UNO no entiende que exista debate ante un tema como éste: ¿Todas las personas tenemos la obligación moral de pagar nuestros impuestos? ¿Quienes tienen más dinero deben pagar más impuestos que quienes menos tienen? ¿Los ricos, que por tanto tienen más dinero, deben pagar más impuestos para facilitar la convivencia social? Parecen preguntas de Perogrullo, pues se adivinan las respuestas, pero la realidad no es así. Y si todavía se hacen estas preguntas es porque en la situación actual muchas personas no pagan sus impuestos y están blindadas las cuentas de quienes más pueden y más tienen, mientras se realiza una guerra fiscal y social contra las contrataciones actuales de muchas personas que ven cómo su nómina se congela o disminuye, las que se encuentran en paro y las personas que trabajan en una situación de precariedad. ¿Es esto justicia? ¿Es justicia fiscal?
Todos los programas políticos hablan de defender el sistema social y de bienestar actual para reducir el paro y aumentar el consumo, pero acto seguido se achaca a las personas más desfavorecidas que se aprovechan de este sistema social, aunque se admite que la función del sistema social es proteger a las personas más desfavorecidas. Nos convencen las palabras, pero nos confunden los hechos. En realidad, si las rentas pequeñas y medianas, en proporción, pagan más que las más altas, ya podemos deducir quiénes se están aprovechando del sistema. ¿Es eso justicia fiscal? Aceptamos que no es el único problema, pues el fraude fiscal se encuentra por todas partes. Cuando hacemos determinadas compras y nos preguntan si nos hacen la factura con IVA o sin IVA, y respondemos que sin IVA, estamos contribuyendo al fraude fiscal, a que no exista justicia fiscal. O cuando la principal tarea de muchos despachos de abogados consiste en facilitar a las empresas y a sus mismos despachos evadir impuestos, utilizando el mínimo resquicio legal o ilegal para conseguirlo… O cuando las inspecciones miran hacia otro lado en sectores en los que se conoce que hay fraude…
Si el secreto bancario se mantiene, nada más y nada menos, como uno de los derechos humanos, o como un dogma de fe para que funcione el dios mercado, pues estamos ocultando el fraude. Y cuando grandes fortunas, además de alguna gente famosa y conocida que alardea de patriotismo, tienen su residencia a muchos kilómetros de distancia a efectos fiscales, cada vez se hace más difícil la justicia fiscal. Y esos paraísos fiscales que aún existen y cuyo montante es incalculable, como un agujero negro de la economía… mientras se rebajan presupuestos para educación, sanidad, jubilaciones… O cuando no existe un impuesto que grave progresivamente las fortunas más grandes, pues se comete injusticia fiscal.
Si el Estado tiene alguna función es la de corregir las desigualdades y no la de consolidarlas. Si una fortuna huye de un país porque se controla fiscalmente es posible que pueda hacer negocios en otro lugar pero el sistema capitalista tiene que reconocer que esta situación lo debilita y es uno de los puntos negros que puede contribuir a su desaparición. Se hacen propuestas de reforma de la fiscalidad pero quizá esto es posible solamente en un cambio de sistema que, por cierto, parece poco probable.
Las tasas fiscales son necesarias, a través de ellas se recibe la aportación de todos los miembros de la sociedad. La justicia fiscal consiste en recaudar y repartir para cubrir las necesidades mínimas que permitan vivir a una persona con dignidad. Es verdad que para ello tiene que haber movimiento económico y puestos de trabajo. Durante mucho tiempo el esfuerzo humano ha sido fundamental para crear riqueza. Ahora, a pesar de que la especulación lo deja a un lado, se sigue uniendo salario a productividad. ¿No es una contradicción?
Todavía se habla de jugar a la Bolsa, como si se tratase de jugar al Monopoly. Y no se disimula, aplausos infantiles incluidos, para ocultar esas terribles consecuencias que el jueguecito tiene para la economía real de las personas que tienen necesidades elementales puestas en cuestión. Las grandes fortunas juegan a repartirse dinero. Y luego se hace una colecta con las migajas que se han caído al suelo para quienes tienen hambre. Y con la disculpa de la crisis, pues ni eso.
En el sistema actual se reconoce que cada vez aumenta más el abismo entre la riqueza y la pobreza. La bolsa es un símbolo de poder que está sustituyendo al de los ejércitos y es, además, una herramienta para la especulación, pues quienes manejan los hilos no piensan en satisfacer necesidades elementales de nadie.
El dinero ha tenido una función en los sistemas de producción, pero ahora es tan virtual que si se pone una tasa a las transacciones financieras quizá esos dioses dueños del mercado se enfaden, o se han enfadado ya ante tamaña sugerencia, y el resultado es una catástrofe para los más pobres, como sucede en Grecia. Resulta estimulante afirmar que el problema se resuelve cogiendo dinero a los ricos para dárselo a los pobres. ¡Ojalá fuese así!, pero… ¿dónde está el dinero?
Aparecido el 22 de septiembre en Deia.