No siempre los extremos se tocan. A veces es al revés: a veces cosas que parecen cercanas se hallan separadas por un abismo insalvable. Es lo que ocurre con el sarcasmo y la ironía: pasan por ser primos hermanos, pero en realidad se desconocen.
Si algo procura la ironía es desentrañar un rincón escondido del alma. Y debido a eso, por internarse en territorios tan íntimos, tan intrincados, toma desprevenido al propietario y lo sorprende en alguna postura indecorosa: de ahí viene la sonrisa. En el fondo de la ironía siempre anida la compasión, alguna forma de compasión. Hay una fraternidad secreta entre el que ejecuta una ironía y el que la padece, quizás porque la verdadera legitimidad de la persona irónica para practicar su arte es que lo despliega, en primer lugar, sobre sí mismo y que se encuentra dispuesto a servir de inspiración a la ironía de los demás. En la ironía pervive, intacta, aquel famoso imperativo moral: no hagas a los otros lo que no quieras que te hagan a ti. Sólo que formulada en sentido positivo: si quieres reírte de los otros, empieza por reírte de ti mismo.
Frente a la ironía, que obra como una palmada sobre la espalda, el sarcasmo se mueve con la eficacia hiriente de una navaja. El sarcasmo es cruel y esencialmente perverso. Pero lo que más llama la atención en el sarcasmo es la paradójica naturaleza de aquel que lo practica: el sarcástico no tiene sentido del humor. El sarcástico es un patán mal encarado que disfruta ideando agudezas sobre los demás, pero que jamás permitirá la más mínima observación sobre sí mismo. Conocí un tipo que se creía bastante ingenioso y que no paraba de idear felices metáforas sobre paralíticos, ciegos, cojos o buenas personas (se reía, en fin, de toda clase de incapacidades) pero no toleraba en su presencia ninguna alusión a un rasgo de su rostro o su carácter. Los sarcásticos, que se precian de tener gran sentido del humor, saben del humor bastante poco.
Y es que la verdadera diferencia entre el sarcasmo y la ironía no se funda en presupuestos objetivos, sino en la diversa calidad moral de quien se pone manos a la obra. Algunas personas son irónicas y algunas son sarcásticas. Los irónicos se involucran en el juego y se someten también a la ironía, con ánimo deportivo, con imperial grandeza, mientras que los sarcásticos, y a pesar de considerarse paladines del ingenio, son imbéciles morales capaces de encontrar un rasgo divertido en una catástrofe que se lleve por delante a media humanidad pero que no tolerarían el más mínimo contratiempo en sus proyectos egoístas.
La ironía y el sarcasmo parece que comparten el mismo vecindario pero residen, al final, en distintos continentes. En el sarcasmo anida lo peor del ser humano, desde la crueldad más gratuita hasta el totalitarismo político. Y frente a eso, la ironía es una forma pudorosa e inteligente de piedad.
Artículo aparecido hoy en la edición vasca de El País.