Hoy mi terraza surca las tinieblas. Sabes, la poesía es celosa. Sólo quiere que le escribas ella y que no te eche una mano la prosa. Porque en un relato podrías describir cómo se parece tu terraza a la proa de un navío. Te lanzarías a una extensión de palabras, sin darte la vuelta para no ver la mirada recelosa de la poesía. Pero incluso en el mar de la prosa ves sus ojos en cada puerto. Sus ojos llorar en cada coma y una mañana de esplín, cuando el día ya ha inundado la terraza con luz, escribes que todo fue un espejismo. Regresas.
Entonces la poesía te mira como lo hacen las mujeres que nos aman, aun después de nuestras huidas. ¿Y dónde has estado, gamberro? Sabes que nadie puede darte lo que te doy en la página. Cuando me desnudo, pierdes tu ropa, si respiro te inspiro y en cuanto te quiero, me tienes. Estás condenado a mi paraíso. Perdido en vida pero tan cerca de la verdad de la muerte, que lo intuyes: soy su única frontera. Aunque cruzarme es encontrarme otra vez. No intentes describir lo que no sabes, simplemente escríbelo. Y cada verso tuyo, mío, será un peldaño que le permitirá al lector subir a la gran terraza del universo. Donde no existen ni la noche, ni el día.