El hotel está oscuro, con esa iluminación moderna tan propia de los locales destinados al pecado. El periodista llega corriendo. Tenía concertada una entrevista a las 13:30 horas y llega tarde. Cinco minutos, pero tarde. Mira de un lado para otro, pero no distingue a la escritora. Y realmente, tampoco conoce a Reyes Calderón por mucho que sea una autora de éxito y su novela Los crímenes del número primo fuese todo un best seller. Él no la ha leído, y le extraña: siempre le ha gustado la novela negra, o la novela de detectives, Agatha Christie y cosas así. Y al parecer, Calderón va de eso. En el libro que viene a presentar a Bilbao, El último paciente del doctor Wilson, “vuelve a poner a sus personajes, la jueza MacHor y al inspector Iturri, sobre el tablero”. Una frase que ha leído en el informe de prensa. Subrayada para dar al periodista la pauta a una pregunta inicial. Para ponérselo fácil.
Lleva su mirada de un lado a otro del salón: grupos de ejecutivos de traje, dos mujeres de charla en un rincón, y el diván donde los fotógrafos retratan a los escritores. Pero no ve a Calderón ni a la agente de prensa. Estarán en la radio, se dice, o en uno de los estudios de televisión. Normalmente a esas horas salen de la grabación de uno de los programas culturales de lo que llaman “el ente público”. Y como lo sabe, el periodista se sienta en uno de los sofás del salón y espera. Abre el libro: tapa dura, chaleco brillante, letra clara en un diseño limpio para atraer la lectura. Los diseños que se han puesto de moda entre las grandes editoriales. Que dé la sensación de comprar calidad y quede bien posteriormente en las baldas del salón. O del pasillo. Pasa las primeras páginas, las hojea con menudo interés. Luego extrae el portátil de su bolsa e intenta conectarse a Internet. Cree haber visto un letrero de Wifi en la entrada, pero no puede acceder a la red, así que se limita a trastear por su equipo.
En el correo electrónico de ayer, la agente de prensa le envío un listado con los autores que vendrán a la ciudad a promocionar sus obras. Lo vuelve a revisar. En las próximas semanas arriabarán a la ciudad lo mejor de las letras hispanas. Aunque este año se ha colado entre las novedades una autora sueca de melena cobriza y gesto inteligente. Al menos en lo que a la fotografía de promoción se refiere. No en vano ella es consultora especializada en seguridad informática. Especialista en virus, hackers y direcciones IP. Casi nada. Quizás por eso su protagonista, una jovencísima Nova Barakel, está interesada también en las nuevas tecnologías. Sin olvidar el Medio Ambiente —al parecer es activista de Greenpeace— y la política. Parece asimismo que no es una joven convencional y que le gusta ir con rastas y piercing en la nariz. Vamos, que le suena a un personaje conocido ideado por otro autor sueco. Pero, se dice, puede que en los países nórdicos se lleve ese tipo de estética. O ese tipo de mujeres, quién sabe. La escritora se llama Asa Schwarz y su novela Ángel caído, y predice que será un bombazo como los de sus compatriotas. Lo sueco al poder.
Pero antes de entrevistar a Schwarz tendrá la posibilidad de codearse con dos histriones de la cultura nacional: Fernando Sánchez Dragó y Albert Boadella. Han escrito una obra a cuatro manos, un libro-conversación en el que desgranan lo mejor de sí mismos. Algo que parece ser también se lleva. El título del trabajo es Dios los cria y ellos hablan... de sexo, drogas, España, corrupción... Sí, muy interesante pero para otros. Para la radio, quizás, donde darán mucho juego con su charla sobre la degeneración en la enseñanza, las imposturas del arte moderno —ahí, ahí, que a cualquier cosa le llaman arte hoy en día—, la corrupción política que se ha destapado en el país —en éste y en el de más allá, murmura el periodista para sus adentros—, no hay más que ver el macrojuicio rosa del caso Malaya. Actualidad, golpe directo en el hígado, mucha irreverencia, y lectura rápida. Que no le haga pensar a uno demasiado.
En octubre Zoé Valdés vuelve a la ciudad. “Quince años después de describir en La nada cotidiana la axfisiante subsistencia en la Cuba de Castro”, lee en el informe, regresa con El todo cotidiano. Original, sin duda. La novela nos presenta esta vez a una Yocandra madurita que se ha ido a París pensando que iba a ser lo más de lo más. Craso error, la capital francesa sólo es un fraude de ciudad. Ya ni los artistas son lo que eran, piensa el peridista recordando Un americano en París.
Le gustó Santiago Roncagliolo cuando lo conoció hace ya unos años. Era la primera vez —cree— que publicaba con Alfaguara, que se ha volcado con el peruano. Acaba de publicar Tan cerca de la vida, un thriller ambientado en Japón en el que salen temas como la inteligencia artificial. El protagonista, Max, se hospeda en el mismo hotel de Tokio en el que se desarrolla la película Lost in translation. Por ahí parecen ir los tiros: relaciones personales y esas atmósferas de soledad que Bill Murray padeció en el film Sofía Coppola. Le apetecerá charlar con Roncagliolo, sólo por verlo reír y defender su obra. No tanto Antonio Skarmeta — ya se sabe, para gustos se hicieron los colores— que también en octubre viene a la ciudad a presentar Un padre de película, su nueva novela. Y la lista continúa sin remisión: Pilar de Arístegui, Juan Eslava Galán con un libro de título extraño De la alpargata al seiscientos, Carmen Posadas… Escritores del grupo Planeta, o del Santillana, en el fondo tanto monta, monta tanto. Sabe que Elvira Lindo se ha paseado también por el recibidor del hotel con Lo que me queda por vivir bajo el brazo. Él no ha podido entrevistarla, aunque hubiera sido en vano: lo ha hecho otra compañera, que para eso el medio cuenta con buenos colaboradores. De lo mejor, sin duda.
Al cabo de varios minutos de trasiego en el ordenador ve a la escritora, a lo lejos, bajar las escaleras que dan al recibidor, acompañada por la agente de prensa. Las saluda con una gran sonrisa en su cara. Llegaba al hotel con apatía, pero al saludarla e intercambiar las primeras palabras con la autora le han entrado ganas de saber más de su obra, de le cuente los pormenores de su novela, sus inquietudes, su forma de entender la literatura. “¿Quieres un verdejo?”, pregunta la agente. “Sí, por favor”, responde el periodista. Ella sonríe, le presenta a la escritora, le pregunta qué tal. Bien, bien, murmura el hombre. Con ganas de dejar de participar en esta vorágine editorial, se dice luego mientras saborea el blanco fresquito y la grabadora retiene cada palabra de la escritora...