Breivik, el energúmeno que acaba de asesinar a casi ochenta personas, ha conmocionado la vida de un país como Noruega, poco acostumbrado a la violencia común y nada a la violencia política. Y conmociona aún más la imprecisión de lo que hay tras su demencia. Se han vertido explicaciones de orden ideológico, pero resultan pintorescas. Al parecer, el tipo es islamófobo, cristiano, aunque en las fotos aparece vestido de masón, ultraderechista y admirador de un héroe noruego que luchó contra los nazis. Todo esto remite a un ideario pasado por la túrmix. A pesar de tanta confusión, resucita la polémica sobre la libertad de expresión, y el debate de si existen ideas intolerables, cuya manifestación debería estar prohibida.

Las ideas de ultraderecha no deben ser prohibidas por mucho que sostengan ideológicamente a ciertos asesinos. Presiento que el enunciado ya está moviendo a escándalo. A riesgo de ser antipático, lo creo firmemente. Las ideas, per se, no deben ser proscritas. Una idea puede ser criticada, rebatida o ridiculizada. Una idea, por despreciable, puede ser despreciada, pero una idea no debe ser prohibida. Lo que debería mover a escándalo es otra cosa: que un tipo como Breivik, tras haber asesinado a ochenta jóvenes, va a acabar, en vez de recluido en la cárcel, residiendo en un apartotel con duchas individuales, instalaciones deportivas y biblioteca, y que dentro de 21 años estará cenando en cualquier restaurante de Oslo. Eso sí debería mover a escándalo: la horrenda confusión entre el buenismo penitenciario y la verdadera justicia (Y aún así, las ideas buenistas no deben ser prohibidas).

Hay que perseguir todos los delitos penalmente, pero ni una sola idea. Por esa razón algunos estuvimos en contra de la ilegalización de la izquierda abertzale, aún sabiendo que ochocientos asesinatos e infinidad de otros delitos se inspiraban en su depravada ideología. La sociedad moderna, en aras a la corrección política, quiere resucitar, bajo parámetros laicos, el delito de blasfemia, y eso es contrario a la democracia y la libertad.

Pero es que además, en este ámbito, algunos de los que se consideran más íntegros resultan ser escandalosamente incoherentes. En terrorismo, junto a los modelos islámico, abertzale o ultraderechista, también existe el ultraizquierdista. Al margen de los regímenes del socialismo real, la sanguinaria acción de la banda Baader Meinhoff, las Brigadas Rojas, el Grapo o el Ejército Rojo Japonés supuso el asesinato de varios cientos de personas. Sin embargo, ello de ningún modo puede suponer la prohibición de las ideas comunistas. Las ideas comunistas no deben ser prohibidas. Y sé que esta afirmación, a pesar de su dureza, es consecuente con las antecedentes, porque no quiero pensar que, con relación al asesinato por razones políticas, la mentalidad reinante maneje diversas varas de medir...

Artículo aparecido el 30 de julio en El País.