COMO decía Erasmo de Rotterdam, en un tiempo de crisis en Europa, "es justo alabarse a sí mismo cuando uno no tiene nadie que lo alabe, por eso me elogio hoy, pues me lo merezco". Y añadimos: soy la estupidez, la necedad, la locura, y soy lo mejor que hay en este mundo. Es habitual que las personas que conocemos se enorgullezcan de las profundas injusticias del capitalismo, de sus dioses, las agencias de calificación, y de sus verdugos, los bancos. Hay felicidad en las nuevas catedrales de la Bolsa donde, según la vela que se encienda a los dioses de la información privilegiada, es posible robar, especular, ganar dinero virtual en algo más que un puro juego de Monopoly, mientras que la gente real lo gana con el sudor de su frente. Como nada se escapa ya a los ojos vigilantes de los mercados es de natural complacencia alegrarse porque como las personas ahora han aumentado su protección sanitaria viven más tiempo y hacen propaganda de que por eso precisamente se ha aumentado la vida laboral. Además, el dinero que se ha acumulado para aumentar el nivel sanitario ahora se va a destinar a otras preocupaciones más vitales como el aumento en gastos de telefonía móvil, seguridad-seguridad, encarecimiento de viajes a paraísos fiscales, informes varios a agencias inexistentes, y no va a importar que se alargue la vida laboral de quien no tiene garantías de que en ese tiempo se proteja su salud, ni sus prestaciones de enfermedad, ni las ausencias del trabajo, ni cobrar el paro, porque es muy fácil expulsar a alguien de un trabajo. ¿Cómo se va a poder llegar hasta el final de una larga vida laboral si no se protege la salud?
Ha habido muchas personas luchando durante siglos para obtener mayor dignidad humana, para que se aceptase de una vez que una persona es una persona, y no un objeto que se puede cambiar o se puede llevar a reciclaje, o al basurero del olvido más cercano. Pero estamos en el siglo XXI. Aquí la posmodernidad exige sacrificios humanos, como en la antigüedad. Que sí, que hay que volver a los primeros tiempos, cuando se hacían sacrificios humanos a los dioses para que fuesen benevolentes. Se ofrecía al hijo primogénito del rey si era necesario. Eso siguen queriendo los dioses, sacrificios humanos, muchos sacrificios, pero no del hijo del rey, sino de la mayor parte de la población. ¿Por qué se quejan esos que se encuentran en el paro, con el único abrigo de una familia que cada vez tiene más problemas de subsistencia? Pues sepan que se quejan de vicio, dos terceras partes de la humanidad tienen problemas para subsistir y callan. No pasa nada. Más hambre debía haber, así se quejarían con razón, lo demás es puro vicio.
Eso de estudiar una carrera, idiomas, dominar la informática, ha sido una diversión para la etapa adolescente. La vida real, adulta, que comienza con una estabilidad económica, entre los 38 y 40 años, va por otras rutas. Aguantar muchas horas en la fiesta, ver partidos de infarto… es lo que importa. Así ganamos el mundo, y presumimos de grandes deportistas, aunque con sus dineros en paraísos fiscales. Y si la cosa es tan sencilla Francia y Alemania se encargarán de enviar armas a Grecia para que mantenga más de cien mil soldados con un armamento que se les acaba de vender, con un dinero que después se les va a pedir, a medio perdonar, a humillar, pero con muchos intereses… Francia ha vendido hace poco tiempo fragatas y helicópteros de combate por tres mil millones de euros a Grecia, y Alemania seis submarinos por mil millones. Les prestan dinero para que compren armas Los dioses griegos saben mejor que nadie que, hoy en día, es Plutón el que manda, y la plutocracia el único sistema posible de gobierno.
Porque como decía el gran Erasmo, "aquí no hay más dios que Plutón -dios de la riqueza-, supremo dios… que con un solo gesto suyo, hoy como en otro tiempo, se trastornan desde sus cimientos todas las cosas sagradas y profanas. Por su arbitrio se rigen la guerra, la paz, los imperios, los consejos, los juicios, los comicios, los matrimonios, los pactos, las alianzas, las leyes, las artes, lo cómico, lo serio… me falta el aliento… en suma, todos los negocios públicos y privados de los mortales. Sin su ayuda, el pueblo entero… los mismos dioses mayores no existirían, o por lo menos no podrían comer caliente". El problema es que cada vez son menos los bendecidos por ese dios. Alabémonos, hermanos, a nosotros mismos, porque ya no tenemos a nadie que nos alabe.
Artículo aparecido el 1 de marzo en Deia.