Tiene un apellido ideal para dormir a la intemperie. Sin embargo, nacido en Kiev, descendiente de inmigrantes polacos, Sigismund Krzyzanowski pasó la mayor parte de su vida recluido en una habitación de Moscú. En el espacio de apenas ocho metros cuadrados concentró mayor libertad que la dispersada en todo su país sometido a la dictadura. No le permitieron editar más que una obra dramática y algunos artículos menores. Para silenciar definitivamente al creador insumiso, sólo faltaba la intervención de Gorki, que entonces era el padre sin coraje de la propaganda soviética. Por supuesto, Gorki no tardó en anularlo socialmente con varias frases de infamia sutil, y a Krzyzanowski le bastaron treinta palabras para resumir la tiranía: “Era como si todos nosotros, los que nos habíamos quedado aquí, nos hubiéramos instalado en un enorme edificio de gruesos muros, decorado por fuera con hileras de falsas ventanas ciegas”. Los críticos literarios franceses lo consideran el eslabón perdido entre Kafka y Borges, y en España la editorial Siruela ha publicado, con análisis exactos de Jesús García Gabaldón, el conjunto de relatos La nieve roja. Sigismund Krzyzanowski murió en 1950. Fue enterrado bajo una nieve densa que borraba los caminos y nadie sabe ahora dónde se encuentra su tumba. Opino que existe una búsqueda prioritaria: ningún amante de la mejor narrativa debería ignorar el placer de las páginas escritas por un artista desobediente.

Artículo aparecido en El Cultural de El Mundo.