Visitó San Sebastián hace unos días Sofiène Ben Haj, joven bloguero y ciberactivista tunecino, para participar en una conferencia sobre el papel de las redes sociales en los recientes cambios políticos de ese país. Después de la charla, se abrió con el público uno de los diálogos más intensos que recuerdo en este tipo de eventos, en el transcurso del cual alguien, para preguntar sobre el porvenir democrático de Túnez, cuestionó que aquí viviéramos en una democracia. Sofiène Ben Haj le respondió que si de verdad consideraba que en este país no había democracia era porque seguramente había olvidado lo que significa una dictadura y le animó entonces a instalarse en cualquiera de los países sometidos aún a regímenes dictatoriales y a hacer allí las comparaciones de rigor.

Creo que con sus palabras este joven tunecino nos invitó oportunamente a dos ejercicios fundamentales. El segundo, a no frivolizar con ciertos temas, a alejarnos de las retóricas críticas "de salón", realizadas a cubierto y lejos de las auténticas intemperies. El primero, a valorar la democracia que tenemos. Y creo que valorar nuestra democracia no significa abstenerse de considerarla mejorable. Todas lo son en mayor o menor medida, entre otras razones porque la democracia es un ideal por colmar; de ahí que la calidad democrática se mida por cercanía con esa meta y por la convicción con la que hacia ella se avanza. Valorar la democracia no significa pues abstenerse de verla perfectible, sino al contrario, empeñarse en su perfección. Es decir, colocarla en una lógica crítica no de negación, sino de exigencia.

Y por eso creo que el lehendakari acierta cuando descarta pactos con Bildu sobre la base de la exigencia, o hasta que esa coalición afiance su determinación democrática -pidiendo, por ejemplo, la disolución de ETA-, avance en la confianza ciudadana. Creo que lo mínimo que se les puede pedir a quienes durante decenios han mantenido vínculos con los terroristas es que el estatuto de interlocutores válidos o de partenaires homologables en el juego de las coaliciones y los pactos políticos, que esa condición se la ganen no por KO de lo pasado -en un puro y verbal pasar de página-, sino por puntos. Punto a punto, o paso a paso, o gesto a gesto de compromiso palpable con el presente de la sociedad vasca, y con las instituciones y los argumentos de la democracia.

Esa exigencia del lehendakari le ha parecido lógica al presidente del PNV, pero no por las razones que cabría esperar. "Lógico", ha declarado; "está obligado a pactar con el PP". Lo que me hace pensar, ya que estamos en la exigencia democrática, que los ciudadanos no sólo podemos, sino debemos, exigirles a nuestros políticos que no reboten tanto sus responsabilidades; quiero decir, que nos propongan menos valoraciones subjetivas y en abstracto de lo que hacen los demás, y más exposiciones concretas de lo que ellos mismos, en este caso de Bildu o en otros, van a hacer.

Artículo aparecido en la edición vasca de El País.