HA sido un triunfo poder leer el mensaje encerrado en una botella de plástico. Una ola financiera me la arrebataba constantemente a lo ancho y a lo largo de la infeliz Europa y se colocaba sobre Grecia, la cuna de la cultura y de la democracia a la que, como se encontraba en bancarrota, sus vecinos amenazaban con echarla del club si no se ponía de rodillas y suplicaba limosna. Entre tanto movimiento de tiras y aflojas, la botella se ha movido por Italia, en una ola financiera más alta, pero con mayores muros de contención. ¡Si los emperadores romanos levantaran la cabeza!
He conseguido sujetarla con las dos manos, para que no tocase otros países y, sobre todo, para que ni una sola posible gota financiera pudiese llegar a mis bolsillos. No me preocupaba la salud de Europa, claro, solo mis reservas. ¿Me tocará sufrir las consecuencias? ¿Me bajarán el sueldo? ¿Será posible que no podamos reducir el desempleo? Y con esas preguntas la he atrapado, muy resuelto, para poder descifrar el mensaje que llevaba en su interior.
Hace unos años no había contenedores para reciclar el vidrio, pero devolvíamos a la tienda las botellas de leche, de gaseosa, de vino y de cerveza, que las devolvían a la fábrica y las esterilizaban. ¿Por qué lo digo en este momento? Es la única idea que me ha venido a la cabeza, pues en el intento de abrirla he visto cientos y miles de botellas de plástico tiradas en cientos de papeleras, eso sí, pero eran tantas que se las veía en el mapa de Europa, y por eso me intrigaba aquella que tenía un mensaje en su interior. Y sin saber por qué, me ha venido a la memoria que antes, en vez de tirar tanta botella de plástico, bebíamos agua del grifo que, por cierto, tiene mayores garantías higiénicas.
Pero no podía abrir la botella. Así que he buscado la caja de herramientas. Como soy un poco despistado he cogido un aparato electrónico, un GPS o algo así, que todo el mundo usa ya para orientarse, he enviado una señal a un satélite, y me he dirigido sin ningún problema al cuarto de los trastos, donde tengo docenas de aparatos estropeados que no he podido arreglar porque les faltaba una pequeña pieza. Estaba esperando una remesa de productos de este tipo para depositarlos junto a un lago en algún país africano. He cogido el alicate necesario y, como iba a tomar una decisión importante, me he asomado a la ventana a inspirar y espirar, que eso oxigena el alma. Y desde allí he contemplado a la vecina que tiene una pista mecánica en casa y corre muchos kilómetros sin desplazarse, enchufada a una red eléctrica. Por fin, he abierto la botella. Tenía, sí, un mensaje dentro. Decía: Europa será sostenible y solidaria o no será.
Como no podía ser menos, se me ha caído la botella de las manos. Ha sido una sorpresa encontrar el dichoso papelito con esas palabras. Porque si antes unos países dominaban a otros por medio de los ejércitos, ahora en Europa el dominio se da mediante olas financieras. Y hasta los países que fueron colonizados en todo el mundo se han dado cuenta. Y dan consejos para que no se nos llene la cara de vergüenza, y para que no se noten las consecuencias de las nuevas asechanzas.
Lo cierto es que he roto en pedazos el papel, no sea que alguien se entere. Y la botella de plástico ha quedado sobre una bolsa llena de ropa usada que tenía preparada para reciclar. Sí, claro, yo le llamo reciclar a depositar esa ropa en un contenedor de ropa. No podemos admitir usar la misma ropa de años anteriores, aunque esté en buen uso. Es verdad que hay zapatos, pantalones y vestidos que me pueden durar unos años más pero, claro, ya no están de moda, y aunque se desperdicien materias primas, horas de trabajo, almacenamiento y transporte… ya se encargará alguien de dar a los pobres lo que me sobra. Algunos de mis familiares y vecinos se intercambian ropa, y la usan varias personas. ¿Qué querrá decir eso de que Europa será sostenible y solidaria o no será? Malditos mensajes…
Aparecido el 21 de noviembre en Deia.