Cameron Diaz la armó hace unos días. Va y suelta que ella no pasa por eso de la depilación púbica. Que el vello y el pelo están para proteger, preservar evitar catarros. Bastó con eso para que muchos y muchas que tienen su mirada en estos ídolos se mirasen la bisectriz y decidieran si era hora de un cambio de look: a ver si va a ser que ya no soy moderno.
Ya es trend topic, y genera debates en prensa, radio y tv. Y ésa es sólo la puntita, porque, una vez creada la moda, siempre hay quien quiere destacar, alcanzando, como siempre, extremos grotescos, y nadie será lo suficientemente moderno hasta que a alguien se le ocurra tatuarse el píloro (que llegaremos a ver).
Recientemente hemos asistido a debates en los que han participado notables pensadores que se han remontado incluso siglos atras para documentar sobre floreros y floretes, sobre ilustres pubis, unos pelones y otros con reproducciones de los jardines de Versalles.
Algunos llegaban a compartir su experiencia personal, teniendo el acierto de hacerlo en horas no próximas a la cena, para no arruinarnos la digestión. Ya hay defensores y detractores y en breve veremos que los gimnasios recuperan las axilas de generosa vegetación de los hippies de los 70 y será moderno y de buen gusto lucir golondrinos. Quienes nos roban, nos estafan y nos expolian, se estarán dejando los higadillos de la risa.
¿Cómo no nos van a robar la merienda si, mientras reina el caos, nosotros nos dedicamos a discutir sobre el blanqueo perianal?
Los platós llenos. Las mentes vacías.