Hace años, el director de un centro de transfusiones que funcionaba sin problemas necesitaba aumentar su stock. Para conseguir su propósito puso una prima a los donantes. Como consecuencia de esta “estrategia” las donaciones cayeron. Para paliar el problema subieron nuevamente  las primas, creando un departamento que supervisara acciones enfocadas a la donación.   La sangre, que hasta entonces había sido donada, alcanzó, debido a los costes de gestión, el precio del oro.  Los grandes expertos en economía y estrategia llegaron a la conclusión de que el ser humano se movía por interés económico o por interés moral, pero nunca por las dos cosas a la vez.

El capitalismo, la economía liberal,  nos prometió la felicidad, nos pidió que confiáramos en sus proyectos y así lo hicimos. Ellos, los imperios financieros con sus aliados políticos a la cabeza  fueron construyendo la sociedad del bienestar. Y por hacerlo breve, resultó que la felicidad que nos habían diseñado y que habíamos aceptado no colmaba nuestras necesidades, quizás  porque el hombre se adapta a todo y además porque había un nuevo factor con el que no se había contado; el de la comparación con los otros

Comenzó una carrera desenfrenada y sin lógica para alcanzar al que iba delante.   Quiero ser más rica y más guapa que aquella.   Esa persecución vana e ineficaz de la felicidad, sin escoger la lógica de sus propias aspiraciones, sin acordar las decisiones con los demás  no reflejaba  más que  impotencia  al vernos atrapados en nuestras propias trampas. La acumulación de riqueza que el capitalismo ha sido capaz de generar está fundada sobre unas coordenadas absurdas si lo que buscamos es la felicidad y no otra cosa. El mundo que nos espera no es aquel que figura en nuestro mapa, y la perplejidad de este momento solo debe durar el tiempo suficiente como para reaccionar.   No nos hagamos los tontos. ¿Cómo aceptar que esa economía deje fuera los elementos más importantes para el bienestar del ser humano; La educación y la salud?

El lehendakari hizo un discurso interesante sobre los pensadores en unas jornadas de pensamiento y reflexión sobre la sociedad contemporánea el pasado Julio, pero yo quiero aceptar y añadir mi parte de error. Hemos dejado al pensamiento morir de inanición. Hemos abandonado a los pensadores, sumiéndoles en la pobreza económica si eran incómodos al poder o sometiéndoles a ideologías en el caso contrario, castigados, recluidos en una soledad inadmisible. Nos hemos quedado sin referencias éticas y está claro que es la contradicción la que pone en funcionamiento el pensamiento. Ahora, como ya dije en otra ocasión, los políticos sacaran las chaquetas de sport, irán a las campas descamisados a contarnos lo que ya sabemos y nos pedirán que les creamos. Nos gustaría creerlos, así que, les suplico revisen las listas electorales y saquen de ellos aquellos que no estén preparados para creer que el pensamiento es el futuro. Es, casi una súplica. Una llamada a lo que quede de interés moral.

Publicado en El Correo (Opinión) domingo, 7 octubre