Si me decido a hablar de Strauss-Kahn es porque sus últimas declaraciones, tal y como las recoge la prensa, contienen algo que creo que trasciende los límites de su caso para situarse en lo que nos afecta a todos. Refiriéndose a Tristane Banon (que le ha demandado por intento de violación), habría reconocido que intentó besarla porque pensó que ella consentía, que estaba de acuerdo. Lo que siguió demuestra que ella no lo estaba. Entonces, ¿cómo pudo DSK pensarlo? ¿A partir de qué sistema de signos pudo detectar en esa mujer una aceptación o acuerdo que no existían? La respuesta me parece evidente. Una "confusión" semejante sólo puede derivar del código interpretativo que promueve el machismo más tradicional y dictatorial; ése que lleva siglos decidiendo que cuando una mujer dice no, es que sí. Cuando no hace el menor gesto es que provoca por omisión. O cuando se viste de una determinada manera u ocupa determinados espacios, significa que está pidiendo a gritos inaudibles que la aborden, la acosen o incluso la asalten sexualmente.

En ese sentido, la citada declaración de DSK nos concierne a todos; porque la interpretación sexista del mundo que denota sigue en activo y causando estragos. Y resulta desolador constatar que aún sigue siendo necesario, políticamente necesario, insistir en lo más básico: que entre las dos letras de un "no" no queda espacio para versiones contradictorias. Que las mujeres no necesitan ser interpretadas, porque saben expresarse por su cuenta y con absoluta claridad. Y que el respeto de su libertad es un pilar fundamental, una obligación prioritaria de la democracia.

Insistiré en este último punto, recordando un magnífico dibujo del humorista gráfico francés Plantu, publicado en plena efervescencia del affaire SDK. En él aparece una figura masculina imponente y cuya disponibilidad sexual no plantea dudas, entrando en la habitación donde ha tenido que refugiarse una mujer. Esa figura femenina acosada, fragilizada, obligada a esconderse detrás de la puerta es Marianne, el símbolo de la República francesa. Creo que acierta Plantu cuando sitúa el color de su dibujo, y con él su sentido, no en la representación masculina (que recuerda más que vagamente a SDK) sino en la femenina, dejando claro así que la violencia contra las mujeres no es una cuestión privada sino de las más públicas. Que constituye un atentado contra los principios y valores más esenciales de la democracia. Que es, por ello, un asunto de Estado.

Estamos en vísperas de unas elecciones generales. Espero que en esta campaña no suceda como en 2008, cuando tuvieron que morir cuatro mujeres asesinadas en un solo día para que la lucha contra violencia de género encontrara sitio o acomodo en la agenda. Esperemos que ahora se sitúe en un lugar preferente, no detrás sino delante de la puerta electoral.

Artículo de Luisa Etxenike en El País el lunes 26 de septiembre