Esto ya se está acabando y más de uno lo celebrará en secreto. No, no me refiero a los vecinos que viven en el recinto festivo y no han pegado ojo en días y días -son fácilmente identificables: tienen unas ojeras como un oso panda y muerden cuando se les habla-. Yo hablaba de otra clase de damnificados por las fiestas: los políticos, que en estas fechas han trabajado -llamémosle así- más que todo el resto del año.
La jornada de un político bilbaíno en la Aste Nagusia es maratoniana. Desde primera hora de la mañana hasta bien entrada la noche, no para de ir y venir en busca de fotógrafos, cámaras y radios, para exhibirse sonriendo y mostrar lo simpático y campechano que es. El político, sea del partido que sea, está en todas partes: participa en concursos gastronómicos, asiste a los toros y al teatro, oye conciertos, va a las barracas... ¡pero si dicen que hasta pillaron a uno intentando colarse en el Gargantúa, para escándalo de los niños que esperaban!
Esto les crea una ansiedad y un estrés que estalla por algún sitio y a menudo acaban como Bob Esponja, pero empapados en priva. Y desde que los teléfonos móviles graban videos y hacen fotos, eso es peligrosísimo. Los móviles están haciendo más por el puritanismo, que todas las soflamas de Ratzinger y sus acólitos. Porque una cosa es hacer el gamba con amiguetes, de madrugada, y otra muy distinta es que al día siguiente todo pichichi se parta la caja viéndote hacer el ridi en la Red.
Sé de un concejal que está acongojadísimo, porque hace días subió a una barra del Arenal, katxi en mano, y se bailó enterita A quién le importa, de Alaska.
El hombre llevaba algo de sangre en el torrente etílico y cantaba feliz: "¡La gente me señala, me apuntan con el dedo, susurran a mi espalda y a mí me importa un bledo!" Le grabaron y resulta que sí: que quienes le han visto susurran muchísimo. Pero de importarle un bledo, nada. Al revés, ha ido muy contrito a decirle al jefe de su grupo parlamentario que mil campanas suenan en su corazón y que qué difícil es pedir perdón. Y tanto. Hasta que dejen de llamarle El Fangorio, el pobre pasará un calvario.
Aparecido el 28 de agosto en la eidicón vasca de El País.