Las malas noticias relacionadas con la cultura nunca consiguen alcanzar, ni de lejos, ese grado de atención y alarma sociales que provocan, por ejemplo, las económicas. Se debe, sin duda, a que la materia cultural no se considera verdaderamente importante, esto es, capaz de ejercer una influencia decisiva sobre la realidad inmediata de las sociedades y las personas; que no se le reconoce a la cultura el estatuto de parte integrante o de ingrediente imprescindible del Estado/estado del bienestar. Y esa idea de que la cultura es un bien de segunda categoría hace que, cuando los recursos que se le destinan sufren recortes, como se acaba de anunciar desde nuestra y otras consejerías, esta pérdida se asuma como un mal menor. Me parece más que un error. Considero que la cultura es un artículo de primera necesidad y, por ello, un mal mayor cualquier encogimiento que pueda afectarla.
Porque, ¿en qué otro ámbito de la actividad humana se generan más debate ético que en las obras de arte y de cultura? ¿En cuál está la libertad más ambiciosamente recogida y alentada? ¿En qué terreno hay mayor curiosidad o apertura hacia el otro y lo otro? ¿En cuál vuela el pensamiento con menos temor, complejo o freno? ¿En cuál se le opone a la infamia una denuncia más constante o una réplica más decidida? ¿En qué otra dimensión de lo público las razones y condiciones de la felicidad se analizan con más detenimiento o reciben mayor protagonismo? Yo creo que en ninguno. Y que, por eso, invertir en cultura significa siempre ganar, ahorrar presupuesto.
Estoy convencida de que invertir en cultura es aligerar la tarea y el peso de otros departamentos: de Educación, sin duda, pero también de Sanidad, por ejemplo, e incluso de Interior. He visto, y veo, infinidad de veces representado que existe una relación proporcional directa entre cultura y capacidad crítica, entre cultura y conciencia; que a mayor cultura, mayor responsabilidad sobre la vida propia y la ajena. Y veo además que las invenciones, exigencias, interrogaciones, valentías de la cultura son ahora más necesarias que nunca, porque no son precisamente ideas ni conciencia del otro ni aliento de la libertad lo que le sobra a nuestro mundo en crisis.
Entiendo que esos recortes anunciados son una rendición, no una respuesta a estos tiempos difíciles. Que la respuesta es más cultura. Pero, ¿cómo obtener los recursos necesarios? En mi opinión, revisando las partidas presupuestarias actuales -¿todo lo que hoy se subvenciona merece la consideración de cultura?- y promoviendo un mestizaje de gestión y financiación entre lo público y lo privado. Un mestizaje que permita liberar a la cultura de su sobredependencia de la política; que avance en la profesionalización de las decisiones culturales y que anime sinergias más imaginativas y fértiles que las que hoy propone el marco institucional. No es el momento de recortar nociones ni acciones culturales, sino de transformarlas.
Artículo aparecido el 19 de septiembre en la edición vasca de El País.