En esta vida todo se paga. Escribes con todo cariño tu crónica de la Semana Grande, y de pronto: ¡hala, estalla la tragedia! Para mí la tragedia estalló cuando sonó el móvil y oí una profunda voz de mujer gritando: "¡Oye, que sí, que me has convencido, que voy!" "Creo que se ha confundido", dije yo, aunque empezaba a sospechar que no, que esa voz me resultaba familiar. "¡Calla, boba!", dijo la voz profunda, "¡que soy Tana y llego mañana, búscame un hotelito majo! ¡Chao!" Y cortó la llamada, dejándome estupefacta.

Tana -de nombre completo Cayetana- era amiga de una amiga, coincidí con ella en el sur un par de veranos y era tan insufriblemente snob que me resultó divertidísima y en un momento de ofuscación le di mi teléfono. Y ahora se ha presentado aquí. "Es que yo te sigo mucho", me dijo nada más llegar, "y chica, al ver que estas fiestas son tan estupendas, me dije: Tana, mona, tú lo de Bilbao no te lo pierdes. Y aquí me tienes". Pues sí, ahí la tengo, en el cuarto de invitados, porque los hoteles están hasta arriba y no cabe ni una pija más.

Lleva dos días y ya me tiene harta. Cargo con ella a todas horas y como quiere disfrutar la Aste Nagusia a tope, no hay quien la meta en casa. Estamos todo el día de la ceca a la meca por el Bilbao fino: que si toros, teatro, terrazas, hoteles... La tía le ha cogido una afición al rabo de toro que da hasta miedo. Es que es ver un rabo y pierde el sentido. Y me va a salir un pico, porque va de divina, pero sopla más que Nati Abascal y Ernesto de Hannover juntos, y no mete la mano al bolsillo ni de broma. Es lo que tienen los ricos: que a la hora de pagar son muy austeros.

Ayer la llevé a las txosnas y no le gustaron nada porque iba con sus taconazos y se esmorró varias veces. Le sugerí que usara chancletas. "¡Sí, hombre, con este barrillo!", contestó con impertinencia. "¡Pues cómprate unas katiuskas, coño!", le dije en un momento de ira. Pero no ha sido buena idea, porque me ha tomado la palabra y ahora quiere ir de compras. Y con lo potra que es, ¿a que no saben quién va a acabar palmando con la Dolorosa? Exacto. ¡Quién me mandará a mí dar el móvil!

Artículo aparecido en la edición vasca de El País.