Hoy es innegable que, en el mundo occidental, cualquier mujer con una preparación puede aspirar a ocupar un puesto de responsabilidad y alcanzar igualmente las metas que se proponga. En este sentido, podemos decir que el siglo XX consolidó de algún modo la puesta de largo de la mujer en sociedad, poniendo así punto final a siglos y siglos en los que nuestro destino era únicamente la procreación o el convento. Sin embargo un acontecimiento cultural me ha hecho reflexionar sobre este tema. Desde el 8 de marzo hasta el 5 de junio, el museo Thyssen-Bornemisza, en colaboración con la Fundación Caja Madrid, acoge una exposición, que bajo el título de 'Heroínas', muestra una colección de pintura que quiere representar a la mujer fuerte, creadora, en definitiva, activa y desafiante, de diferentes épocas de la historia, aunque ciertamente no fuese esa la intención de sus autores. Las obras expuestas son muy bellas y fueron creadas en su mayoría por pintores varones, que, como es lógico, muestran a la mujer desde su particular visión y posición, es decir, eternizan la delicadeza o la fuerza o el erotismo de unas señoras a las que contemplan con curiosidad y pasión, a sabiendas de que constituyen un mundo aparte y mágico, a sabiendas de que son las florecillas que adornan la sociedad con letras mayúsculas regida por ellos. La exposición, aparte de su calidad, es actual y necesaria, lo que, paradójicamente y a mi entender, significa que todavía, a día de hoy, pesa la historia que queremos dejar atrás. Y reflexionando y reflexionando, he llegado a la conclusión de que las mujeres hemos pasado de ser sumisas esposas y madres a tener como único modelo vital el éxito personal. Y otra vez estamos atrapadas en una sutil tela de araña. Y es que, aunque nosotras sabemos que ambos objetivos, trabajo y maternidad, no son excluyentes, al menos no lo son para nuestros compañeros varones, sí lo son para nosotras. Así, cuando optamos por la realización profesional nos sentimos culpables por descuidar nuestras obligaciones familiares, que siguen siendo solo nuestras; cuando decidimos olvidarnos de lo que queremos y centrarnos en el hogar, nos sentimos vacías, explotadas por la familia, seres invisibles. ¿Qué está pasando? Pues algo muy sencillo, que nosotras hemos salido de casa pero nuestros maridos, compañeros o como les quieran llamar, todavía no han entrado. Nuestros hombres es verdad que ponen pañales y hasta pueden preparar la cena, pero el sentimiento profundo de que la atención a la familia es solo nuestra no ha desaparecido. Y las cosas así se nos ponen muy difíciles.
Artículo aparecido el 29 de abril en El Correo.