para poder mantener altos los precios, y que en Canarias se han tirado más de setecientos mil kilos a la basura para no subir el precio, o que se han destruido cien millones de kilos de patatas para conseguir el mismo objetivo? ¡Venga ya, que te conozco! Con tal de no comerte la comida, te inventas cualquier cosa. ¡Niño! ¡Que te lo comas! ¡Aquí la clave de la economía familiar no es traer más alimentos a casa, sino comer todo lo que hay, sin tirar nada! ¿Me has entendido?
Aparecido el 7 de diciembre en Deia.