Colaboración de José Serna Andrés aparecida hoy miércoles 2 de febrero en el periódico Deia

"La abuela observa cómo la jovencita engrosa constantemente su curriculum y le dice muy inquieta: "Oye, jovencita, yo a tu edad ya llevaba varios años trabajando", y la joven, ya mentalizada, le contesta: "No te preocupes, abuela, que cuando yo tenga tu edad todavía seguiré trabajando". Unos quieren trabajar y no pueden, otros no quieren seguir trabajando más años, pero deben, y entre unos y otros conseguimos descafeinar la felicidad en la vida de muchos seres humanos. Ya sabemos que no se trata de la única cuestión que lo condiciona, pero es un aspecto que contribuye. Un sueldo y un trabajo son salud si lo disfrutamos a su debido tiempo, porque si se alarga demasiado el tiempo de espera para conseguirlo, o para dejarlo, nos enferma.

Dicen que jubilación proviene de júbilo y esperanza tiene mucho que ver con espera. Somos muchas las personas que vivimos con júbilo una espera que, dados algunos cantos de sirena, puede convertirse en amargura y desesperación. El trabajo humaniza y dignifica, pero también deshumaniza y embrutece si ha impuesto su propio ritmo a la persona y no ha servido para realizarla, para llevar una vida digna hasta su final. Es curioso que distintos estudiosos de la psicología adaptada a la empresa no se preparan para hacer una vida más llevadera a quienes trabajan en ella, sino para sacar a la persona el jugo, el máximo rendimiento, sin que lo parezca, hasta exprimirlo, que es otra forma de hablar de lo que los antiguos sindicalistas denominaban explotación. El escándalo de suicidios en cadena en determinadas empresas en Francia y en otros lugares es una nefasta carta de presentación para quienes entienden que la persona no es más que un número entre otros.

La jubilación va anunciando que se acaba una etapa de la vida. Y puede provocar abatimiento o pesimismo. Y es que no es fácil digerir que se ha culminado la etapa reina y que quedan pocas para llegar a la meta final. Así que alguien puede decir que si posponemos la edad de la jubilación hacemos un favor a las personas. No es difícil conocer a alguien que ha solicitado volver al trabajo porque no sabía cómo organizar su vida tras la jubilación. No se puede negar que todas las personas no reaccionamos de la misma manera, y esas personas especiales, que identifican su situación con la inutilidad, que dicen no servir para nada si no son útiles en el trabajo, hasta pueden tener un tratamiento especial, porque quizá hayan vivido también una vida especialmente ligada a su trabajo. Pero otras muchísimas personas, cuando nos encontramos a las puertas de la jubilación, nos damos cuenta de que se agota la vida, de que solo tenemos una vida. Y si a veces, en los años de juventud, hemos tenido que hacer un esfuerzo especial para que no nos pese el trabajo, un excesivo peso en los últimos años de la vida nos puede hace llegar a estas preguntas: ¿Para qué vivimos? ¿Habrá merecido la pena? Hay quien es favorable a la eutanasia y, en cambio, no es sensible a esta idea. Hay tantas personas jóvenes en el paro y tantas personas mayores con ganas de realizar aquellas actividades para las que no han tenido tiempo en la vida…

Quien en alguna ocasión ha tenido la oportunidad de pertenecer al jurado de algún concurso literario sabe que un alto porcentaje de participantes tiene más de sesenta años y, aunque normalmente este tipo de datos no aparecen reflejados, es la punta del iceberg de una situación personal en un sector poblacional que se encuentra en el mejor momento de creatividad. También es verdad que esta capacidad se desarrolla cuando alguien trabaja y tiene tiempo, pero si se dedica a ello y resulta es porque la creatividad se manifiesta cuando alguien siente la necesidad de decir algo que le sale por los poros, y tiene capacidad para hacerlo.

No deseo retrasar mi jubilación porque no es un castigo, porque no se deshace de mí el sistema productivo, sino al revés, porque no es hora de rendirse, sino de comenzar una nueva etapa de la vida en la que se podría dar mucho la lata con este tema, pero quizá convenga más pensar en las palabras de Khalil Gibran: "En el rocío de las cosas pequeñas, el corazón encuentra su alborada y se refresca".